Entre las sombras III. El error

Un fracasado es un hombre que ha cometido un error, pero que no es capaz de convertirlo en experiencia.

Elbert Hubbard

 

En la vida adulta se nos olvida la capacidad que teníamos de niños para cometer errores y volver a intentarlo y, aun herido en la batalla, envestíamos con valentía hasta controlar y dominar lo que teníamos delante. Bicicleta, patineta, patines, juegos de mesa… el atari, todas las demás consolas, y qué decir de los hoverboard o algo más obligado como las matemáticas. Nada de eso llegó aprendido y aprendió, cometió errores una y otra vez, fracaso y volvió a intentarlo, ¿y qué sucedió? Más allá de aprender… nada más.

No conozco quien se haya quedado paralizado el resto de su vida, por haber errado en su infancia frente a la tabla de multiplicar del ocho, que, dicen los expertos, suele ser la más compleja.

Mi querido lector, quizá tendríamos que recordar más a menudo los aplausos de nuestros padres cuando dimos los primeros pasos de independencia,  cuando controlamos tres metros de bicicleta sin apoyo, quizá tendríamos que recordar más a menudo cómo llegamos hasta aquí y, sobre todo, cuánto bien nos han hecho esos errores y esos fracasos para ser la persona que hoy somos. Se lo digo porque uno de los hábitos que detiene más nuestra evolución y crecimiento personal es el miedo al error y al fracaso, miedo a equivocarnos, miedo a no ser suficientemente buenos, miedo a no ser como los demás. ¿Qué es en realidad lo que tememos? ¿La crítica ajena, el juicio, la desconfianza, el no cubrir las expectativas…?

Lo cierto es que, entre la duda y el miedo, los seres humanos se paralizan y dejan de intentarlo, llaman fracaso y error al entrenamiento, crecimiento y aprendizaje, hemos equivocado las palabras, y muchos se mienten así mismos hilando su vida a la justificación, a los otros, a las circunstancias. ¿Por qué produce tanto quebranto reconocer el error si existe? Porque no accedemos a la disculpa y a la reparación con mayor soltura y normalidad, porque se reacciona desde el ego y no desde la sensibilidad. Me resulta absurdo mentirse a uno mismo y a los demás frente a un principio tan normal y necesario en el aprendizaje, y más absurdo, cuestionarnos lo que podrían decir los demás de nosotros. Desafío al infalible a que muestre sus victorias sin ningún error.

Pero la mayoría prefiere permanecer al cobijo de lo conocido, de lo de siempre, de sus cotas básicas de conquista; prefiere la vida tranquila que no tenga nada que cuestionar, la vida aprendida, asumida y común. Prefieren mantenerse ahí, en los mínimos aspiracionales, ocultando los errores y convirtiendo en grandeza sus pequeñas aventuras repletas de exageración y fantasía.

Al error se le oculta, al fracaso también, y quien no acepta, repite. Después existen los que ya hemos perdido la vergüenza, la culpa y el interés por el qué dirán; los que hemos soportado las inclemencias de la crítica y los juicios; los que hemos tenido que ir más allá, a veces porque hemos querido, otras porque el carácter y la realidad lo exigen. Es así, mi querido lector: esos miedos sólo se superan si uno se supera a sí mismo, a la idea que tenía de sí; si uno se atreve a vivir diferente, a elegir otra realidad; si uno lucha por lo que merece y desea. El miedo al error cambia cuando uno aprende a autoevaluarse, valorarse, celebrar sus victorias, y a compararse sólo con quien fue el día anterior. Uno aprende de sus sombras si se atreve a mirarlas de frente, a sentarse con ellas, a sentirse, escucharse y a dialogar y dirigir esa parte de sí mismo que lucha por mantenerse oculto en el ego, ése que no crece, sino que se minimiza.

Hágase un favor, mire a los niños, observe esa valentía, recuerde su propia vida y pregúntese ¿qué pasaría si se atreviera a vivir sin esa sombra, sin  miedo? Elija su propio lenguaje para nombrar las experiencias de su vida, edite aquello que no le representa y edúquese en su propio aprecio, reconocimiento y valor… Como siempre, usted elige.

¡Felices sombras, felices vidas!

Temas: