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El teatro y/de la política

Opinión del experto nacional

Opinión del experto nacional

Por Jaina Pereyra*

 

Cuando yo era muy chica, mi familia y yo vivíamos en un edificio de estudiantes de posgrado de todos los rinconces del mundo. Entre ellos, me acuerdo mucho de Nayah, una mujer de Malasia que afirmaba obstinadamente que yo iría a drama school.

No sé si por mi carácter caprichoso o por mi emocionalidad incontenible o por qué pensaba eso, pero no se equivocó. Unos años más tarde, empezando la secundaria, di cumplimiento a su presagio y me inscribí en el grupo de teatro del colegio. El director era, también, nuestro maestro de inglés: Daniel Villar. A la fecha sigo convencida de que le debo esos dos grandes aprendizajes, pero también, y sobre todo, mi profesión.

Daniel era un director muy estricto pero muy eficaz. Siempre se tomó su responsabilidad como si fuéramos mucho más que un grupo de adolescentes inquietos; en cada proyecto parecía que dirigía un musical de Broadway o una obra en el West End londinense. Y ¡ay de aquél que no diera la mejor interpretación de su vida! Escenografía, coreografía, musicalización, vestuario, iluminación y, por supuesto, actuación, confluían en niveles de sofisticación que distaban mucho de la calidad promedio del teatro escolar. Con Daniel no había medias tintas, exigía lo que se le exige a un profesional del teatro. Nada menos que eso.

Por muchos años la influencia de Daniel en las distintas generaciones del grupo de teatro me parecía abrumadora. Muchos crecieron para convertirse en artistas visuales, plásticos, en actores, en músicos, en diseñadores de moda y en especialistas de luz y sonido. Muchos años pensé lo lejos que yo había acabado del teatro, hasta que me tocó escribir mi primer discurso.

El discurso político es como una obra de teatro. Hay un actor, con un guión que tiene que cautivar a una audiencia. Las acciones y reacciones se retroalimentan, por lo que el discurso es un hecho político, como lo llama Juan Rebolledo, pero un hecho político dinámico y lleno de vida.

Conforme pasan los años, cada vez me resulta más evidente que escogí una variación del teatro como profesión. De hecho, cada día insisto más en que mis clientes tomen clases de teatro.

Yo estoy convencida de que eso los convierte en oradores más capacitados para reaccionar a las distintas necesidades de sus audiencias, que los hará más sensibles, más creíbles, más naturales; que los ayudará a superar el pánico escénico que pone una barrera entre el orador y la audiencia. Pero, sobre todo, creo que en la medida en que se sientan más como intérpretes de un personaje que como personas que se revelan, perderán el miedo y podrán, paradójicamente, ser mucho más auténticos.

Los políticos que aprenden de interpretación y de teatro, terminan siendo profundamente eficaces.

Ahora bien, hay un problema: muchos políticos mexicanos han equivocado este consejo. O piensan que la política es un teatro, entendido como farsa, como mentira, o los políticos entienden la política como espectáculo, como estridencia. Y ambas concepciones abonan en sentido contrario de lo que la política debería ser. Lejos de ser un punto de encuentro, se convierte en la esencia de la distancia entre representantes y representados.

En parte quiero culpar a la tradición de la oratoria en México, heredera de la funesta declamacón. Me vengo enterando de que es una costumbre diseminada en las primarias de nuestro país. Con ese conocimiento vino un entendimiento de por qué el discurso político en México no sigue las reglas clásicas de la disciplina. No es natural, no es breve, no es estructurado.

No sé cuándo nos convencimos, como país, de que la solemnidad era el valor democrático más relevante. No sé cuándo el tono de político que Salinas hizo tan evidente, se volvió digno de emulación. Pero me aventuro a pensar que, el día que entendamos que incorporar el teatro a la política tiene que ver más con ser auténtico, con ser sensible, con ser humano, que con ser histriónico, ese día nuestra política dejará de ser un circo y empezará a ser un arte. Ojalá.

*Especialista en discurso. Directora de Discurseros SC

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