Logo de Excélsior                                                        

Lo público que es de todos, menos de los niños

Opinión del experto nacional

Opinión del experto nacional

Por Jaina Pereyra*
 

Alejandro Poiré fue uno de mis mejores maestros en el ITAM y a quien agradeceré por siempre ser el primer jefe que me encomendó escribir discursos. Después de su relativamente breve, pero trascendente paso por la administración pública, Alejandro se incorporó a la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Desde ahí está haciendo lo que muchas veces lo vi hacer como funcionario: plantearse un escenario futuro, construir una narrativa que obligue a transitar hacia él e impulsar los detonadores para materializarlo. Su nuevo proyecto en el Tec tiene que ver con una convicción terca de que tenemos que transformar nuestra relación con “lo público”.

En esta visión, lo público es el espacio de encuentro que nos ocupa a todos y la política pública debe dejar de ser monopolio de la administración pública. La ciudadanía puede incorporarse al gobierno, aliarse con él o suplirlo en sus deficiencias. Lo de todos es tarea de todos. También la igualdad y la justicia social, también los espacios de desarrollo y empresarialidad. Consistente con lo que históricamente ha representado el Tec, la empresa social privada (no es oxímoron) tiene un rol protagónico en este proceso de “gentrificación de lo público”.

Cada vez que en la actualidad oigo a Alejandro hacer un comentario en este tenor, me acuerdo de una clase que tomé con él en la licenciatura en la que nos convocaba a reconciliarnos con la política. Decía que “si siempre pensamos que la política es una cosa asquerosa, sólo la gente asquerosa se va a querer dedicar a ella”. En estos días de proceso electoral traigo estas ideas muy frescas.

Es cierto, la política se hace todo el tiempo en todos lados. Tal vez en el Senado fue donde aprendí sus formas más productivas, aunque no siempre las más leales. Me tocó ver senadores de todos los grupos parlamentarios acordar dictámenes que luego salieron a tribuna a criticar como si se les hubieran impuesto. También me tocó ver a la sociedad civil denunciar en medios los acuerdos que ellos mismos habían propuesto o llegar a plantear cambios a articulados de leyes que no habían leído. También vi senadores preocupados genuinamente por lograr los mejores acuerdos y ciudadanos dispuestos a conceder, a acordar, a asumirse parte de las grandes reformas. En esos días, tal vez más que nunca, la política se me reveló como esa cotidianidad que nos acoge a todos; como el reflejo de los intereses más privados, que no siempre son mezquinos negociándose al cobijo de las instituciones. La política en los medios y en sus decisiones editoriales. La política en los amigos que comparten videos y memes, y columnas. La política en la generación de nuestros papás mandando cadenas de esperanza y miedo por WhatsApp. La política como esa pulsión de participar en lo público, de comentar el debate con desconocidos en Twitter, de verlo sólo para confirmar nuestras preferencias.

Por eso, a pesar de que las encuestas nos hablan de un México apático, desencantado con la democracia, todos los días me da gusto escuchar a alguien “harto del proceso electoral”, revelando en ese hartazgo una profunda atención a la contienda.

Tal vez ésa sea la salida democrática. Tal vez en esto radique el necesario proceso de reconciliación que habremos de emprender después de las elecciones: el reconocimiento de la política como la actividad con la que todos buscamos incidir en lo privado y en lo público, reconociéndolo como propio, revelándonos y confirmándonos como parte de ese espacio que queremos transformar, pero que, sobre todo, queremos compartir.

*Especialista en discurso político.

 Directora de Discurseros SC.

 

Comparte en Redes Sociales