Iatrofobia
Los médicos, como cualquier profesionista que presta sus servicios, deben cobrar por ellos, faltaba más, pero si hay alguna profesión que se ha corrompido, es ésta.
Para mi 'apá, el mejor doctor del mundo mundial.
«El cielo cura y el médico cobra la minuta».
Benjamin Franklin.
Mi padre es doctor, y lo admiro profundamente, no porque sea mi padre, sino porque es un buen médico, en todo el sentido de la palabra. Pero en realidad es uno de los pocos médicos que admiro y respeto, porque yo sufro de iatrofobia. La iatrofobia es una de las fobias más persistentes y ominosas y consiste en un miedo anormal y agudo a los médicos o a acudir al médico. Viene justo de las palabras en griego que definen médico y miedo. Y es que, aunque muchas personas consideran esa fobia como rara o injustificada, yo creo que la medicina actual ha llegado a unos niveles tan absurdos, agresivos y hostiles para los pacientes que es del todo lógico y normal que muchas personas la padezcamos.
Yo, por diversas razones, he tenido que acudir a muchos médicos y hospitales de forma casi continua, durante dos de las tres partes de mi vida, y al tener tanto contacto con ellos —algunos en México y otros en el extranjero— es que la he desarrollado. Siento que conozco demasiados, de diversa índole y de distintas especialidades, que puedo ver sus intenciones, que puedo «leerlos entre líneas», unos me parecen poco profesionales, otros bandidos, otros adivinos y otros nomás ven si «es chicle y pega».
Los médicos, como cualquier profesionista que presta sus servicios, deben cobrar por ellos, faltaba más, pero si hay alguna profesión que se ha corrompido, es ésta. Piensen ¿a qué abogado o arquitecto le pagas por adelantado?, ¿si el contador no presenta tu declaración de impuestos le pagas?, ¿lo despides? Y si el ingeniero no entrega arreglada la bomba, ¿qué haces? Pero con los médicos la cosa cambia y ellos cobran por adelantado, te curen o no, te hayan hecho un buen diagnóstico o no, le hayan atinado al padecimiento o no.
—Doctor, tengo gastritis
—Tome omeprazol
—Doctor, no se me quita
—Tome lanzoprazol
—Doctor, me cayó mal
—Ahora pruébele con el pantoprazol
…la cosa es que ni te cura y cada diálogo o consulta le tienes que apoquinar tus 1500 pesitos, si es un médico particular, que si no, y pertenece a la medicina pública, cada diálogo tendrá un lapso de tres meses con dos horas de espera entre medias.
Si bien es cierto que los avances científicos y tecnológicos han permitido que la medicina avance y ahora haya especialistas especializados que se adentran en una sola rama y subrama de la medicina para poder dominarla e ir más allá en los avances, también lo es que esta especialización ha deshumanizado a la medicina, que ya ni voltea a ver al paciente, sino sólo a las placas, los análisis y los datos.
Los médicos «modernos» viven enfundados en una bata quirúrgica —si hacen cirugía—, o en traje de civil —que es peor—, ven a un titipuchal de pacientes al día, en unos minicubículos inhóspitos, pierden la noción de quién es quién y se enfocan en la enfermedad de forma localizada; se basan en estadísticas y análisis y, nunca de los nuncas, platican con las personas, no preguntan ni a qué se dedican ni si están casadas o solteras, si tienen hijos, si viven solas, si están estresados o deprimidos, es decir, olvidan lo emocional, se basan en lo puramente fisiológico y eso, obvio, casi siempre, lleva a malos resultados.
Y es que la medicina, muchas veces, es un negocio desalmado, porque se lucra con el dolor y la vida humana —evidentemente, además del bolsillo—, porque no hay un ser más vulnerable que un enfermo. Cuando estás enfermo te conviertes en un desvalido, un marginado, un indefenso que no sabe qué le pasa y busca respuestas en cualquier parte. Ya no se diga si eres un enfermo con cáncer o tienes un padecimiento mortal, que te transforma en una persona casi sin voluntad o, peor aún, si eres un paciente siquiátrico.
¡Qué lejos estamos de los médicos familiares que te conocían desde niño, que conocían a tu familia, que iban a tu casa! Y más lejos todavía de los tiempos de Hipócrates que juraba cosas como: «Estableceré el régimen de los enfermos de la manera que les sea más provechosa según mis facultades y a mi entender, evitando todo mal y toda injusticia».
Como bien dice mi papá: «¡No vayan al doctor! Es como llevar el coche al taller, cuando te lo regresan sale jaloneándose y con otros problemas que al entrar ni tenía».
