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Hasta el límite

María Amparo Casar

María Amparo Casar

A juicio de Amparo

 

No conozco los motivos de la salida anticipada de Sergio López Ayllón como director general del CIDE, una de las mejores instituciones con las que cuenta el Conacyt. Con lo único que cuento es con la respetuosa carta que envió informando de su renuncia porque “conviene que tengamos una dirección renovada que pueda seguir dando cauce a las nuevas necesidades institucionales”. Con todo respeto, no me cuadra. Sergio no se rinde fácilmente ni se achica frente a la adversidad. Da la batalla y lucha por lo que cree. Conociendo su estatura académica, institucional y moral, supongo que ya no contaba con las condiciones mínimas indispensables para seguir desempeñando su labor de dirección con el profesionalismo, libertad y rigor científico que ha procurado y defendido desde que ingresó al CIDE, en 2004. Supongo que dio un paso atrás para no dañar a la institución. Como el Dr. Mauricio Merino, me pregunto, ¿por qué tendría que dejar su cargo quien ha conducido esa casa desde 2013 con tanto cuidado? No lo sé.

Pero hay otras cosas que sí sé. Sé que cuando se fundó el CIDE, con el apoyo del Estado, se comenzaba a valorar en México la idea del capital humano y a comprender los beneficios de la diversidad ideológica, de la pluralidad de pensamiento, de la importancia de la formación académica sólida y de la necesidad de formar profesionistas sólidos con vocación de servicio público. Sé que esto se ha perdido. Que la administración actual no valora el trabajo científico, que desprecia la educación superior regida por estrictos criterios académicos, que no cree en la meritocracia, que ha reducido el presupuesto de la educación superior, que ha extinguido los fideicomisos, que rechaza “la ciencia occidental y neoliberal”, que destituye a científicos de talla internacional, que fuerza la renuncia de directores, como Beatriz Xoconostle, biotecnóloga reconocida por su trabajo sobre el mejoramiento de cultivos a través de la ingeniería genética, del Centro de Investigación Científica de Yucatán, y que condena a quienes leemos por placer.

Sé también que México es capaz de construir instituciones de calidad mundial. Sé que el CIDE es un ejemplo de ello y que su historia de éxito no cabría en este pequeño espacio, pero que para probarlo basta ver su planta de profesores, sus licenciaturas, maestrías y doctorados, sus miles de egresados que se han colocado con las mejores credenciales en el mercado laboral, sus innumerables publicaciones en las mejores revistas del mundo, sus premios bien ganados, su labor de formación para aquellos que no pueden cursar programas académicos de tiempo completo, sus propuestas de política pública puestas a disposición de los gobiernos que quisieron tomarlas.

Otra cosa que sé es que, como en toda empresa, la excelencia del CIDE está en el factor humano. Sus logros están en cada profesor y en cada alumno. Profesores a los que se les exigen las mejores credenciales académicas, calidad en su trabajo, productividad, rigor científico y relevancia en sus investigaciones. Alumnos cuidadosamente buscados y seleccionados en toda la República y que provienen de todos los estratos socioeconómicos. El éxito del CIDE se explica también por la fidelidad que ha guardado a dos de sus propósitos iniciales: formar profesionales con vocación de servicio público y colaborar a la comprensión y transformación de la realidad.

En su ya no tan corta historia, el CIDE ha tenido épocas de bonanza y de restricciones, de creación y de consolidación. Ha gozado de apoyos de gobiernos partidarios del valor del conocimiento, la formación de capital humano y la pluralidad de pensamiento. También ha sufrido embates. En algún momento, algún gobierno mandó a limpiar el CIDE de “rojillos” y “revoltosos” con aspiraciones socialistas. Hoy, junto con otros centros de educación superior, libra una batalla para resguardar su independencia, la libertad de cátedra y pluralidad de pensamiento, los criterios académicos que deben guiar la investigación y la docencia, el marco normativo que permita el desarrollo de la ciencia y la tecnología, el financiamiento indispensable para sobrevivir y las condiciones para seguir siendo exitoso. Sergio libró esta batalla al límite de sus posibilidades.

Lo hizo en un contexto de un gobierno que no parece valorar ninguno de estos propósitos. En un gobierno que no comulga con el científico Antonio Lazcano cuando afirma que “el verdadero problema es la independencia que deben tener los organismos académicos para poder juzgar en términos científicos la labor de los colegas sin la intromisión del poder”.

Ojalá y que la capacidad de destrucción que ha mostrado este gobierno no alcance al CIDE, porque el CIDE ha demostrado tener la capacidad para formular una agenda de país guiada por los principios de crecimiento, justicia social, multilateralismo en las relaciones internacionales, profundización de la democracia y ampliación de los derechos de las personas.

 

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