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Política de alto riesgo

Vianey Esquinca

Vianey Esquinca

La inmaculada percepción

 Al presidente Andrés Manuel López Obrador le gusta la adrenalina y por eso practica todos los días la política de alto riesgo, la cual se define como aquélla que presenta un peligro real o aparente para la integridad de un país, una persona, un grupo o un partido. Por su­puesto esta disciplina debe ser realizada por profesionales; sin embargo, cada vez más inexpertos o amateurs la practican lo que supone una amenaza.

Todos los días, el mandatario mexicano se sube hacia la montaña más alta de su ego y desde ahí se lanza en caída libre contra sus adversarios reales y ficticios. Por supuesto, usa un traje especial de impunidad, que le permite desplazarse por todo el espacio violentando la presunción de inocencia, la legalidad, el Estado de derecho y cualquier otra ley que se le atraviese.

Cada tercer día también prac­tica el “jalarle la cola al tigre”. Como buen profesional combi­na sus rutinas. Así, un día deci­de condicionar su asistencia a la Cumbre de las Américas si el gobierno de Estados Unidos no invita a los gobiernos impresen­tables, antidemocráticos y tira­nos de Nicaragua, Venezuela y Cuba; y otro, le retira el lugar de estacionamiento en el aeropuer­to de Toluca al avión de la DEA que era utilizado para operacio­nes de antinarcóticos. Por supuesto, cuan­do se enfrenta a un deportista más grande y bocón como Donald Trump, el Presidente mexicano se subordina y deja que le ganen.

El Ejecutivo es todo un atleta en el surfeo de problemas. Es más, podría fácilmente obtener el oro si fuera un deporte olímpico. A pesar de que la economía presenta signos preocu­pantes por falta de crecimiento, que hay una inflación que no logra controlarse y que la violencia está imparable, él con gran soltura puede desplazarse sobre la cresta de las olas. Lo mismo sucede con todos los problemas que se presentan, por más alta que sea la oleada de críticas, él mantiene el equilibrio sobre su tabla de popularidad. Si hay incidentes por el defi­ciente rediseño del espacio aéreo o las quejas de las mujeres aumentan por la cantidad de feminicidios registrados, el tabasqueño da un quiebre de cadera y se mantiene de pie.

Este año sólo una vez lo revolcó una ola de desprestigio y fue cuando se descubrió que a su hijo mayor la austeridad republicana le hace lo que el viento a Juárez. El escándalo de la Casa Gris lo arrastró al fondo.

Por cierto, en el deporte de sufear pro­blemas es donde ha hecho escuela y un gran número de seguidores: funcio­narios y gobernadores lo han querido emular.

López Obrador también es experto en el rafting en aguas bravas, se podría decir, incluso, que es su especialidad. Ha deci­dido que, en lugar de controlar esos ríos salvajes manchados de sangre por el crimen organiza­do, los va a navegar y ¡vaya que lo ha hecho bien!

Por ello desde el inicio de su gobierno emprendió su política de abrazos y no balazos. La se­mana pasada en medio del es­tupor de propios y extraños dijo: “Cuidamos a los elementos de las Fuerzas Armadas, de la De­fensa, de la Guardia Nacional, pero también cuidamos a los integrantes de las bandas, son seres humanos”. Se ha sacado la foto con la mamá de Joaquín El Chapo Guzmán y liberó a su hijo Ovidio, ha justificado que el Ejér­cito sea humillado por integrantes de ban­das criminales y se ha hecho ojo de hormiga ante las denuncias de los narcogobiernos en el país. Todo indica que el Presidente quiere demostrar que los ríos no son tan brutales como parecen ni tan peligrosos.

Definitivamente, el Presidente mexicano es un deportista de alto riesgo, y por eso pa­rece que le gusta poner en alto riesgo al país, la economía, la seguridad y las relaciones binacionales.

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