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El trabajo de López-Gatell: una curva razonable

Víctor Beltri

Víctor Beltri

Nadando entre tiburones

El trabajo del doctor López-Gatell no es salvar vidas, como podría suponerse por su profesión; el trabajo del epidemiólogo López-Gatell no es, tampoco, controlar la pandemia, como lo indicaría su especialidad. El trabajo del vocero López-Gatell no es, menos aún, informar a la sociedad con veracidad, como podría inferirse por el puesto que desempeña.

El trabajo de Hugo López-Gatell no es otro que dibujar, día con día, una curva que parezca razonable y repetir —mil veces si es preciso, hasta que se convierta en verdad— una versión que, más que ceñirse a los hechos, sea conveniente para continuar con una narrativa que poco tiene que ver con la realidad, y para cuyos fines es necesario que la pandemia termine en una fecha precisa: el 25 de junio, justo una semana antes de la entrada en vigor del T-MEC.

Una curva en franco ascenso no está aplanada, aunque hubiera podido ser 75 veces más grande: sin datos que lo respalden cualquier cosa es posible. Un virus que se expande sin control alguno, y arroja una tasa de decesos del doble que otros países, ni lejanamente está domado. La nueva normalidad es la incertidumbre y, sin pruebas suficientes, seguiremos navegando en aguas inciertas sin saber si la reapertura es prudente: “Más vale una mentira que no pueda ser desmentida que una verdad inverosímil”.

Mentiras, falacias, verdades a medias que costarán la vida de cientos —si no es que miles— de personas, con tal de reanudar las cadenas de suministro que Donald Trump necesita para dar oxígeno a sus pretensiones de reelección; políticas fiscales draconianas, y una absoluta falta de apoyo a la iniciativa privada nacional, con tal de poner la bota en el cuello a quienes podrían hacerle frente a los planes para instaurar una economía social de Estado en nuestro país, delineada por una persona que no es capaz de interpretar el coeficiente de Gini. Complots de los medios internacionales, adversarios que no saben ver con buenos ojos, médicos mercantilistas, mujeres mentirosas. Vamos bien, muy bien, sentencia el jefe del Ejecutivo al que el coronavirus le cayó como anillo al dedo para cumplir con sus objetivos.

Como anillo al dedo. El trabajo del doctor López-Gatell ha rendido frutos, en una sociedad más polarizada que nunca y que lo ha convertido en uno de sus santones: sin importar la evidencia en sentido contrario, la curva razonable se ha convertido en un dogma de fe que apuntala el discurso presidencial, y le permitirá, junto con el semáforo del coronavirus, descargar la responsabilidad de la parte más grave de la crisis sobre alguien más: en los gobernadores.

Jugada perfecta. En la narrativa oficial, el gobierno federal ya ha vencido la pandemia y mantiene una curva razonable y aplanada, a pesar del pésimo estado del sistema de salud (de lo cual han culpado a las administraciones pasadas), de la falta de recursos para la adquisición de equipo médico (de lo que han culpado a los empresarios que no pagan impuestos), y de las críticas provenientes de los medios extranjeros (una extraña sincronía).

De lo que viene, a los gobernadores. Para eso es el semáforo: la mentira —repetida mil veces hasta convertirla en verdad— de que el coronavirus ha sido domado, le permite al Ejecutivo transferir la responsabilidad de lo que viene a las entidades federativas (que navegan a ciegas, sin pruebas y sin recursos) en tanto cumplan, o no, con una disposición sin fundamento científico, pero que cuenta con el apoyo popular. Vaya encrucijada: quienes decidan seguirla, tendrán que someter su actividad económica a los caprichos de la Federación; quienes no lo hicieran así, tendrán que asumir —por desobedientes— los fallecimientos acaecidos durante el verdadero pico de la pandemia. Buen trabajo, doctor.

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