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Policías

Pascal Beltrán del Río

Pascal Beltrán del Río

Bitácora del director

 

“Necesitamos que vengan policías de toda Alemania para buscar a los desaparecidos”, afirmó el lunes Roger Lewentz, ministro del Interior de Renania-Palatinado, uno de los estados más duramente golpeados por las inundaciones de la semana pasada.

El funcionario no se refería únicamente a la capacidad de despliegue de las corporaciones de seguridad y la posibilidad de usar vehículos anfibios y helicópteros en la búsqueda sino, sobre todo, evitar el horror de que fueran los propios habitantes quienes encontraran ahogados a parientes y vecinos.

No existe una sociedad que funcione adecuadamente sin cuerpos de policía bien organizados y que cuenten con la confianza de los ciudadanos. Una policía de esas características no sólo mantiene el orden y previene el delito, también asiste a las personas que se encuentran en un aprieto.

Una vez que asistí a un congreso de periodismo en Gotemburgo, Suecia, me enteré que es de lo más común que la policía acompañe a su casa a las personas que han bebido de más. 

Hace algunos años rogué a los tripulantes de una patrulla en México que levantaran a un hombre borracho que había caído de bruces en la banqueta. “Ése no es nuestro problema”, respondieron de forma cortante los agentes. Mientras buscaba otra forma de ayudarlo, pensé que si hubieran accedido a llevárselo, probablemente el hombre habría terminado sin cartera y abandonado en una zanja.

En la recientemente estrenada serie televisiva Somos, basada en la masacre de Allende, Coahuila, la policía local recorre las calles buscando a personas que puedan servir de esclavos o sicarios a Los Zetas. Cuando el protagonista se encuentra en la cárcel de Piedras Negras con los malos agentes que lo detuvieron y lo metieron allí preso, les pregunta por qué. “Teníamos que cumplir con la cuota”, afirman.

Desde luego que hay buenos elementos policiacos en todos lados —como hay buenas personas en cualquier grupo o actividad—, pero la eficiencia de un cuerpo de seguridad depende, sobre todo, del establecimiento de objetivos y la preparación de sus integrantes con base en el profesionalismo, el valor, la ética y el conocimiento de las leyes.

Al escuchar el llamado de Lewentz pensé de inmediato en los buscadores de desaparecidos en México. Me refiero, desde luego, a quienes tratan de encontrar a sus seres queridos después de que fueron levantados por grupos criminales; quienes pasan días enteros, al rayo del sol, rascando la tierra para encontrar algún indicio de una fosa clandestina. A ellos no los ayuda la policía, ¡qué va! Nadie se plantea, como en los pueblos arrasados por el agua en Alemania, que es necesario evitar el shock de que los cuerpos en descomposición de los desaparecidos sean encontrados por sus familiares.

Ayer, en estas páginas, Jorge Fernández Menéndez planteaba, con mucha razón, que sin policías locales fuertes y homologadas no habrá seguridad en el país, por más que se quiera depositar la tarea de la pacificación en manos de la Guardia Nacional, el Ejército y la Armada. Y que en los lugares donde se han logrado revertir las condiciones de inseguridad —como Tampico—, el éxito ha tenido mucho que ver con la creación de una policía capaz y honorable.

En los últimos dos sexenios se ha optado por centralizar los mandos, alegando que el problema es la existencia de cerca de 2 mil corporaciones de seguridad municipales. Tal vez se debió continuar con la apuesta que alguna vez se hizo de fortalecer las policías locales y mejorar la coordinación.

Si México contara con buenas policías, cercanas a la gente en distancia y empatía, seguramente no tendríamos un problema de inseguridad como el que padecemos. Los desaparecidos, en caso de existir, serían buscados por personal especializado y no por los familiares que, además de hacerlo, cargando con la tragedia personal, tienen que enfrentarse con las amenazas de los delincuentes que se llevaron a sus familiares.

 

 

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