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Nacional

Poder y deseo: de la regencia a la corona; los eternos candidatos

Aunque los mandatarios de la capital han participado en 14 de las 15 contiendas presidenciales de los últimos 80 años, el actual Presidente es el único que fue gobernante de la CDMX

Pascal Beltrán del Río y José Elías Romero Apis | 16-05-2022
Poder y deseo: de la regencia a la corona; los eternos candidatos
Ilustración: Horacio Sierra

Capítulo 7

En los más recientes 80 años mexicanos se han realizado 15 procesos de sucesión presidencial.

Pues resulta que en 14 de ellos han participado los jefes del gobierno capitalino. Solamente en un caso no participó el regente. Esto significa que han jugado en más ocasiones que los secretarios de Gobernación, o que los secretarios de Hacienda, o que cualquier otro jefe de dependencia.

La política mexicana está repleta de múltiples enigmas. Uno de ellos es que el jefe gubernamental de la capital nunca haya alcanzado en paso directo la Presidencia de la República. Esto es extraño puesto que se trata de uno de los funcionarios que siempre han sido más poderosos y más famosos, pero que también siempre han sido más perdidosos. El actual Presidente mexicano es el único que fue gobernante capitalino, pero tuvo que sufrir dos derrotas electorales presidenciales antes de ganar la tercera, que lo llevó a su encargo actual. 

Es una compleja paradoja que el primer factor de esta ecuación se encuentra, ni más ni menos, en su verdadero poder. Como casi nadie, tiene un enorme poder político, presupuestario, económico, mediático, social, burocrático, legal, judicial, policial, cultural informático y de muchos otros órdenes. Puede servir al propio Presidente, tanto para lo bueno como para lo malo. Puede ser ángel de la guardia o ángel exterminador. Es el gobernante de la mayoría de los mexicanos más poderosos, más ricos, más inteligentes y más famosos. 

 Desde luego que el poder requiere de talento para su uso y su aprovechamiento. Y hemos visto a algunos regentes capitalinos que cuando quieren ser ángeles de la guardia son como el de Kennedy, que para nada sirvió. Y, cuando quieren ser ángeles exterminadores, son como los que combaten a los cárteles, a los que nada más los matan de risa. 

 Además, un hombre o una mujer poderosos hacen muchos amigos, pero también hacen muchos enemigos. Y no olvidemos que, en la política, se hacen muchos amigos de-a-mentiras y se hacen muchos enemigos de-a-de-veras. 

Por si fuera poco, los amigos ylos enemigos juegan “en liga”. Quien es poderoso tiene amigos y tiene enemigos tan poderosos como él mismo. Y algunos son amigos o enemigos obligados, como en el juego del dominó, donde el que está al frente es nuestro amigo y los laterales son nuestros enemigos, tan sólo porque así lo indican las reglas. 

Quizá el más tradicional de los enemigos de un regente capitalino sea el secretario de Gobernación. 

 Nada más preguntémonos por la relación que hubo entre Adolfo Ruiz Cortines y Fernando Casas Alemán, entre Luis Echeverría y Alfonso Corona del Rosal o entre Patrocinio González y Manuel Camacho. 

En condiciones más discretas, pero no menos ácidas, podemos mencionar a Gustavo Díaz Ordaz con Ernesto P. Uruchurtu y a Jesús Reyes Heroles con Carlos Hank. 

Deben excluirse de este patrón a aquellos sexenios en los que realmente no hubo secretario de Gobernación o no hubo jefe de la capital. 

 Porque han habido regentes capitalinos tan menores que sus pleitos son con sus propios alcaldes, así como ha habido secretarios de Gobernación tan minúsculos que sus contendientes son algunos diputados opositores o algunos gobernadores venidos a menos. 

 Ahora, reaparecen las prácticas del pasado y más aun porque el propio Presidente y gran elector de su partido ya ha “palenqueado” tanto a Claudia Sheinbaum como a Adán Augusto López. Por el momento, esto deja sin grandes pleitos a Marcelo Ebrard y a Ricardo Monreal, sobre todo porque nadie se pelea con los cancilleres y con los senadores, ni ellos andan buscando o encontrando pleitos. 

