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Ser mujer esta semana…

Opinión del experto nacional

Opinión del experto nacional

Por Jaina Pereyra*

 

Esta fue una mala semana para ser mujer. No me refiero a las 50 mujeres asesinadas en México, víctimas de un feminicidio. Ni a las 900 que murieron en el mundo por un aborto inseguro. Ni siquiera hablo de las 11 mil 500 mujeres que fueron víctimas de violencia sexual en el país. Eso pasa todas las semanas.

Me refiero más bien a que durante esta semana, se hizo nuevamente visible que tenemos todavía mucho que evidenciar sobre toda la violencia de género que hemos normalizado.

En estos días se hizo pública una conversación del senador Ismael García Cabeza de Vaca en la que él y sus amigos comparten la foto de una mujer que les parece guapa. Inmediatamente empiezan las referencias (bromas, dijo el senador) a querer el número de su padrote para “zumbársela”.

Se desata, con razón, un escándalo. (Se desata también, inexplicable, pero predeciblemente, una ola de ataques en contra de la mujer fotografiada). El senador la escucha en una entrevista y emite una carta de disculpa en donde reconoce, entre otras cosas, las inercias culturales que llevan a normalizar esta conducta.

En la carta el senador admite que no es sino hasta el escándalo, que se da cuenta de lo equivocado de su comportamiento; de que hay una persona “con historia y dignidad” detrás de la foto y dice confiar en que este incidente lleve a la discusión seria y pública del problema. Palabras más, palabras menos.

Lo grave es que tiene razón. No en su conducta, pero sí en su racionalización. Millones de hombres reciben todos los días “chistes” en los que las mujeres son objetivizadas, sin que trascienda en ningún sentido. Me atrevo a decir que prácticamente todos los hombres los han recibido y que la gran mayoría ha reaccionado con risas o silencio. A veces porque no se dan cuenta. A veces porque es difícil poner un alto; ser el que no encaja, el “mandilón”, el “puto”, el “ay no mames”.

Es cierto lo que dice el senador: las inercias culturales permiten, incluso fomentan, estos comportamientos. Pero la buena noticia es que la cultura no es estática. No es genética; no es inherente, ni determinante. La cultura se modifica, se aprende. Por muchos años hemos asegurado que las instituciones son promotoras de ese cambio. Así nos lo demostró Douglass North. Los racionalistas luego adaptaron la hipótesis al sistema penal y, más recientemente, nos hemos concentrado en las normas sociales para generar presiones que originen cambios virtuosos.

No deja de llamarme la atención que los más críticos del liberalismo hayan sido quienes más se ofendieron por la mención de las “inercias culturales” en la misiva. Porque sí, es un asunto de comunidad; reconocerlo entraña reconocerle un poder superior a la comunidad que a la norma. Un poder que, para activarlo debe pasar por el reconocimiento de la comunidad de sus propias dinámicas sociales y, con ello, de su cultura. El problema está en muchos lados, en más de los que alcanzan a indignarnos.

Está en los testimonios de #MiPrimeraDieta y en algunas respuestas a esos twits. Está en los mensajes desempolvados de Sergio Mayer, en los que afirma que las mujeres que reímos de los chistes de algún hombre, necesariamente queremos sexo con él. Está en la audiencia del juez Kavanaugh y en las reacciones de rabia que se le permiten socialmente, pero nunca se le permitirían a una mujer.

Está en la ratificación de la diputada Sandra Vaca, acusada de trata, como presidenta de la Comisión de Atención al Desarrollo de la Niñez. Y está también en la insistencia del presidente electo en llamar “corazoncitos” a las reporteras, sobarlas o plantarles un beso como respuesta a una pregunta.

El problema está en todos lados. A veces parece que es una montaña demasiado alta para combatirla pedacito por pedacito. Pero parece que no tenemos alternativa: denunciar, cuestionar, señalar. No tenemos alternativa, ni la tendremos si no lo hacemos ahora.

 

*Analista

 

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