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Nacional

Iturbide, el soldado defenestrado por el imperio español que se convirtió en emperador de México

El 21 de julio de 1822, en la Catedral (metropolitana) de lo que se convertiría en la Ciudad de México tuvo lugar la coronación de Agustín I, en una suntuosa ceremonia al estilo de la monarquía de España, con unos toques afrancesados

Andrés Becerril | 17-07-2022
Agustín de Iturbde
La Catedral Metropolitana de lo que hoy es la Ciudad de México, fue el escenario de la inauguración, consagración y coronación de Agustín I de México, monarca del nuevo país independiente de la Corona española. Fotografía: Especial

 

Agustín de Iturbide, hijo de un inmigrante vasco que se afincó en Morelia, cuando todavía era llamada Valladolid, fue coronado emperador del Imperio Mexicano el domingo 21 de julio de 1822, en el mismo territorio —la Gran Tenochtitlan— donde 298 años antes, los conquistadores al servicio del Imperio español extinguieron el Imperio mexica y a su último emperador: Cuauhtémoc.

La Catedral Metropolitana de lo que hoy es la Ciudad de México, fue el escenario de la inauguración, consagración y coronación de Agustín I de México, monarca del nuevo país independiente de la Corona española.

El 16 de septiembre de 1810 el cura Miguel Hidalgo y Costilla —a quien se le considera como el padre de la patria—, inició la guerra de Independencia y se consumó el 27 de septiembre de 1821, con la entrada a la agónica capital de la Nueva España del Ejército Trigarante con Agustín de Iturbide a la cabeza. Un mes atrás, el 24 de agosto de 1821, Iturbide y el último virrey de la Nueva España, Juan O’Donojú, habían firmado los Tratados de Córdoba, que fue el acuerdo de la Independencia de México.

El 28 de septiembre de 1821 en el Palacio Virreinal, hoy Palacio Nacional, se instaló la Suprema Junta Provisional Gubernativa; ahí, Iturbide suscribió el Acta de Independencia del Imperio; ese mismo día, en el actual Palacio Nacional, Iturbide, a quien la historia del país se lo ha querido arrancar, fue nombrado generalísimo y almirante.

Dos hechos son la prueba del repudio al emperador que fue soldado leal a la corona de España durante 19 años, desde que tenía 14 años —en 1797— hasta 1816; y que en 17 meses, entre el 10 de febrero de 1821 y el 21 de julio de 1822 fue coronado emperador como Agustín I de México.

El 7 de octubre de 1921, la Cámara de Diputados aprobó con 126 votos a favor y 11 en contra, el dictamen para retirar su nombre del muro de honor del recinto legislativo, según la nota publicada en Excélsior el 8 de octubre de 1921. Las letras de oro de Iturbide, colocadas en el quinto lugar del segundo lienzo —entre Víctor Rosales y Vicente Guerrero—, fueron desprendidas abruptamente por iniciativa de tres diputados al calor de una botella de cognac Martell, según la crónica publicada en la primera plana de Excélsior el 11 de octubre de 1921.

En jerga política contemporánea, Iturbide chapulineó. Al inicio de la guerra de Independencia defendió los intereses de la corona española: combatió a Vicente Guerrero; derrotó a José María Morelos y Pavón. A partir de acusaciones en su contra —de las cuales fue absuelto—, por malversación de fondos y abuso de autoridad en Querétaro y Guanajuato, el 14 de abril de 1816 por orden del virrey Félix Calleja, Iturbide fue cesado como mando del Ejército del Norte y rompió con la Corona española. Iturbide se mantuvo alejado de los campos de batalla algunos años; en octubre de1820 empezaron los planes de Iturbide para la Independencia y en 1821 definitivamente cambió de bando. El abrazo de Acatempan, el 10 de febrero de 1821 fue cuando Iturbide se fusionó con los insurgentes, entonces encabezados por Vicente Guerrero. Juntos formaron el Ejército Trigarante y el Plan de Iguala. Aún más, la bandera mexicana, con sus colores, verde, blanco y rojo —símbolo de las tres garantías— y el águila al centro, se debe a Agustín de Iturbide.

 

NO FUE OCURRENCIA

La creación del Imperio Mexicano y la coronación de un emperador no fue obra de la casualidad ni una ocurrencia del momento, era un acuerdo y fue ejecutada por el Congreso Constituyente que inició sus funciones el 24 de febrero de 1822. El Plan de Iguala, del 24 de febrero de 1821, señalaba las “indicaciones para el gobierno que debe instaurarse provisionalmente, con el objeto de asegurar nuestra sagrada religión y establecer la Independencia del Imperio Mejicano (sic); y tendrá el título de Junta gubernativa de la América Septentrional”.

En el documento se estipulaba un gobierno de monarquía moderada por un Congreso; originalmente la corona sería para uno de los integrantes de la casa de los Borbón, es decir, los antepasados del actual rey de España, Felipe VI.

