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Los seis meses que marcarán el sexenio

Pascal Beltrán del Río

Pascal Beltrán del Río

Bitácora del director

Las prisas no son buenas consejeras, decía mi abuela Raquel, mientras yo me atragantaba el desayuno para llegar a tiempo a clase.

Pese a lo que predica ese dicho muy mexicano, las prisas guían el último tramo del sexenio.

Es muy probable que el periodo presidencial vaya a ser juzgado por lo que suceda en los próximos seis meses, lapso que concluirá con la designación de quien abandere al oficialismo en la elección de 2024.

Las obras emblemáticas del gobierno avanzan a toda velocidad para que puedan ser inauguradas, así estén lejos de ser concluidas y de cumplir su propósito.

El suelo poroso de la península de Yucatán se agrieta y se quiebra bajo el peso de las pesadas columnas de cemento y acero que se levantan para sostener los rieles, el balasto y los durmientes del ferrocarril, pero no importa. La orden es entregar en diciembre el Tren Maya para que el Ejecutivo pueda dar el banderazo y vea avanzar la locomotora y los vagones… aunque sea algunos metros.

El Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles languidece por falta de pasajeros. Sus pistas son azotadas por las tolvaneras que vuelven a la zona cada año, desde que se tiene registro. El techo de la terminal, pese a ser nuevo, hace agua con las primeras lluvias de la temporada.

Quizá nunca vaya a ser la solución para la saturación del espacio aéreo del Valle de México, pero hay que conectarlo a la de ya con el Tren Suburbano, porque tal es la instrucción, y si para ello hace falta expropiar tierras en los municipios mexiquenses de Tultitlán, Tultepec y Nextlalpan, que así sea.

En la refinería Olmeca de Dos Bocas, Tabasco, no se ha terminado la planta de cogeneración ni las plantas combinada y coquizadora, pero el precio de la obra ya se duplicó y ahora ronda los 17 mil millones de dólares. Aun así, resulta impensable que se posponga la ceremonia en la que se presumirá el inicio de operaciones de la planta, porque con algo habrá que celebrar, en julio, los cinco años del triunfo electoral de la Cuarta Transformación.

Entre todos los poderes que tiene el Presidente, no está el de detener las manecillas del reloj. Acá el sol no se queda quieto como en Gabaón. Los días continúan su marcha y poco a poco se diluye el poder del mandatario. En un semestre –él lo sabe, conocedor como es de la relojería política– su partido deberá tener aspirante para sucederlo y, en medio de la estampida de búfalos que seguirá al destape, quién sabe si quede alguien que le haga caso.

Por eso, las prisas. Dejar algo por lo que se le recuerde. Que digan que ese tren, ese aeropuerto, esa refinería los hizo él. Obras que tapen un poco la violencia criminal, que ya va en camino a los 160 mil homicidios, los centenares de miles de muertos que dejó la pandemia y el malogrado crecimiento económico de “cuatro por ciento anual promedio”.

Que los libros de texto digan que nacionalizó el litio y, por segunda vez, la industria eléctrica. Que conectó por tren la frontera con Guatemala con la península de Yucatán, pasando por el Istmo. Que resucitó a Mexicana de Aviación y volvió a poner a Banamex en manos nacionales. Si para ello hace falta darle un raspón al clima de inversiones, no le hace, ha valido la pena. Por eso no puede parar: cree que la historia le tiene reservado un asiento y tiene que ocuparlo a cualquier costo.

 

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