Claudia Sheinbaum pasó la primera mitad de este sexenio sin conflictos con la Secretaría de Gobernación, quizá por razones obvias. Pero, en esta segunda etapa, las cosas pueden cambiar. Es evidente que ella goza del gran aprecio de su líder. De eso no puede existir la menor duda.  

A ello debe agregarse una adhesión a todos sus pensamientos y palabras, lo que nadie puede reprocharle, A él se debe y a él se dedica. No tiene por qué hacerlo con nadie más a quien nada le debe. En muchas ocasiones, se requiere de mucha valentía para llegar a esos extremos de adhesión. Pero eso también va en la factura. Ahora bien, si ésa es la suma, debe considerarse la resta. 

En primer término, algo que le puede acarrear una enorme consecuencia es la tragedia de la Línea 12 del Metro. Desde la posible falta de supervisión hasta las conclusiones de la investigación. Todo ello, agregado a la renuencia de transparentar los resultados, dejó a muchos sin satisfacción. Esto puede llegar a ser grave en su cuenta general. 

Hasta ahora, este asunto no le ha afectado políticamente, pero aún está por verse el daño que puede implicar su negativa a publicar el último informe de DNV, la empresa pericial extranjera. Cuando ésta fue contratada hace meses se dijo que, desde hace un siglo, era la mejor del mundo y ahora se nos dice lo contrario. 

En fin, nosotros no somos ingenieros y, por lo tanto, no sabemos por qué se cae un vagón de Metro. 

Pero sí sabemos muy bien por qué se cae un candidato. 

 Además de este posible escándalo, deberán considerarse los episodios de las elecciones del 2021 y de la consulta de revocación del mandato en el 2022. En ambos casos, da la impresión de que la cuenta capitalina pudo ser muy decepcionante para el gran elector. Aquélla, por la derrota en la mitad de las alcaldías y ésta por haber colocado a la capital en media tabla nacional en cuanto a afluencia ciudadana. 

Esto último sobre todo si se le compara con Tabasco, que fue el Estado con mayor afluencia en toda 

la República y que, quizá, haya sido muy bien capitalizado en su beneficio por el exgobernador Adán Augusto López. Las propias fotografías del secretario de Gobernación en giras de promoción fueron un tesoro para él y hasta difundidas y denostadas por los opositores. 

 Con ello, quedó ante su líder como el principal promotor de tal episodio electoral. Si a algún aspirante le sirvió esa consulta fue al tabasqueño de Bucareli y si a alguien le perjudicó fue a la capitalina del Zócalo. 

 

* * * *

 

No existe un patrón ni un perfil de gobernante capitalino. Contando tan solo los últimos 82 años, la ciudad capital ha sido gobernada por 19 funcionarios. Javier Rojo Gómez, Fernando Casas Alemán, Ernesto P. Uruchurtu, Alfonso Corona del Rosal, Alfonso Martínez Domínguez, Octavio Sentíes, Carlos Hank, Ramón Aguirre, Manuel Camacho, Manuel Aguilera, Óscar Espinoza, Cuauhtémoc Cárdenas, Rosario Robles, Andrés Manuel López Obrador, Alejandro Encinas, Marcelo Ebrard, Miguel Ángel Mancera, José Ramón Amieva y Claudia Sheinbaum. 

De ellos, 5 fueron electos por voto popular, 3 por interinato sucesorio y 11 por designación presidencial. Además, 6 de ellos fueron gobernadores de otras entidades y 8 de ellos fueron secretarios en el gabinete presidencial. De ellos, sólo 2 han sido mujeres. Entre ellos, figuran 7 abogados y 12 de diversas profesiones. En cuanto a su región de origen, 7 fueron capitalinos y 12 fueron originarios de diversas entidades mexicanas. 

