Héctor Manjarrez: los dilemas de la literatura y de la vida
En la antesala de sus 80 años, el narrador, poeta y ensayista reflexiona sobre el camino andado para crear una obra marcada por la ironía y el humor negro

Cuando yo tenía unos 15 años, leí La región más transparente de Carlos Fuentes y me asombró, me maravilló. Entonces dije: “Yo quiero ser como este señor, quiero ser escritor”.
Recuerda el narrador, poeta y ensayista Héctor Manjarrez (1945) en la antesala de sus 80 años, que cumplirá el próximo 28 de octubre; aunque su editorial, Era, le adelantó un homenaje la noche del pasado jueves, en el que charló con el escritor José Ramón Ruisánchez.
Becario del Centro Mexicano de Escritores, donde trabajó una novela con autores como Salvador Elizondo y Juan Rulfo, confiesa que “mi maestro fue, de una cierta forma, Carlos Fuentes”.
En entrevista con Excélsior, el novelista y cuentista comparte las vicisitudes de su carrera literaria, que comenzó en 1963 con la publicación de un cuento sobre un campesino yugoslavo en el suplemento Diorama, del Periódico de la Vida Nacional.
¡Imagínate!, qué iba yo a saber de los campesinos yugoslavos. Pero Excélsior publicó mi relato y, eso sí, nunca me pagaron nada”, narra entre risas en su departamento de Villa Olímpica.
Autor de una obra marcada por la ironía y el humor negro, Manjarrez comenta que, tras ocho décadas de vida, “no me queda ninguna certeza ni esperanza, porque el país se nos ha caído a pedazos.
El sexenio anterior fue un desastre. La izquierda, que nunca fue muy importante, desapareció para siempre al sumarse al populismo. Y México está destrozado en manos del crimen organizado”, agrega.
Admite que tampoco ha estado bien de salud. “Llego a mis 80 años mal, con dolores en las lumbares, el manguito rotatorio jodido. He estado este año tres veces en el hospital. No puedo caminar. Menos viajar. Pero sigo escribiendo. Aunque cada vez hay menos mexicanos que leen”, añade.
Implacable, exigente y crítico, el Premio Xavier Villaurrutia 1983, por su novela No todos los hombres son románticos, evoca el viaje que hizo a Yugoslavia en 1962, para visitar a su padre, de nombre Héctor Manjarrez, quiera era diplomático en ese país, donde tuvo una experiencia que lo marcó y lo retó.
Allá llegaron Fuentes, su esposa Rita Macedo y Fernando Benítez. Andábamos viajando, los llevábamos por varios lugares, nos divertíamos bastante. Un día, Benítez me dijo: ‘Oye, hermanito, ¿que quieres ser escritor? ¿Por qué no me muestras tus textos? Venme a ver mañana al hotel’, narra imitando la voz del periodista.
Al día siguiente fui. Llegamos mi padre y yo. Estaban los tres en la cafetería. Le mostré a Benítez unos poemas. Él agarraba el papel, lo leía y decía ‘¡Pésimo!’ Lo arrugaba y lo aventaba hacia diversos lugares. El público veía intrigado a un viejo arrojando papeles y a un joven de 17 años que recogía las hojas y las desarrugaba.
Rita y Carlos le pedían: ‘Fernando, por favor, no hagas eso’. Él decía que eran una porquería, que su sirvienta escribía mejor. Y me aconsejó: ‘¡Dedícate a algo útil, sé médico, salva a la patria!’. Fue una humillación horrible”, detalla sin dejar de reír.
Pero dice que, a pesar de todo, ese encuentro fue importante para él. “Rita y Carlos leyeron mis textos. Carlos comentó: ‘No sé si tienes talento. Se nota que te interesa escribir, que has leído y me parece bien que hayas decidido darte un año para ver si eres escritor. Haz eso, escribe’.
Se acabó el año que iba a estar con mi padre. Me fui a España, a París y a Londres. Conseguí chamba en la Embajada de Londres, justo cuando llegó Fuentes para establecerse en la ciudad. Nos hicimos amigos. Hablábamos mucho, tomábamos café, caminábamos. Fue una relación bonita, a pesar de la diferencia de edades y de que él ya era famoso”, indica.
El profesor de Comunicación de la UAM admite que Fuentes apadrinó su primer libro de cuentos, Acto propiciatorio (1970). “Un día se lo llevé. Lo leyó y después me invitó a comer a un restaurante húngaro. Me dijo: ‘Le voy a escribir a Díez-Canedo para que te publique ya’. Pero se tardó un poco en salir. Y de ahí p’al real”, señala.
Tras publicar la novela La prisión en invierno, en la que recrea su estancia de un mes en una cárcel de Burgos (España) en 1969, Manjarrez acaba de entregar al sello Era un nuevo libro de cuentos. “Pero ese no es el que van a publicar. No se los he dicho. Es que agregaré otros relatos”, adelanta.
Sobre si se arrepiente de algo, responde que “ya es tarde para eso”. Y acepta que tal vez los jóvenes cambien este país. “Los mejores alumnos son las mujeres y los gays: trabajan, les interesa la carrera, les entusiasma. Los hombres están perdidos. No saben quiénes son ni qué quieren. Pero la UAM es un lugar muy padre para estar”.
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