Caravana
Luis Wertman Zaslav * Como pocas ciudades en el mundo, la de México es una construida por migrantes. Cientos de miles han llegado en busca de una oportunidad para tener una mejor calidad de vida. No importa si tu origen está en el norte o en el sur del país, ni ...
Luis Wertman Zaslav *
Como pocas ciudades en el mundo, la de México es una construida por migrantes. Cientos de miles han llegado en busca de una oportunidad para tener una mejor calidad de vida. No importa si tu origen está en el norte o en el sur del país, ni siquiera si éste se ubica hasta Polonia y Rusia, como en mi caso. Al final, todos nos convertimos en “capitalinos”.
El común denominador de muchos primeros migrantes fue alcanzar la frontera con Estados Unidos, a través de México, por esa imagen que tuvo nuestro vecino de ser una nación hecha precisamente por gente de todas partes. Sin embargo, un gran número de ellos descubrió que este país también era un lugar de enormes oportunidades.
Ya fuera por el clima templado o la belleza de sus sitios, los migrantes encontraron en cada parte del país un espacio para crecer, formar familias, buscar trabajo y hacer negocios. Las historias que recuerdo agregan un factor adicional: la calidez de la gente, aun la de la gran ciudad.
Temerle a quien viene de afuera no es reciente. En apariencia, podrían saturar espacios ya de por sí apretados para los locales. El uso de este miedo ha sido una de las mejores herramientas de división y manipulación que, tristemente, hemos inventado como especie.
No hay ningún dato objetivo que confirme el desplazamiento que provoca un migrante en contra de un residente e, incluso, existen muchas pruebas de que las sociedades se benefician mucho de aquellos que llegan con regularidad de otra parte.
Para cuando lea esto, ya habrán pasado por la Ciudad de México dos caravanas de miles de personas hacia Estados Unidos.
En un esfuerzo que sólo se ve en esta capital, sociedad civil, autoridades federales y locales, grupos religiosos, y empresas privadas, organizaron la recepción de los primeros cinco mil 500 integrantes en el estadio Jesús Martínez, de la Magdalena Mixhuca. Al Consejo Ciudadano le correspondieron varios servicios. Esto fue lo que aprendimos:
El migrante abandona su tierra por necesidad, pocas veces por gusto. Mantiene un lazo de comunicación con quienes se quedan a resistir la pobreza o la inseguridad en sus naciones, mientras ella, él o ellos inician la aventura. Muchos traen teléfonos celulares (que no los hace “ricos” en ninguna forma) para avisar, cuando pueden, que siguen hacia adelante; por lo que establecimos un puesto gratuito de enlace de llamadas y de recarga de aparatos. Si alguien busca una definición de humanidad, sólo bastaba con ponerse al lado de la carpa y escuchar parte de las miles de conversaciones que hicimos posibles. Cada llamada termina con un gesto de esperanza de que todo esto –el cansancio, el esfuerzo de la caminata, la incertidumbre– tendrá una recompensa.
Pero esta expectativa no oculta la tristeza de saberse lejos de todo lo que uno conoce. Tampoco es que puedas desahogarte a cada momento, porque las prioridades de una caravana son otras; sobrevivir, por ejemplo.
Así que, cuando ofreces la posibilidad de la atención sicológica, se hace una fila para hablar acerca de los temores humanos. Cientos se sentaron frente a un sicólogo y se recuperaron de ese otro cansancio, el del alma, para continuar.
Y luego están, en un lugar preferencial, las niñas y los niños. Es increíble que no importe el contexto, ellos ríen, juegan y se ilusionan, sin restricciones. En el otro extremo, las y los adultos mayores representan la misma fe en que viene un mejor horizonte, si estás dispuesto a arriesgarlo todo, aunque los años no den muchas evidencias de ello.
En una decisión inédita, la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México coordinó un campamento humanitario abierto. Habla del prestigio y el conocimiento de un organismo confiable y respetado; de la misma forma, habla de la nobleza y la inteligencia de su titular, Nashieli Ramírez. Esto será un ejemplo mundial sobre cómo apoyar migraciones, estoy seguro. No hubo incidentes, ni problemas, fueron estancias pacíficas en las que prevaleció la organización y el diálogo.
Una lección más. El migrante no puede cargar demasiado (de hecho nadie) por lo que debe elegir lo mínimo indispensable. Una chamarra tiene más sentido que dos camisas y un par de tenis es de mayor valor que unos pantalones. Por eso se deja la ropa que, de corazón, alguien ha donado. Como no hay manuales de migración, las decisiones se toman al vuelo, por eso hay que dar lo que se necesita y no lo que nos sobra. En un momento pude ver que, con la mejor de las intenciones, alguien envió una camisa de esmoquin. Nadie la tomó.
Aquí quiero agradecer a Wizo, un grupo de mujeres extraordinarias, que entregó cientos de tenis, zapatos cómodos y calcetas. Montamos una improvisada zapatería en nuestra carpa que le cambió el rostro a la caravana. Hasta entonces entendí el valor real de proteger los pies para recorridos extenuantes.
También mi gratitud a los hoteleros que donaron sábanas y toallas, a las asociaciones que enviaron juguetes (el súbito torneo infantil de futbol que duró dos días fue muy celebrado) y a Ecocinema que nos permitió ayudar para brindar algunas horas de distracción.
Finalmente, la higiene y la salud son cruciales. El arribo de la caravana mayor coincidió con la suspensión más grande del servicio de agua potable de nuestra historia. La ciudad ya estaba preparada, pero mantenernos sanos en un microcosmos como lo son estas migraciones, es la diferencia entre una tragedia y un puente humanitario.
Médicos, dentistas, quiroprácticos y estilistas, hicieron una labor digna de reconocimiento. Ni un sólo contagio, ni una sola emergencia; las supuestas noticias que circularon eran falsas, pero son el virus más poderoso que existe en este momento.