 Ahora bien, regresemos a nuestra duda inicial. ¿Por qué un gobernador tan importante como lo es el capitalino, sólo en una sola ocasión ha llegado a ser Presidente de la República? Hay muchas conjeturas, pero nos quedamos con la que parece más sensata al microscopio de la política. 

 Durante las siete décadas de gobierno priista, siempre se buscaron y se encontraron fórmulas de equilibrio político, quizá como instinto de sobrevivencia. Todas ellas fueron consuetudinarias y ninguna llegó a formar parte de un manual escrito, pero eso sí, puntualmente observado. 

Es por ello que al regente se le impuso una limitación, a efecto de contener y controlar su enorme y privilegiado poder. Era el único funcionario que, al mismo tiempo, fungía como ministro y como gobernador. Como se dijo más arriba, trabajaba como anfitrión de los poderes federales. 

 Sus policías, sus recaudadores y sus ministerios públicos atendían a los miembros del gabinete, del Congreso y de la Suprema Corte. A los empresarios y a los comunicadores. A los embajadores y a los líderes. 

 Además, manejaba uno de los presupuestos formales más cuantiosos. 

 Pero, por encima de ello, tenía un presupuesto informal que superaba en 10 o 20 veces el formal. 

 Por todas esas razones, ese hombre todopoderoso debería tener una limitación o no podría dominarlo ni su propio jefe. 

 El sistema encontró dos candados. Uno de ellos, es que no tuviera futuro político. Ni la Presidencia ni nada. El otro es que, debido a sus encomiendas informales, a sus patrocinios y a su operación, siempre quedara con “un pie en la cárcel”. 

Independientemente del nombre con el que se ha denominado a dicho funcionario, bien sea el de alcalde, Jefe del DDF, gobernador o Jefe de Gobierno, además del informal y virreinal tratamiento de “Regente de la Ciudad”, el supuesto código secreto decía que nunca llegaría a gobernar el país. Sería verídica o mera patraña, pero lo cierto es que, hasta la fecha, se ha cumplido a cabalidad, con la sola excepción de Andrés Manuel López Obrador. 

Sin embargo, se puede suponer que, por lo menos en tres ocasiones, los presidentes en turno y grandes electores consideraron muy seriamente la posibilidad de ser sucedidos por su regente capitalino. 

 Para un puesto tan importante, designaron a un asociado político cercano, confiable y, quizá, hasta querido. Para ser secretario de Gobernación, obligatoriamente se requiere a algún conocedor de la política y respetado por los políticos, aunque no siempre se cumplió con eso. Para ser secretario de Hacienda, obligatoriamente se requiere a algún conocedor de las finanzas y respetado por los financieros, aunque no siempre se cumplió con eso. Pero, para gobernar la capital tan solo se requería cercanía, confianza y afecto. Eso parece poco, pero en realidad, es mucho. 

  

* * * * 

  

La primera de esas tres ocasiones fue con el presidente Manuel Ávila Camacho. Su regente fue un ilustre político hidalguense, llamado Javier Rojo Gómez. Buen operador. Fundador, con otros, de la Confederación Nacional Campesina. Formador de cuadros. Pero, sobre todo, bien visto por la mayoría de los avilacamachistas, para dar un paso que permitía un riesgo, pero que recomendaba no correr dos peligros en el mismo pase. 

 Y es que habían llegado los tiempos en que la Revolución transitara hacia el civilismo. Apuesta inteligente, pero, en esos momentos, considerada como arriesgada. Pero, a ella, agregar los riesgos de un cambio generacional parecía una doble temeridad. Pasar de militares a civiles era una cosa. Pero, al mismo tiempo, pasar de hombres maduros a gobernantes de escasos cuarenta años, parecía todo un “paso de la muerte”. 

 Sin embargo, Ávila Camacho decidió correr el doble riesgo y todo le salió bien. El elegido fue Miguel Alemán quien, dicho sea de paso, fue un muy buen presidente. Javier Rojo Gómez pasó a la lista de pérdidas. 