Se presentó un panorama que allanó el camino a Iturbide para ser coronado como monarca de México: el rey Fernando VII de España no reconoció la independencia de México, y aún más, se replanteaban en España la reconquista; además de que en el Congreso convergieron distintos concepciones ideológicas —republicanos, monarquistas, independientes, borbones, nacionalistas, metropolistas, conservadores, liberales—, que luchaban descarnadamente por el poder, lo que creó confusión y ésa impulsó un albazo de Iturbide.

En su edición del 27 de septiembre de 1921, Excélsior publicó una serie de textos con motivo del centenario de la Independencia.

En la página 5 de la tercera sección de esa edición se publicó un texto titulado Agustín de Iturbide, emperador de México. El texto está ilustrado con tres reproducciones, un retrato del emperador, otro de su esposa y el tercero es la fachada de lo que fue el Palacio Imperial y que en 1921 era el Hotel Iturbide, que también fue el Hotel Diligencias y actualmente es uno de los edificios históricos propiedad de Banamex y que son parte del acervo que tiene a la venta junto con su banco, ubicado en la calle peatonal de Madero —que entonces se llamaba San Francisco—, de la Ciudad de México.

“Quiso entonces Iturbide aprovecharse de esa coyuntura para imponerse a los republicanos y a los borbones, y la noche del 18 de mayo de 1822, valiéndose de algunos soldados encabezados por un sujeto vulgar, Pío Marchá, le proclamaron emperador. Iturbide fingió no querer aceptar tan señalado honor; pero a instancias más o menos sinceras de los suyos, dejó la decisión de tan serio problema al Congreso. Éste, que en mayoría era enemigo del futuro monarca, se vio en la imposibilidad de externar libremente su opinión, en vista de la presión que sobre sus hombros ejercían los soldados amigos del caudillo. Los diputados independientes comprendieron que nadie podía contra la fuerza y se retiraron, de lo cual se siguió que el resultado de la votación fuera de nombrar emperador a Iturbide, con el título de Agustín I”, dice el texto de Excélsior del 27 de septiembre de 1921.

 

HUMILDAD ANTE SIMÓN BOLÍVAR

Once días después de ese acto clásico de acarreo a su favor, el 29 de mayo de 1822, Iturbide le contestó una carta a Simón Bolívar, Libertador de América, y entonces presidente de la Gran Colombia; la carta de Bolívar a Iturbide está fechada el 10 de octubre de 1821, una vez consumada la Independencia de México. Como Iturbide, Bolívar también tenía lazos con el País Vasco.

En la edición de Excélsior del 27 de septiembre de 1921, en la página 9 de la octava sección se publicó el texto titulado Las relaciones de Iturbide y Simón Bolívar. Ahí se rescatan las dos cartas. La de Bolívar, en la parte sustancial, señala:

“El gobierno y pueblo de Colombia han oído con placer inexplicable los triunfos de las armas que vuestra excelencia conduce a conquistar la independencia del pueblo mejicano(sic). Vuestra excelencia por una reacción portentosa ha encendido la llama sagrada de la libertad que yacía bajo las cenizas del antiguo incendio que devoró ese opulento imperio”.

El ya emperador, aunque aún entonces no se había realizado la ceremonia de entronización, también le escribió a Bolívar.

 

MONARQUÍA PARA SIEMPRE

Como parte de los preparativos para la ceremonia de coronación de Agustín I de México, en la Gaceta del Gobierno Imperial de México del 26 de junio de 1822 se publicó lo siguiente: “El Soberano Congreso Mexicano Constituyente, queriendo evitar las convulsiones a que está expuesta una monarquía en que no se haya declarado la sucesión al trono, ha tenido a bien decretar, y decreta, para felicidad de la nación, lo que sigue:

1. La monarquía mexicana, además de ser moderada y constitucional, es también hereditaria. 2. De consiguiente, la Nación llama a la sucesión de la Corona, por muerte del actual Emperador, a su hijo primogénito el señor Don Agustín. La Constitución del Imperio fijará el orden de suceder a la Corona. 3. El Príncipe heredero se denominará Príncipe Imperial y tendrá el tratamiento de Alteza Imperial. 4. Los hijos o hijas legítimos de S. M. I. se llamarán Príncipes Mexicanos, y tendrán el tratamiento de Alteza. 5. Al señor Don José Joaquín de Iturbide, Padre de S. M. I., se le condecora con el título de Príncipe de la Unión y el tratamiento de Alteza, durante su vida. Igualmente se concede el título de Princesa de Iturbide y tratamiento de Alteza, durante su vida, la señora Doña María Nicolasa, hermana del Emperador”.

En la ceremonia de coronación, que inició a las 8 de la mañana del 21 de julio de 1822, también fue coronada Ana María Huarte, la esposa de Iturbide como emperatriz.

Agustín I de México fue elevado al grado de “Su Majestad” y coronado por el presidente del Congreso Constituyente, el diputado por el estado de Puebla, Rafael Mangino.

Para la ceremonia de coronación hubo una especie de orden del día preparado por el Congreso Constituyente en 63 artículos, que tenían que ser cumplidos al pie de la letra y que básicamente eran un copy paste de los rituales de la corte española, aderezada con algunos de la francesa, particularmente con destellos napoleónicos, que incluían que antes que el diputado Mangino le ceñirá la corona a Iturbide le informara a éste de que el estatus de emperador le imponía la preservación del bienestar y la felicidad de la nación.

