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El arcaico apellido de casada

María del Pilar Montes de Oca Sicilia

María del Pilar Montes de Oca Sicilia

Hasta hace poco en México —hasta la generación boomer— era común que las mujeres usaran, incluso para efectos legales, el apellido del marido. La fórmula era: Nombre + apellido paterno + de + apellido del marido; o sea: Elvira Quiroz de Ramírez. Y en caso de enviudar, se debía anexar Viuda de + el apellido del difunto: Elvira Quiroz viuda de Ramírez; o sea, que ni muerto se libraba de él.

De acuerdo con la tradición occidental: una mujer heredaba el apellido de su padre y lo cambiaba para que coincidiera con el de su marido —que a su vez heredaba el de su padre—. Esta costumbre viene de la Edad Media, cuando la mujer pasaba de la casa paterna a la conyugal como una cosa, no como una persona, «perteneciente a». Esto se puede interpretar como que tanto el padre como el futuro esposo de la mujer tienen el control sobre ella, y que las líneas de descendencia son masculinas —patrilinealidad—. Por otra parte, reitera que las mujeres no tienen apellidos por línea materna, sólo los que indican su relación con los hombres.

En México sí usamos el segundo apellido que marca nuestra relación materna. Pero la tradición de sustituir o agregar el apellido del marido después del propio tras contraer matrimonio, persiste en otras culturas; por no ir más lejos, en países como Estados Unidos, la mujer no sólo adopta el apellido sino que incluso pueden llamarle con el nombre de pila del cónyuge: Mrs. John Smith —señora John Smith.

Aunque en Latinoamérica se trata de una costumbre en decadencia, en casi todos los países de habla inglesa aún se practica esto, sustituyendo o anexando el apellido de soltera por el del marido, y dicha práctica también supone la tramitación de cambios en papeles oficiales. Así tenemos mujeres empoderadas que usan el nombre del marido como Hillary Clinton o Michelle Obama y otras que aún usan el de su primer marido —aunque hayan tenido otros después— como Demi Moore.

En Europa hay otras prácticas y también esto ha caído en desuso; en los Países Bajos, por ejemplo, se permite usar el apellido de la pareja para fines sociales o para combinarlo: Gossma-Janssen. Incluso después del divorcio o la ruptura, una persona puede seguir usando el apellido de su expareja, a menos que ésta no esté de acuerdo y pida a la corte prohibirle el uso de su apellido. Sin embargo, al nacimiento o adopción del primer hijo, los padres pueden elegir qué apellido tendrá el primogénito —si el paterno o el materno.

En Rusia y otros países eslavos, los recién casados tienen la opción de decidir el apellido que usarán, ya sea el de uno o el del otro, aunque lo que más se estila es adoptar el del marido en su versión femenina. Así, la esposa de un Gorbachev sería Gorbacheva, la esposa de Ostrovskiy sería Ostrovskaiya y la esposa de Putin… sería, simplemente, la señora Putin —por su incómoda traducción al español.

Sorprendentemente, en los países árabes —que los occidentales tildamos de machistas—, las mujeres mantienen plenamente sus apellidos de nacimiento; nunca los cambian al casarse. Esto es normal para las musulmanas de todo el mundo. Lo mismo pasa en muchos países de Oriente como Irán, Corea y Malasia.

Basta agregar que en nuestro país esta costumbre dejó de existir gracias a la credencial de elector —que muchos llaman IFE, aunque ya sea INE— y que, hoy por hoy, es «la identificación» oficial de casi toda la población; las mujeres usamos nuestros apellidos de nacimiento en cualquier trámite oficial o legal, incluyendo el registro en el hospital al dar a luz. Bendita burocracia.

 

Directora de Algarabía Editorial

Twitter: @palabrafilica

 

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