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Otro 19 de septiembre

Pascal Beltrán del Río

Pascal Beltrán del Río

Bitácora del director

La fecha fue idéntica, 19 de septiembre. Las escenas de destrucción parecen haber sido calcadas –si bien en una dimensión menor– de las que enlutaron al país en 1985,  una experiencia que no vivieron quienes tienen menos de 30 años de edad.

Pero algo sí cambió. Mucho, me atrevo a decir. Un par de horas antes del movimiento telúrico que nos hizo evocar la pesadilla del otro 19 de septiembre, los ciudadanos de la capital del país participaron en uno de los simulacros que rutinariamente se efectúan justo como parte de la conmemoración de aquella tragedia.

Aunque hay, por supuesto, quienes no toman muy en serio estos ejercicios, no cabe duda que han interiorizado una cultura de la protección entre los habitantes de la Ciudad de México.

Máxime cuando esta urbe no ha dejado de moverse, y en varias ocasiones hemos experimentado sismos que por momentos nos hicieron temer que el horror pudiera repetirse. Como lamentablemente ocurrió ayer.

Miles de ciudadanos lograron abandonar a tiempo inmuebles que colapsaron. Aunque no faltaron las comprensibles reacciones de desesperación e histeria, la serenidad de cientos de miles de personas fue vital.

El pánico pudo haber provocado estampidas en recintos cerrados o en el transporte público que habrían incrementado el peligro y, con ello, el número de víctimas. No es lo mismo controlar a un pequeño grupo de personas que a millones.  Un comportamiento ejemplar así es muestra de que una educación consistente rinde frutos, y hay que valorarlo.

Otro escenario distinto al de hace tres décadas lo marca la existencia de redes sociales y de tecnologías que nos hacen permanecer en contacto instantáneamente.

Cuando no estuvieron disponibles las líneas telefónicas, hubo servicios de mensajería que permitieron reportar y conocer de inmediato el estado de nuestros seres queridos. También sirvieron para dar a conocer en qué partes de la ciudad se necesitaba ayuda. Cierto, no faltaron las bromas inoportunas y las noticias falsas. Pero esta vez, la acción colectiva permitió que emergiera la información útil.

Ver derrumbarse edificios casi en tiempo real gracias a la posibilidad de grabarlos en video y difundirlos urbi et orbi cambia definitivamente la percepción, incluso, de quienes atestiguamos el colapso del 85.

Los jóvenes de hoy tendrán para siempre este recuerdo amargo vivo, ya no en imágenes inmóviles que forman parte de la hemeroteca. Corresponde a esta generación tomar nota de lo que lograron sus predecesoras y profundizar en la cultura de que es mejor estar unidos frente a fuerzas que escapan de nuestro control.

Falta mucho para hacer el corte de caja definitivo del terremoto vivido ayer. Pero, por ahora, no quiero dejar de subrayar dos circunstancias que remiten al episodio más traumático de nuestra historia reciente.

El primero es que momentos como éste hacen aflorar los rasgos más nobles del mexicano. Ya vivíamos este sentimiento de solidaridad con las víctimas de Oaxaca y Chiapas del sismo del 7 de septiembre y, como era de esperarse, se exacerbó ayer en la capital del país.

Aunque el centralismo tiende a privilegiar lo que ocurre en la CDMX por sobre el resto del país, es preciso recordar que la solidaridad debe tener también bajo su manto a Morelos y Puebla, donde los estragos amenazan ser mayores.

La segunda circunstancia que viene a la memoria es la emergencia de una movilización ciudadana espontánea, que rebasó al gobierno de entonces y que fue la semilla del cambio democrático que terminó con la hegemonía de un solo partido.

A aquel momento se le conoció como el despertar de la sociedad civil, un concepto que a lo largo de las décadas ha estado expuesto al manoteo de cuanto demagogo dice representarla. Pero hoy conviene evocar el espíritu que desató en una sociedad harta del autoritarismo y la inmovilidad.

Habrá que ver si de este trágico episodio emerge una nueva energía renovadora.

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