A toro pasado

Hablar desde el anonimato y «a toro pasado» no sólo es un acto vil, sino que, además, nos hace a las mujeres vernos no como lo que somos: sujetos inteligentes y capaces de tomar decisiones

Aunque ya no esté de moda, porque vivimos en un mundo cada vez más artificial y alejado de los animales, y aunque ya haya perdido toda la fastuosidad de antaño, la fiesta brava convivió durante siglos con la cultura española y, por ende, con nuestra lengua, y por ello nuestro hablar cotidiano tiene muchas expresiones que vienen del mundo de los toros:

  • Coger al toro por los cuernos, «enfrentarse a un problema».
  • Echar un capote,«ayudar».
  • Fuera de cacho, «estar fuera de lugar».
  • Tener mano izquierda, «dominar un tema».
  • Mala tarde, «mala suerte».
  • Ir de mal tercio, «ser incómodo como tercera persona en cierta situación».
  • Ver los toros desde la barrera, «no involucrarse en los problemas de otros».

Y así, podríamos hablar de muchas más1, pero la que hoy me interesa es «a toro pasado» que se refiere a una conducta ventajista que merece un juicio desdeñoso o reprobatorio. El DRAE2 la define como: «Después de haber perdido o dejado pasar la oportunidad». Mientras que María Moliner dice: «cuando ya no es momento de hacer una cosa determinada porque se conocen el resultado o las consecuencias de una acción». Es decir, «a toro pasado» se refiere a «algo que debió hacerse, pero cuando hubo la oportunidad no se hizo» y casi siempre va acompañada de un dejo de arrepentimiento por no haber hecho las cosas en el momento correcto. Taurinamente hace referencia a todos aquellos movimientos, como el lance de un banderillero o el pase del capote, que se ejecutan después de que ha pasado la cabeza del toro —y los cuernos— cuando ya no hay peligro. Se puede considerar una especie de reproche hacia la cobardía del matador al no hacer los movimientos frente al toro. Así hablar a toro pasado es hablar cuando ya ha sucedido lo que tenía que suceder, cuando ya se saben los resultados de algo y no hay peligro de equivocarse. Y eso me trae a la mente el famoso movimiento #MeToo, que empezó a viralizarse en las redes sociales en 2017 para denunciar el acoso y la agresión masculina en Hollywood, a raíz de las acusaciones de abuso sexual contra el productor Harvey Weinstein. La frase animaba a las actrices a tuitear sus experiencias para demostrar la naturaleza extendida del comportamiento agresivo, conquistador o seductor de muchos hombres, pero el punto es que lo hacían justo «a toro pasado» cuando habían usado su nombre, obtenido —o no— el papel, filmado la película y hasta cobrado por ella. O sea, se victimizaban a posteriori, y después de obtener ventaja.

Este movimiento, recientemente se ha replicado en México con hashtags como #MeTooEscritoresMexicanos o #MeTooMusicosMexicanos que exhortan a las mujeres a denunciar casos de abuso, en sus medios, pero lo malo es que además de «a toro pasado» se han hecho de forma anónima, es decir, sin dar la cara. Y anónimo viene de una palabra griega que puede traducirse como «sin nombre», y que generalmente era aplicado a cualquier texto que no lleva el nombre de su creador o autor, pero también es anónima, una acusación que no tiene remitente, de quien no da la cara.

Estos hashtags en Twitter empezaron a cundir y antes de desvirtuarse —porque la credibilidad de las denuncias anónimas siempre es muy poca, y porque los supuestos «delitos» o «acosos» no estaban nunca claros—causaron grandes estragos, no sólo en la reputación de muchos escritores y músicos que nunca pudieron demostrar su inocencia o defenderse dignamente o, incluso, en su caso, llevar un juicio justo, porque nunca se sabe quién es la supuesta víctima, cuándo, dónde y por qué. Uno de estos estragos, el peor sin duda, fue el suicidio de mi querido Armando Vega-Gil, escritor de cuentos infantiles y músico connotadísimo, fundador de Botellita de Jerez, quien al verse acusado de acoso a una menor, y debido a sus problemas de depresión, se quitó la vida. Así vemos que hablar desde el anonimato y «a toro pasado» no sólo es un acto vil, sino que, además, nos hace a las mujeres vernos no como lo que somos: la mitad de la población del planeta, sujetos inteligentes y capaces de tomar decisiones y hacer elecciones, y sujetos sexuales con cerebro y gana, sino como una especie de colectivo chapucero, malora y sin huevos, como un aquelarre que escondido tras sus avatares hace sus brujerías contra la otra mitad de la población, por venganza, o por resentimiento acumulado. Muy mal.

1. Consultar el artículo al respecto de Fernando Montes de Oca Sicilia en Algarabía, 127.  2.  Diccionario de la Real Academia Española.

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