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Remesas en contexto

Opinión del experto nacional

Opinión del experto nacional

Por Daniel Aceves Villagrán*

En la historia de México las remesas han sido factor preponderante en su economía; según estimaciones del Centro de Estudios Monetarios Latinoamericanos (CEMLA), alrededor de 1.7 millones de hogares mexicanos reciben dólares por parte de remitentes localizados en Estados Unidos, quienes durante 2018, según datos del Banco de México, realizaron envíos por más de 30 mil millones de dólares, el máximo histórico visto en un año, y cuyo pronóstico para 2019 es optimista, pues se prevé que este año se supere el récord establecido en el año anterior, según lo indican las proyecciones realizadas por BBVA Bancomer.

Sin embargo, dichas proyecciones estarán sujetas a variaciones del tipo de cambio, aceleración o desaceleración de la economía interna estadunidense que, al momento, se percibe estable, aunque a merced de los efectos que tenga en el mediano plazo por su política económica-comercial en el plano internacional y, por supuesto, a la reducción del flujo migratorio derivado de las políticas en materia de migración.

La frontera México-Estados Unidos es parte de uno de los corredores de remesas más grandes del mundo, sólo superado por los flujos que se registran en China, India y Filipinas. Actualmente, las remesas representan uno de los ingresos más importantes en la balanza de pagos, comparable con las exportaciones manufactureras (principalmente las relacionadas al sector automotriz), petroleras y agroalimentarias, así como a los ingresos correspondientes al cada vez más consolidado sector turístico; el peso de las remesas en la economía nacional es un activo importante, sobre todo en los núcleos a nivel familiar; sin embargo, su impacto macroeconómico presenta diversas confusiones.

Es cierto que las remesas tradicionalmente han tenido como principales receptores comunidades de ingreso bajo y medio establecidas en áreas rurales, permitiendo con ello la subsistencia de millones de beneficiarios directos; sin embargo, no hay indicadores contundentes de que hayan fomentado el desarrollo social o mejorado el nivel de vida de las comunidades receptoras. Desde este punto de vista, las remesas han sido siempre sobreestimadas, si bien impactan positivamente en las familias, permitiendo que los receptores mantengan o incrementen su nivel de vida, sobre todo para solventar el gasto corriente (alimentación, renta, útiles escolares, transporte etc.), pocas veces genera algún tipo de ahorro o inversión.

Las remesas pasan desapercibidas en término de desarrollo, su función ha sido la de mantener la estabilidad de las estructuras locales, poniéndolas a salvo de las turbulencias económicas relacionadas con alzas en los precios de los productos y servicios básicos, la inflación acumulada, la disminución del poder adquisitivo de los salarios a nivel nacional y de la depreciación del peso frente a otras monedas; las remesas han funcionado más como un flotador para las economías locales que como un impulsor del desarrollo.

A pesar de ello, muchas comunidades se han vuelto dependientes de dicho ingreso, derivado del atraso institucional y del rezago económico de ciertas regiones geográficas específicas y, por otro lado, la baja o nula inversión que perciben las ha estancado. En este sentido, las remesas no son un motor de crecimiento ni un modelo económico autosustentable para motivar el desarrollo de una comunidad, ni mucho menos de una entidad federativa ni para reducir los niveles de marginalidad o reducir brechas económicas entre las diversas regiones, por el contrario, la pobreza, el rezago económico y las carencias básicas sólo podrán atenderse con el saneamiento del Estado a través de políticas públicas, con inversión y creación de oportunidades.

En el desarrollo, las remesas son un importante fondo o un ingreso que permite a millones de mexicanos la subsistencia de su hogar, pero no son, ni serán un remedio para corregir el subdesarrollo a nivel sistema.

*Analista

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