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Norma Lucía Piña Hernández

Norma Lucía Piña Hernández

Extramuros

Por Norma Lucía Piña Hernández

Escribo estas líneas convencida de que la labor de una jueza constitucional se enriquece con actividades extrajudiciales: leer sobre historia, filosofía, arte y cultura, dar clases, conferencias y participar en seminarios con otros juzgadores, pero, principalmente, con aquellos ciudadanos y ciudadanas que son ajenos al ámbito del derecho. Juzgar, en cualquier instancia, no es una tarea fría ni mecánica. Como nos advierte G. Zagrebelsky la actitud abierta de los jueces en el siglo XXI no es un lujo, es una necesidad. La práctica del derecho contemporáneo —según el gran jurista italiano— nos exige mirar más allá, no sólo superando las fronteras nacionales, sino también las de la propia ciencia jurídica.

Para poder aplicar e interpretar la ley, los principios y valores constitucionales, es indispensable empaparse del contexto social, latir en sintonía con la realidad de nuestro país. Desde el inicio de mi carrera he intentado mantener algún tipo de diálogo vivo que me obligue a ser absolutamente consciente del impacto —no sólo jurídico— que tienen las decisiones que tomo. Con esta intención inicio Extramuros; agradezco a Excélsior la oportunidad y el espacio.

Soy juzgadora de carrera, ello significa que, previo a mi designación como ministra de la SCJN, desempeñé diversos cargos al interior del Poder Judicial de la Federación. La ventaja de mi formación es que siempre he estado de este lado del escritorio, la experiencia es buena maestra. Como secretaria de un Tribunal Colegiado y, posteriormente, en la Suprema Corte, empecé proponiendo sentencias para magistrados y ministros; luego, como jueza de Distrito, me acerqué al justiciable, palpé el impacto de la decisión judicial en la ciudadanía; como magistrada formé parte de diversos tribunales en los que aprendí a debatir para construir. Me enseñó a ser miembro de un cuerpo colegiado. Hoy como ministra, como una integrante del Pleno y de la Primera Sala, desempeño mi mayor reto profesional: ser jueza constitucional en una democracia representativa.

Ser ministra con carrera judicial implica que, a diferencia de algunos de mis compañeros, no he tenido la oportunidad de formar parte de otros ámbitos distintos al jurisdiccional: el litigio o la administración pública, que permiten a los juzgadores adquirir otra perspectiva. Aquél que juzga habiendo estado del otro lado aborda las controversias jurídicas con una visión diferente.

En los cuerpos colegiados que hoy participo tengo la fortuna de convivir con ministras y ministros de muy diversas formaciones. Esta interacción me enriquece día a día, pero también me impone el reto de equilibrar mi perfil, de continuar mi formación como jueza constitucional con actitud abierta. Mantener un diálogo con el lector a través de esta columna me exige reflexionar con una perspectiva diversa a la que me impone mi labor jurisdiccional; comunicar mis percepciones, jurídicas y personales de nuestra realidad compartida amplía mi mundo de vida en términos de Habermas, extiende mi razonamiento cotidiano exigiéndome un horizonte más amplio.

Mi primer reto, lo confieso, es redactar en soledad —las sentencias en la Suprema Corte son producto de una labor conjunta entre ministras, ministros y sus colaboradoras y colaboradores— por lo que me he desacostumbrado al documento en blanco. Me enfrento también a un desafío de lenguaje: han sido muchos años de redacción puramente jurídica, de abogañol. Soy consciente, pido paciencia.

Extramuros pretende ser una columna —desde una perspectiva estrictamente personal— que fomente una comunicación sobre aquello que nos es común. La disociación entre la persona y el cargo público que desempeño es un ejercicio complejo. Mi intención es exponer los dilemas que atraviesan mi labor cotidiana como jueza constitucional, con la esperanza de enriquecer mi labor y, en lo posible, nutrir el debate público.

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