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La reelección del miedo

Max Cortázar

Max Cortázar

Bien lo expresó el aspirante a la presidencia, Joe Biden, en su discurso de aceptación a la candidatura en la Convención Nacional Demócrata realizada hace unos días: “El presidente actual ha envuelto a Estados Unidos en la oscuridad durante demasiado tiempo. Demasiada rabia. Demasiado miedo. Demasiada división”.

Y es que, como mandatario, en unos cuantos meses del calendario político Donald Trump pasó de priorizar la recuperación de la grandeza de Estados Unidos —prometida en su primer campaña presidencial de 2016, frente a un electorado particularmente crítico de la elite bipartidista de Washington DC—; a promover miedo ciudadano desde la máxima posición de poder, y como factor fundamental de su reelección al favorecerle cohesión al interior de su base social de apoyo.

Cualquier posibilidad de observar una postura de conciliación por parte del presidente Trump está, de antemano, descartada. La pandemia terminó por diluir sus avances en materia de política económica y comercial. Con más de 20.6 millones de empleos perdidos en tan solo semanas, así como con Estados Unidos encabezando el ranking del peor manejo del covid-19, con cerca de 6 millones de infectados y más de 181 mil lamentables fallecimientos, el presidente no tiene otro carril para dar viabilidad a un segundo periodo al frente de la Casa Blanca que recurriendo a la siembra de temor y polarización en el electorado.

Por eso el empeño de Donald Trump en exacerbar las líneas de conflicto social e infundir temor. En especial, aquellas vinculadas con tres temas centrales: la organización de la elección, el racial y sus contrincantes.

En cuanto a la vertiente electoral, la estrategia del presidente Trump está orientada a descalificar por anticipado la certidumbre del proceso. Al igual que lo pretendió hacer en 2016 —sí, el mismo en el que le ganó a Hillary Clinton—, acusa, sin pruebas, que podría darse fraude en el proceso, dado que ahora un número importante de ciudadanos podría recurrir a emitir su voto vía  postal, a fin de prevenir el contagio en el contexto de la pandemia.

Sólo que, a diferencia de su condición de aspirante cuatro años atrás, ahora es él quien, en su calidad de mandatario, ha sido acusado de mermar los recursos al alcance de la oficina pública de correos para obstaculizar que los sufragios lleguen a tiempo a los centros de conteo. Peor aun, dada la situación de creciente polarización, tras la jornada electoral de noviembre podría escalar la incertidumbre política si, como ha sostenido el presidente Trump, en el escenario de perder desconoce los resultados y se mantiene la existencia de una base social dispuesta a tomar las calles de manera violenta.

Tan violenta como en las últimas horas ha ocurrido en la ciudad de Kenosha, Wisconsin. Localidad en que una persona en posesión de un arma de alto poder mató en plena vía pública a dos manifestantes e hirió a uno más, quienes protestaban por el abuso policial cometido en contra del afroamericano Jacob Blake, quien quedó paralítico tras siete impactos de bala. O como en Portland, Oregon, donde simpatizantes y críticos del presidente se enfrentaron con a golpes, con gases y con pistolas de paintball en las calles, contexto que registró el homicidio por arma de fuego de una persona asociada al bando favorable al mandatario.

En lugar de aliviar las tensiones sociales y raciales con una condena a la violencia, el presidente se ha abstenido de emitirla a fin de atizar aún más la polarización a través de sus ataques verbales a las autoridades locales y sus amenazas de desplegar fuerzas federales en contra de la voluntad de esas comunidades.

Así, mientras el encono entre los estadunidenses campea desde las calles hasta los escenarios deportivos —en los que se han dejado de realizar juegos profesionales en protesta por el racismo—, el presidente busca capitalizar electoralmente el temor colectivo al presentarse como la opción de “ley y orden”. Condiciones que, por cierto, él mismo perdió bajo su gobierno como muy pocas veces se ha visto en la historia reciente de ese país.

Finalmente, a todo ello se suma el intento del presidente Trump por desvirtuar lo que la fórmula demócrata Biden/Harris significa para el futuro de Estados Unidos. En ello llaman la atención dos cosas, por un lado, que el mandatario pretenda hacer percibir al candidato Biden como rehén del ala radical de su partido —comandada por el senador Bernie Sanders—, cuando ésta fue derrotada con mucho mayor claridad en comparación con 2016; y que el presidente acuse intromisión de China en Estados Unidos con la candidatura de Biden, pues el único con investigaciones por indicios de abrirle la puerta a Rusia es el propio presidente Trump.

Con base en la estrategia de no retorno dejada ver por el mandatario estadunidense, lo ocurrido en Kenosha y Portland, así como el deterioro del debate público impulsado desde la Casa Blanca, son apenas las primeras ventanas de muchas otras que, lamentablemente, habremos de presenciar en el resto de la carrera presidencial.

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