Otra de las informaciones que Mangino dio a quien había sido electo como monarca de México era que el emperador podría esperar la obediencia y lealtad de los mexicanos si respetaba su juramento de coronación; en caso contrario, la nación estaba autorizada por el mismo juramento a reclamar sus derechos, que eran inalienables. También que el poder que se le confería estaba limitado por la constitución y las leyes existentes.

 

POMPA Y CIRCUNSTANCIA

La edición de Excélsior del 27 de septiembre de 1921 reconstruyó el ambiente y la ceremonia de coronación de Iturbide en la ciudad que iba a dejar de ser la capital de la Nueva España, que antes había sido Tenochtitlán y que actualmente es la Ciudad de México.

El séquito que acompañó a Agustín I en su coronación llevaba al frente un escuadrón de caballería que portaba la bandera y el escudo del imperio. Atrás iban las parcialidades de San Juan y Santiago; seguían integrantes del clero regular y del secular, funcionarios de los tribunales, también de la universidad y oficinistas en general. Luego marchaban los ayudantes de ceremonia con las insignias de la familia real; una comisión de 22 diputados y los generales que portaban las insignias del emperador y de la emperatriz.

“Nunca en la antigua capital de la Nueva España —se lee en Excélsior— y flamante asiento de la Corte del nuevo Impero Mejicano (sic), se había presenciado ceremonia tan suntuosa como la de la coronación.

“Fue la comitiva a Catedral desde el palacio de Iturbide en la calle de San Francisco (hoy Madero), bajo el toldo usado en las procesiones, formando valla las tropas de la guarnición, y desfilaron las corporaciones del Estado y todo cuanto de más granado contenía entonces la sociedad de México. Entre la comitiva iban tres generales, llevando uno el anillo de la emperatriz sobre un almohadón; el segundo la canastilla con el manto de la misma y el tercero la corona; seguía luego la esposa del nuevo emperador acompañada de dos princesas y de la comisión del Congreso destinada para escoltarla. Otros cuatro generales llevaban la corona, el cetro, manto y anillo del emperador. Con la comisión de diputados, el príncipe de la Unión (el padre de Iturbide), el heredero (Agustín hijo del monarca mexicano), presidiendo toda la comitiva de Iturbide sin insignias, luciendo el uniformo de coronel de regimiento de Celaya —rango que le había conferido el virrey Félix Calleja el 27 de abril de 1813—. En el pórtico de la Catedral dio un obispo agua bendita a la emperatriz y otro al emperador, y ungidos al Cabildo Metropolitano condujeron procesionalmente a SS. MM. bajo de palio que llevaron los canónigos hasta el coro, de donde pasaron a un trono pequeño, pues sólo debían ocupar otro más grande después de la coronación”, se lee en las páginas de Excélsior de hace 101 años.

 

CORONADO Y ENTONIZADO

La misa de coronación comenzó después de que Iturbide entregó su espada al presidente del Congreso. El emperador ocupó un trono exprofeso para la primera parte de la ceremonia, que incluyó la procesión de fe del monarca con la mano en los Evangelios, la colocación de las insignias en el altar, el canto del Veni Creator Spíritus por parte del obispo de Guadalajara, Juan Cruz Ruiz de Cabañas —uno de los mecenas de Iturbide—, mientras los emperadores rezaban en sus reclinatorios.

“Comenzada la misa solemnísima, se pusieron el emperador y la emperatriz en las gradas del altar, y allí hizo en ambos el obispo consagrante la unción sagrada en el brazo derecho, y vueltos al trono pequeño, se procedió a bendecir las insignias imperiales y el presidente del Congreso puso una corona sobre la cabeza del emperador, y éste otra sobre la de la emperatriz, a la que una dama de honor colocó el anillo y el manto, pasando entonces los soberanos al trono grande, momento en el cual el obispo celebrante dijo en alta voz: “Vivat Imperator In aeternum”, a lo que todos los asistentes respondieron con fuertes exclamaciones: ¡Vivan el emperador y la emperatriz!

 

ITURBIDE, CORONADO Y ENTRONIZADO

Concluida la misa dijo el jefe de armas en voz alta:

“El muy piadoso y muy augusto Emperador constitucional, primero de los mexicanos, Agustín está coronado y entronizado. “¡Viva el emperador!”. Los vivas de los concurrentes y una salva de artillería anunciaron el fin de la ceremonia, habiendo los miembros del clero y del Congreso acompañado a los soberanos a su salida.

Vueltos a Palacio, los emperadores se presentaron en los balcones de la plaza, desde donde arrojaron al pueblo monedas, y a esa ceremonia siguió la inauguración solemne de la Orden de Guadalupe, gastándose en todos esos festejos grandes cantidades, a pesar de la penuria del Erario”, se lee en la edición de Excélsior del 27 de septiembre de 1921.

 

 

 

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