La segunda ocasión, también cuenta como protagonista a Miguel Alemán, pero ya como Presidente y, por lo tanto, como gran elector. Resulta que Alemán, desde muy apenas iniciado su sexenio o, seguramente, desde mucho antes, consideró como su seguro sucesor a su más fuerte asociado político y hermano espiritual, Gabriel Ramos Millán. Pero resulta que, a la mitad del sexenio, Ramos Millán perece cuando su avión se estrella contra el Popocatépetl. 

 Al verse Alemán sin sucesor, inició la muy difícil tarea de buscar un sustituto que viniera a recibir los privilegios y los honores que la muerte vino a arrebatarle a aquel amigo tan amado, para quien estaban destinados. Tanto en la vida política como en la vida familiar, es mucho más complicado buscar un suplente que elegir a un sucesor. 

En esos momentos, el alemanista más fuerte era, precisamente, el regente Fernando Casas Alemán. Movió sus hilos. Proyectó su imagen. 

Formó grupos. Iba perfectamente. 

Quizá, solamente dejó de calcular que, con ello, lastimaba el corazón de Miguel Alemán, adolorido de manera irreparable por la ausencia de su más querido amigo. 

Quizá, por ello, Alemán le abrió las puertas a un hombre tan lejano en edad, en formación, en pensamiento, en gusto, en estilos y en afectos, como lo era y lo fue siempre Adolfo Ruiz Cortines. Casas Alemán ingresó a la lista de bajas. 

Una tercera ocasión tiene como personajes centrales al Presidente Gustavo Díaz Ordaz y al regente Alfonso Corona del Rosal. Para nadie es un secreto que Díaz Ordaz encontraba muchísimas más razones de identidad, de simpatía y hasta de afecto por su regente, que las que jamás sintió por Luis Echeverría. 

Todo apuntaba a que aquel sería el elegido. Por si fuera poco, el hidalguense contaba con un currículum superior y propio al que poseía Echeverría. Superior porque, entre otros encargos, ya había sido gobernador de su estado, secretario en el gabinete y presidente nacional del PRI. Propio porque hasta entonces se requerían dos elementos, después eliminados para aspirar a la Presidencia. 

 Uno de ellos, haber ejercido algún cargo de elección popular y Echeverría no había sido ni senador, ni diputado, ni gobernador. El otro elemento, consistía en no haber sido subordinado o empleado del Presidente en turno, antes de que éste se hubiere convertido en Ejecutivo de la Nación. Corona nunca había trabajado para Díaz Ordaz, pero Echeverría sí había sido subsecretario de él, en Gobernación. 

 Así estaban las cosas y todo parecía indicar que el “tapado” sería Corona del Rosal. Pero, resulta que fue una más de las víctimas del tlatelolcazo. En su condición de regente e, injustamente hasta en la de militar, fue eliminado de la contienda. Hay ciertas voces que dicen que todo el conflicto del 68 fue, precisamente, un montaje para eliminar del handicap presidencial al regente de la capital. Como quiera que sea, Corona del Rosal también pasó a pérdidas. 

Existe otra tercia, que no llevó a sorpresas. No resultó extraño que los regentes Ernesto P. Uruchurtu, Octavio Sentíes y Ramón Aguirre no llegaran a las finales. Nunca, nadie les concedió la más mínima posibilidad, ni el Presidente se las alentó, ni ellos se las creyeron. Por esa razón, no ingresan al rol de perdidosos. 

 Una tercera triada se integraría con aquellos donde la resolución de su destino no nos ha quedado suficientemente aclarada. Nos referimos a Carlos Hank, a Manuel Camacho y a Óscar Espinosa. 

