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2024: ¿la favorita o el mejor posible?

Pascal Beltrán del Río

Pascal Beltrán del Río

Bitácora del director

Ya pasaron seis meses de que el presidente Andrés Manuel López Obrador abrió el juego de la sucesión de 2024, al afirmar —en su conferencia del 11 de marzo pasado— que la autodenominada Cuarta Transformación cuenta con una generación de recambio. “De 50 (años de edad) para arriba, hay hombres y mujeres”, dijo.

El comentario puso de inmediato sobre el tablero los nombres de Marcelo Ebrard, Ricardo Monreal y Claudia Sheinbaum —en orden alfabético—, los cuales cumplen con esa condición.

Semanas después, pasadas las elecciones del 6 de junio, el mandatario volvió sobre el tema y amplió la lista de posibles sucesores, los cuales, presumió, son “muchísimos”. Además de Ebrard y Sheinbaum, mencionó a Tatiana Clouthier, Juan Ramón de la Fuente, Esteban Moctezuma y Rocío Nahle. Y fue muy notorio que no hablara de Monreal.

Un semestre después de que López Obrador dio el banderazo al relevo —el más adelantado en la historia del presidencialismo mexicano—, los únicos que han mantenido vivas sus aspiraciones son los que originalmente palomeó la opinión pública: Ebrard, Monreal y Sheinbaum.

Quizá habría que matizar que el cambio de secretario de Gobernación, anunciado hace un mes por el Presidente, incrementó la visibilidad del nuevo titular de Bucareli, Adán Augusto López, pero sin que aún llegue a ser considerado precandidato. Por lo que toca al resto de los aludidos por López ObradorClouthier, De la Fuente, Moctezuma y Nahle—, no hay quien no los dé por muertos.

Así, pues, la candidatura del bando lopezobradorista se definirá entre el secretario de Relaciones Exteriores, el líder del Senado y la jefa de Gobierno de la CDMX, con ésta como evidente favorita del Presidente de la República. Ante eso, la pregunta se impone: ¿Conseguirá el oficialismo mantenerse unido en este lance o podría generarse una división?

Como digo, la preferencia de López Obrador es obvia. De muchas maneras ha procurado mostrar que se inclina por Sheinbaum. Y aunque ha dejado claro que el destapador será él, no es seguro que Ebrard y Monreal —que han venido jugando juntos— se quedarían cruzados de brazos.

¿Qué podría ofrecer el Presidente para que éstos apoyen a Sheinbaum? En el caso de Monreal —a quien, se nota, le gusta ser su propio jefe—, podría ofrecerle la nominación a la jefatura de Gobierno. Con ello, el zacatecano mantendría vivas sus esperanzas de alcanzar la Presidencia más adelante.

En el caso de Ebrard, es más complicado. Él se hizo a un lado en 2012 para que López Obrador fuese candidato presidencial por segunda vez. Ha trascendido que aquella vez hubo un acuerdo para que el hoy Presidente un día le devuelva el favor. Ebrard ya fue jefe de Gobierno, por lo que sería muy difícil compensarlo en 2024. ¿Senador? Suena a poco. ¿Secretario? Ya lo es. ¿Una promesa de ser candidato en 2030? Para entonces tendría 71 años.

Uno tiene que concluir que Ebrard debe jugarse el resto esta vez. Si no es candidato del oficialismo, no le faltarían tablas para buscar una postulación por otro(s) partido(s), que podría ser atractiva incluso para muchos votantes de Morena.

La lógica dice que la candidatura de Sheinbaum partiría al oficialismo, incluso si el Presidente lograra dejar satisfecho a Monreal. La unidad en el campo lopezobradorista sería más fácil de lograr si la nominación recae en Ebrard, pues la postura radical de Sheinbaum y su excesiva cercanía con el Presidente hacen pensar que la única forma de que ella sea candidata es si la destapa López Obrador.

El Presidente da la impresión de estar despreocupado por su sucesión porque no hay a la vista un candidato de oposición que pueda ganar. Hoy sólo parece importarle quién cuidará mejor su legado y sus espaldas. Ha concluido, al parecer, que ésa es Sheinbaum. Pero ¿qué pasará con ese cálculo si se divide el oficialismo?

A lo largo de la historia, los presidentes rara vez han logrado que sus favoritos los sucedan. Casi siempre tienen que apostar por lo mejor posible.

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