Realizan homenaje: Elogian prosa impecable y espíritu juguetón de Hugo Hiriart
Escritor filosofante, de mente lúcida y autor de libros como La ginecomaquia y El arte de perdurar, fue homenajeado ayer en la Sala Miguel Covarrubias del Centro Cultural Universitario

Un escritor filosofante; un solitario afecto a los insectos, las máquinas inútiles y las etimologías dormidas; un calígrafo de mano y de alma; un hombre sabio, de los que además son eruditos; uno de los grandes, grandes.
El escritor, dramaturgo, ensayista, guionista de cine y académico de la lengua Hugo Hiriart (1942) escuchó ayer, sin dejar de sonreír, las reflexiones y opiniones que siete de sus amigos y colegas vertieron durante el homenaje en su honor que inauguró el Festival Cultura UNAM en la Sala Miguel Covarrubias del Centro Cultural Universitario.
Los historiadores Enrique Krauze y Héctor Aguilar Camín, el escritor y crítico literario Guillermo Sheridan, la narradora Ángeles Mastretta, los actores Germán Jaramillo y Antonio Castro y el editor Martín Solares celebraron “su legado vivo y que permanece”, como precisó Rosa Beltrán, coordinadora de Cultura UNAM.
Hugo es un escritor de mente lúcida, prosa impecable y espíritu juguetón. Es uno de los grandes, grandes; un creador de universos que nos ha invitado, a través de sus libros, a mirar el mundo con otros ojos. Sus obras son un despliegue de ingenio, erudición y, sobre todo, de una profunda humanidad.
Tiene la rara habilidad de escribir sobre temas profundos, como la filosofía, la ciencia, el amor y la soledad, con la ligereza de un ilusionista. Sus libros son un recordatorio de que la curiosidad, el juego y la belleza son el verdadero motor del mundo”, comentó Beltrán antes de dar paso al conversatorio.
Krauze describió que, “en nuestra República de las Letras, vive un escritor que, desde hace más de 60 años, ha ejercido con inimitable gracia, como un don casi divino, gozoso y benévolo que debemos agradecer, todas las manifestaciones de la literatura. Es Hiriart, a quien hoy rendimos homenaje”.

El director de la revista Letras Libres recordó que Hiriart fue discípulo de Julio Torri, trató a Alfonso Reyes, convivió con la generación vasconcelista, fue lector y amigo de Octavio Paz; y estudió filosofía con José Gaos, con el padre José Manuel Gallegos Rocafull, Luis Villoro y Alejandro Rossi.
Con ese bagaje, uno diría que estaba destinado a la filosofía; pero Hugo decidió crear un universo distinto, enteramente suyo, sería un escritor filosofante. En su imaginación todo se vuelve literatura filosófica, las minucias de la vida y los temas últimos, los afanes de la vigilia y el vuelo de los sueños, el comportamiento de los animales, las figuras de las nubes”, añadió.
Sheridan evocó que conoció a Hiriart hace 55 años, en 1970. “Él es el más viejo de mis amigos y nos tratamos de hermano. Nos conocimos en una casa donde había un perro salchicha que se llamaba Tamarindo. Era una casa llena de alcohol y comunistas.
Hugo es un cabal representante de una tipología particular que no abunda: la del heterodoxo mexicano, sobrado de olfato y falto de gravedad. El heterodoxo observa desde la periferia, en su dentadura hay un filo de cinismo y en su ojo el afecto por la precisión”, señaló.
Es un dandy que pasea sus galas por las avenidas de lo conjeturable, un solitario afecto a los insectos, las máquinas inútiles, las etimologías dormidas. Su curiosidad se enciende ante los grandes edificios del pensamiento, pero prefiere las tuberías y las bodegas. Su mirada recorre los grandes frescos de la historia; pero lo hace por las costuras”, indicó.
Aguilar Camín, por su parte, confesó que el autor de La ginecomaquia y Hécuba, la perra lo indujo, a finales de los años 70, “al vicio que no he abandonado del periodismo. Él es el responsable de que yo haya escrito la novela La guerra de Galio y que me haya metido en las salas de redacción de los periódicos. Todo es su culpa”.
Y habló sobre el arte de Hiriart. “Hay algo esencial de calígrafo en Hugo. Es un calígrafo de mano y de alma. Escribe y dibuja al mismo tiempo. Y en ambas cosas es nítido y complejo, como el tejido de una telaraña.
La verdad de su escritura, como el de su lectura, está en el viaje; no en el punto de salida ni en el de llegada, no en la trama y sus enigmas, sino en el viaje, en su toma de rodeos y senderos, desvíos y regresos al camino central”, indicó.
Mastretta destacó que “este reconocimiento de la obra de Hugo provoca una alegría en estos tiempos en que resulta casi imposible que se premien la nobleza y el arte. Alegra además porque Hugo es un escritor privado y silencioso. Uno de esos tesoros que no se andan contando, que se leen en la noche a trozos y se celebran entre los elegidos sin mayor escándalo”.
Durante el homenaje se representó una escena de la obra Ámbar, de Hiriart. Y, al final, con paso lento, el homenajeado recorrió la pequeña exposición de sus pinturas montadas en el vestíbulo de la sala. De traje café y camisa gris, no dejó de sonreír, abrazar y besar a quienes lo saludaban. Pero no podía hablar. Sólo acertó a decir que se sentía “exhausto, pero feliz”.
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