La incógnita sobre Hank reside en que, inexplicablemente, el presidente López Portillo hizo conspicua y hasta escandalosa la limitación constitucional que pesaba sobre el mexiquense, debido a la nacionalidad de su padre. López Portillo podía haberse callado y eliminarlo con discreción y sin dolor. O, por el contrario, pudo haber modificado la Constitución, tal como unos años después lo hizo Carlos Salinas. Pero, a alturas muy tempranas del sexenio, Hank recibió una tarjeta roja presidencial que lo expulsó de la contienda, de una manera innecesariamente humillante. 

 El segundo caso de esta triada, está constituido por el misterio Camacho. No sabemos si el entonces regente tuvo posibilidades más o menos reales o tan solo él mismo se las fecundó y se las fertilizó. Pero, el caso es que su berrinche para con Salinas rebasa el natural aturdimiento y hasta el enojo que, en ocasiones, ha invadido a los derrotados. ¡No!, nada de eso. Lo de Camacho deja más la sensación de haber sido el destinatario de una promesa incumplida o de un engaño burlón. En fin, de una o de otra manera, se suma a la larga lista de los regentes derrotados. 

El tercer enigma, es el caso de Óscar Espinosa. ¿Cuándo Ernesto Zedillo dejó de pensar en él como sucesor? ¿Alguna vez pensó en él? ¿Constituyó Espinosa para Zedillo una decepción dolorosa o tan solo fue una “llamarada de petate”? Ignoramos e ignoraremos, dirían los romanos. 

Existen, en el registro histórico, dos regentes que no jugaron a tiempo y, por lo mismo, no jugaron. Ellos fueron Alfonso Martínez Domínguez quien ocupó la regencia sólo durante 

seis meses y fue defenestrado como consecuencia del halconazo y a Manuel Aguilera Gómez, quien cerró el ciclo salinista en la regencia, a partir del berrinche Camacho. Así, como no jugaron, tampoco perdieron. 

Pero no se puede estar tan seguro de si eso es bueno o malo, porque se dice que más vale perder que no jugar. 

Más adelante, en el año de 1997, terminó la era constitucional en que los regentes fueron empleados subordinados del Presidente de la República, así como designados y removidos libremente por él, para dar paso a un sistema en dónde el ahora llamado jefe de Gobierno es un funcionario electo directamente por la ciudadanía, además de que sus sustitutos son elegidos por los órganos de representación ciudadana. 

Hasta ahora, suman ocho esos regentes. Un nuevo grupo integrado por Cuauhtémoc Cárdenas, Rosario Robles Berlanga, Andrés Manuel López Obrador, Alejandro Encinas, Marcelo Ebrard, Miguel Ángel Mancera, José Ramón Amieva y Claudia Sheinbaum. 

Cárdenas llegó a la Regencia, después de dos intentonas fallidas por alcanzar la Presidencia y habría de separarse del gobierno capitalino para aventurarse en una tercera fallona. 

De Rosario Robles, ni qué decir. 

Su deceso político fue irreversible, merced de los escándalos de orden pecuniario y sentimental en los que se ha visto envuelta, con razón o sin ella. Es decir, para ella quedaba vedada no sólo la Presidencia de la República, sino hasta la de sus condóminos. 

En lo que concierne a López Obrador, él tomó la delantera en el handicap presidencial. Al ganar, rompió la tradición infausta. 

* * * * 

  

Las listas de contendientes siempre son largas. Adolfo Ruiz Cortines decía que, si a alguien se le proponía practicar una operación de corazón, o tripular un avión, o jugar la final mundial de futbol, podría advertirnos que no era lo suyo ni estaba preparado. Pero que nadie se negaría si se le propusiera ser Presidente de México. 

 Es más, en cualquier sobremesa podríamos preguntar “Y tú, ¿qué harías si fueras Presidente?” De inmediato recibiríamos propuestas y promesas. 

Son excepcionales los que son sinceros en sus aptitudes. Hace años, un mexicano recibió la invitación presidencial para ser gobernador de su estado. No obstante que ello le representaba un gran ascenso político, lo rechazó mencionando que aún no estaba lo suficientemente preparado. En el siguiente sexenio, el nuevo presidente repitió la invitación y ya la aceptó, aunque ya no significaba un ascenso. Hoy, sus paisanos lo reconocen como el mejor gobernador que ha tenido su estado. Se llama Francisco Labastida. 

