AMLO no quiere pleito

Por Jaina Pereyra*

Andrés Manuel López Obrador dice que no quiere pleito. Eso responde cuando los reporteros lo cuestionan sobre el muro fronterizo. No es una palabra que esté en su agenda, dice desde las escaleras de sus oficinas, que le han servido de sala de prensa desde hace un mes. El presidente Trump tiene “su libertad para expresarse, para manifestarse, pero nosotros no tenemos en la agenda esa palabra. Yo no quiero hablar de ese tema”. Ah bueno.

López Obrador está tan acostumbrado a fijar agenda, a contestar lo que quiere en entrevistas, a cuestionar a quien lo saca de su guión, que debe pensar que, si él no quiere hablar del tema, el muro (y lo que representa) desaparece mágicamente de la relación bilateral.

AMLO no quiere hablar del muro; quiere una relación de amistad, de amor y paz. Al parecer una relación así se logra evadiendo, antes que resolviendo los temas que amenazan la cordialidad.

Tal vez si exaltamos el ego de Trump, tal vez si le decimos que somos iguales, tal vez si somos suficientemente complacientes, se le olvide la palabra, habrán pensado los asesores de nuestro futuro presidente.

Pero el muro es mucho más que “una palabra” en la relación bilateral: es el símbolo de una política migratoria definida. El muro y los niños enjaulados son parte de la misma concepción del migrante. El migrante como enemigo. El migrante como amenaza. El migrante (de todas las edades) como delincuente. El migrante deshumanizado. Pero el muro también es un fantasma que sirve para amenazar permanentemente la relación comercial, para conceptualizar cualquier concesión como un gran sacrificio. No se nos puede olvidar nunca que estamos negociando con el gobierno que quiere poner un muro. Cualquier signo de sensatez debe aplaudirse como una gran victoria.

La política migratoria está en su peor momento y López Obrador sigue con el objetivo obvio de todos los gobiernos que hemos tenido de que “la migración sea opcional, no obligatoria” y con la convicción, enunciada también en cada sexenio, de que eso se puede lograr invirtiendo en programas de desarrollo.

AMLO piensa que será suficiente proponer un país con bienestar. Qué digo un país. Un corredor que inicie en Centroamérica y termine en el Río Bravo. Con árboles frutales. Y le pide a Donald Trump que invierta en este proyecto. No importa que el TLC esté en jaque. No importa que los niños estén enjaulados, las familias separadas, nuestros exportadores amedrentados. Si no “buscamos pleito”, el pleito no vendrá a buscarnos a nosotros.

Tal vez a López Obrador ya se le olvidó cuando el 31 de agosto de 2016 criticaba ácidamente a Peña por invitar a Trump y a Calderón por “nunca alzar la voz cuando se cometieron asesinatos contra migrantes mexicanos en la frontera”, por no decir nada “a Obama, del Partido Demócrata, cuando empezó a deportar mexicanos como nunca había sucedido”. Tal vez ya se le olvidó que en esa misma entrevista anticipó que, de llegar a la presidencia, la relación bilateral no sería “de subordinación” y que protegería “a los mexicanos en nuestro país y en los Estados Unidos”.

Desconcierta mucho ver a un equipo con tanto capital político; una propuesta de gobierno que arrasó en las urnas porque supo transmitir la idea de que haría las cosas diferente, que gobernaría con principios éticos inquebrantables, desperdiciar ese capital. De todos los temas en la agenda de gobierno, la migración es quizás el tema en donde la ruta ética sea la más obvia y mejor se van a callar “para no buscar pleito”.

A las pocas horas de la conferencia, Donald Trump salió a reiterar las afirmaciones que hizo al inicio de su campaña sugiriendo que todos los mexicanos migrantes son delincuentes y violadores. Es más, esa definición es “cacahuates, comparado con la realidad”, se dio el lujo de aseverar Trump. No soy internacionalista, no soy especialista en negociación, pero a mí eso me huele a pleito.

*Especialista en discurso. Directora de Discurseros SC