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Opacidad de la casa

Pascal Beltrán del Río

Pascal Beltrán del Río

Bitácora del director

En respuesta a una de esas preguntas-trampolín que le permiten opinar sobre temas que no están necesariamente en la agenda informativa, el presidente Andrés Manuel López Obrador informó, en su conferencia mañanera del martes, que solicitará al presidente Joe Biden que “atienda” el “asunto” de Julian Assange, fundador de Wikileaks, quien espera en una cárcel británica su extradición a Estados Unidos para enfrentar 18 cargos penales por obtener y divulgar secretos militares.

El mandatario comenzó diciendo que había solicitado al entonces presidente Donald Trump, al final de su mandato, que usara su prerrogativa para que “se le exonerara, porque es un preso de conciencia”.

En realidad, la facultad que otorga al Ejecutivo el artículo II de la Constitución estadunidense es la de cancelar o conmutar el castigo a personas condenadas por ofensas contra Estados Unidos. Para que el perdón pueda otorgarse, debe haber una sentencia condenatoria, cosa que Assange no tiene, porque aún no ha sido juzgado.

En ese sentido, no sé qué podría hacer Biden respecto de la petición que, dice López Obrador, le planteará ahora que ambos se reúnan en Washington. Pero llama la atención que el Presidente de México quiera intervenir en el caso de quien él considera “el mejor periodista de nuestro tiempo”.

Da la impresión de que la defensa de Assange es una manera de empatar el marcador con Estados Unidos, país al que López Obrador ha acusado de intervencionista por otorgar apoyo económico a organizaciones mexicanas que han destapado casos de malos manejos del dinero público o conflicto de interés en el gobierno federal.  

En lo que sí estoy de acuerdo con él es que el procesamiento penal de Assange en Estados Unidos tiene implicaciones serias para la libertad de expresión, pues podría crear antecedentes para perseguir judicialmente a quienes revelan crímenes de guerra y violaciones graves a los derechos humanos.

Pero me pregunto si el Presidente pensaría lo mismo de Assange en caso de que éste hubiera usado sus habilidades tecnológicas para dar a conocer información que afectara a su gobierno o a su círculo cercano. La experiencia dice que le llamaría corrupto o conservador, o ambas cosas, como ha hecho con periodistas y medios que lo han incomodado –extranjeros, algunos de ellos– y preguntaría dónde estaba durante los gobiernos que precedieron al suyo y por qué nunca dijo nada sobre ellos (aunque lo hubiera hecho).

Porque, para él, buen periodista no es el que revela información de interés público u opina sobre ella manteniendo su distancia de los actores políticos, sino quien, aun no siendo periodista en sentido estricto, coincide con su visión ideológica. No lo invento: es algo que ha declarado repetidamente.

También creo que López Obrador no necesita ir a buscar casos de procesamiento penal injusto en el extranjero, pues hay varios en este mismo país.

Por mencionar uno: el de Pasiano Rueda, alcalde electo de Jesús Carranza, Veracruz, quien ganó la elección desde la cárcel, a la que fue enviado por una acusación ridícula de intento de homicidio, esperando que así perdiera la votación, y en la que lo mantienen preso para que no pueda tomar posesión el 1 de julio próximo y así justificar la instalación de un concejo municipal. Por cierto, el Presidente no puede decir que no conoce el caso, porque recientemente su camioneta fue detenida por los partidarios de Rueda, durante una gira por el Istmo de Tehuantepec.

Y si López Obrador admira lo que hace Assange –sacar a la luz cosas que una autoridad desea mantener secretas–, su gobierno debiera estar más comprometido con la transparencia.

Tan sólo este año, de acuerdo con el Inai, se han acumulado 93 respuestas a solicitudes de información, realizadas con base en la Ley de Transparencia, en la que diversas dependencias alegan la inexistencia de los datos solicitados, como una manera de no entregar lo que se les pide.

Así, la defensa de Assange parece un caso de farol de la calle y oscuridad en la casa. O, por decirlo de otra manera: transparencia en casa del vecino y opacidad en la propia.

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