Reflexiones veraniegas
En Venezuela, como en el resto de Latinoamérica, incluido México, la tarea pendiente ha sido la desigualdad social
Después de la caída del muro de Berlín, el mundo vivió un periodo único en la historia de nuestra civilización, en el que Occidente había logrado convencer de que la democracia liberal y las instituciones que emanan de ella eran el mejor camino para lograr la prosperidad.
La caída del comunismo en Europa y el éxito económico de los países del capitalismo liberal no dejaban lugar a dudas. España se podía comparar con los países de Europa oriental que sufrieron la invasión e influencia soviética de la posguerra. En Asia pasaba lo mismo y sigue pasando, una Corea comunista es fácilmente comparable con la Corea capitalista del sur. Los extremos han llegado a tal grado que el promedio de estatura de los coreanos capitalistas es de ocho centímetros por encima de sus primos comunistas. Todo indicaba que la discusión estaba terminada.
Sin embargo, no fue así. La narrativa de la izquierda se recompuso y reinventó para magnificar todos los defectos del capitalismo liberal, al tiempo que encontró en todas las minorías una mina de votos si lograba encauzar el descontento.
En Venezuela, como en el resto de Latinoamérica, incluido México, la tarea pendiente ha sido la desigualdad social. El populismo se reencontró con la izquierda y se creó un nuevo modelo de sistema (nuevo por fuera, el mismo de siempre por dentro) donde un hombre iluminado, representante del verdadero pueblo, tendría todas las respuestas y soluciones, siempre y cuando se le diera todo el poder.
Esto evidentemente chocaba con la idea liberal de generar muchas instituciones que se equilibran entre sí para garantizar la mejor decisión técnica o, al menos, una consensuada que podría ser lenta, pero tendría un objetivo de bien común. Venezuela, el país con mayores reservas probadas de petróleo, es hoy uno de los países más pobres del mundo. El dinero del petróleo fue dilapidado en ayudas sociales que se esfuman con el tiempo, porque el hombre, en general, no entiende que el problema no es recibir, sino crecer sosteniblemente.
Las elecciones de Venezuela nos dan una lección a otros países. El dinero se acaba, los gobiernos no pueden regalar dinero permanentemente y la pobreza, entendida como falta de prosperidad, no es un asunto de flujo de efectivo, sino de educación y oportunidades.
México tiene una ventaja con respecto a Venezuela, nuestra integración en la economía de Norteamérica es muy compleja, ya no es sólo el tema de un texto, son los fierros y procesos de miles de empresas que dependen de los tres países para tener un producto competitivo. Ésa fue la razón por la cual Trump no pudo terminar con el TLCAN y tuvo que renegociar; los intereses de miles de norteamericanos de los tres países son muy grandes. Pero México está jugando con fuego, el periodo de equilibrio y sensatez política se terminó en todos lados, incluido Canadá y Estados Unidos. Como lo he dicho siempre, a nadie le gusta un vecino fiestero y borracho que no recoge la basura ni le baja a la música, y eso somos en Norteamérica.
Estados Unidos acaba de dar un mensaje fuerte a México con la detención de los líderes del Cártel de Sinaloa: podemos operar dentro (¿cuántos agentes de la DEA tendrán doble nacionalidad?) o fuera de tu país. La lección es, otra vez, que los conceptos de soberanía del libro de la SEP de 1978 no son vigentes en el mundo de hoy y que, por tanto, la colaboración regional y seria es la garantía de la nueva soberanía.