Es oportuno hacer notar que, una vez más, la contienda por la sucesión presidencial está muy integrada por gobernadores. No siempre ha sido así, pero el péndulo de los tiempos y de los estilos ha vuelto a reacomodar las posibilidades de los gobernantes locales para convertirse en gobernantes nacionales. 

 No debe olvidarse que en los últimos 100 años mexicanos siempre se ha mencionado en la contienda a por lo menos un gobernador o exgobernador. En esto no hay excepciones históricas. 

 Ello puede aportar grandes aptitudes para el ejercicio del supremo encargo, pero en ocasiones puede ser un factor negativo de limitación y atrofia. 

El gobierno local aporta magníficas experiencias, tanto en lo que podríamos llamar escolarmente la facultad, representada por la alcaldía, como en el doctorado representado por la gubernatura. 

 Sus beneficios son el aprendizaje para la toma de decisiones muy directamente ligadas con las preocupaciones inmediatas de la sociedad: el agua, la seguridad, la vialidad, el transporte, el equipamiento urbano, la educación, el desarrollo y otros temas, así como la capacidad para insertarlos y articularlos en el contexto de la política nacional y en la posibilidad de intermediación entre una sociedad, normalmente urgida de soluciones gubernamentales y un gobierno federal que centraliza las mayores posibilidades de acción. 

 Sus inconvenientes principales son la vertiginosidad de la gestión que envuelve al funcionario en un torbellino, más vinculatorio con lo inmediato que con el horizonte transgeneracional. 

La cuestión tiene importantes connotaciones, más allá de lo que aparece a primera vista. No en balde, su ausencia curricular constituía, en 1958, un fenómeno insólito en la política mexicana. Desde Carranza hasta 1958, los presidentes mexicanos habían sido, por cualquier tiempo y por cualquier título, gobernadores de sus estados. 

 Luego, vino una interrupción de 42 años. Siete sexenios tuvimos presidentes que no fueron gobernadores. 

 Más tarde, también fueron gobernadores Vicente Fox Quesada, Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador. Más aun, viendo hacia el futuro, varios de los mexicanos que ya se perfilan para estar en la boleta presidencial del 2024 han sido gobernadores. 

 En la contienda dentro de Morena, los 4 principales aspirantes tienen gubernatura curricular. Alfabéticamente, Marcelo Ebrard, Adán Augusto López, Ricardo Monreal y Claudia Sheinbaum han sido gobernadores y, por añadidura, han sido gobernadores provenientes de una elección general y ordinaria. Nada de provisionales, interinos o sustitutos. 

 Pero, en las filas de los partidos opositores sucede algo muy similar. 

En el PAN ya se manejan los nombres de Maru Campos, de Francisco Domínguez, de Mauricio Kuri y de Mauricio Vila. Algo similar sucede en el PRI, donde se encuentran mencionados Alfredo del Mazo, Omar Fayad, Alejandro Murat y Beatriz Paredes. En otros partidos, como Movimiento Ciudadano, ya sus partidarios han señalado a Enrique Alfaro y a Samuel García. 

 Desde luego que también hay personajes importantes que no han pasado por la gubernatura y anotemos a Ricardo Anaya, a Santiago Creel, a Enrique de la Madrid, a Luis Donaldo Colosio, a Zoé Robledo y a Margarita Zavala. 

Los jefes de partido también se sienten llamados, por lo menos, a la boleta interna y allí están Marko Cortés, Dante Delgado, Mario Delgado y Alejandro Moreno. 

Hay muchos otros gobernadores y exgobernadores que muy gustosos levantarían la mano si sus partidarios se lo pidieran. Se han escuchado voces que alientan a Silvano Aureoles, a Miguel Barbosa, a Manuel Bartlett, a Cuauhtémoc Blanco, a Manlio Fabio Beltrones, a Javier Corral, a Rutilio Escandón, a Alejandro Encinas, a Leonel Godoy, a Roberto Madrazo, a Rubén Moreira, a Quirino Ordaz, a Miguel Osorio Chong, a Claudia Pavlovich, a Miguel Riquelme y a Evelyn Salgado. 

La historia nos muestra a muchos gobernadores que han sido o siguen siendo un gallardete de su estado. 

Un capítulo especial requeriría, por el respeto y afecto que les profesan sus paisanos, los legendarios Carlos Hank González, Francisco Labastida Ochoa, Carlos Madrazo, Felipe Carrillo Puerto y Alfonso Martínez Domínguez. Y, sus orgullos, los presidentes Venustiano Carranza, Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles, Lázaro Cárdenas del Río, Manuel Ávila Camacho, Miguel Alemán Valdés, Adolfo Ruiz Cortines, Vicente Fox Quesada, Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador. 

 Pero también debemos considerar algo que puede afectar a los gobernadores que no han asumido, además, responsabilidades federales. 

 Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador han sido los dos presidentes que no tuvieron encargo federal, antes del presidencial. Esas limitaciones las superaron, pero deben recordarse. 

 Enrique Peña Nieto se convirtió en el primer presidente mexicano que no había ejercido un cargo federal. Durante los regímenes priistas, todos los candidatos provenían del gobierno federal. Más tarde, incluso los presidentes panistas habían ejercido cargos de la Federación. Vicente Fox fue diputado federal. Felipe Calderón fue diputado federal, director de Banobras y secretario de Energía. 

 Pero Enrique Peña sólo había ejercido cargos del gobierno local. De manera inmediata, Andrés Manuel López Obrador tuvo la misma aptitud y la misma limitación. 

 Nunca habían designado delegados federales, no habían tenido conflictos internacionales y no habían recorrido el país en ejercicio de su función. No habían tenido que pensar en aquellas cuestiones que son exclusivas del gobierno federal. Las relaciones internacionales, las Fuerzas Armadas, la explotación energética, la negociación comercial, las concesiones de telecomunicaciones, las permisividades bancarias, la banca central, la legislación laboral, los controles del juego o el combate al narcotráfico. 

 Sin embargo, ambos se acondicionaron rápido, pero eso no garantiza el futuro. Así que existen aquellos gobernadores estatales que no se han desempeñado como gobernantes federales. 

 Muchos políticos y observadores han dicho, en innumerables ocasiones que, desde el ejercicio del poder local, que son las gubernaturas y las alcaldías, se conocen los problemas individuales de los gobernados a título integral. Es decir, más allá de que los problemas que les son planteados, o cuando menos platicados, sean o no de su incumbencia, el contacto personal directo los involucra, ineludiblemente, en el conflicto humano de sus conciudadanos. 

 Es muy cierto que, al caminar por las calles de su localidad, alcaldes y gobernadores constantemente saludan a los viandantes, frecuentemente saben sus nombres y conocen sus principales problemas o logros individuales. Saben de la marcha de sus negocios. Están enterados de sus aconteceres familiares. No ignoran sus posiciones y preferencias políticas. Casi nada les es oculto de lo que cada quien piensa de su gobierno y de lo que espera de él. 

 Sólo a base de una impermeabilidad absoluta como gobernante, que también ha habido casos, puede un mandatario local llamarse desconocedor del acontecer humano de su entidad. 

En fin, buena escuela de gobierno son las gubernaturas. Aprovechemos sus bondades. Conciliemos sus razones con las de otras especialidades públicas muy valiosas e imprescindibles. Practiquemos el federalismo que, sabiamente, reúne capacidades y, también sabiamente, separa potestades. 

Como se le vea, es un ejercicio muy valioso. Quizá México no sería igual si Venustiano Carranza y Benito Juárez no hubieran sido gobernadores. Quizá otro hubiere sido nuestro destino, si Francisco Madero lo hubiere sido. 

     

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