México y el eufemismo
Las sociedades que prefieren llamar a las cosas por su nombre tienden a ser más funcionales.

Luis F Lozano Olivares
Avvocato del Diavolo
Según la RAE, un eufemismo es una “manifestación suave o decorosade ideas cuya rectayfrancaexpresión seríadurao malsonante”. La “izquierda” global ha llenado al mundo de eufemismos para dejar de llamar a las cosas por su nombre o para prohibir palabras en nombre de la discriminación, la corrección política, el buenaondismo, todo combinado en el famoso wokismo que tanto daño ha hecho a Occidente. México no ha sido la excepción, en términos sociales o términos políticos, el eufemismo ha sido una cultura de todos los partidos y gobiernos, por lo que no sólo es aplicable a estos tiempos, aunque los gobiernos de Morena lo han llevado a un extremo demencial.
El problema del eufemismo es que evita que se diagnostique el problema con claridad y, por lo tanto, el problema queda sin resolverse, por no existir medidas de mitigación del calibre del problema, porque el diagnóstico se quedó corto para que no haya molestias adicionales en la gente. Es la excusa perfecta de la burocracia para minimizar los problemas graves que no puede o quiere resolver. Aunque los eufemismos han tenido mucho cobijo por el wokismo global, hay culturas que siguen prefiriendo llamar a las cosas por su nombre ante ciertos problemas porque, al revés, justifican medidas extraordinarias. Estas sociedades tienden a ser más funcionales.
Un ejemplo claro es el terrorismo en Europa o en EU: si una persona sale con cualquier arma, aunque no sea de fuego, pero ataca al público en general, la policía está autorizada para disparar a matar. Nosotros en Iberoamérica somos más proclives al buenaondismo y seguimos atrapados en la engañosa y tramposa trama de los derechos humanos, que se utiliza a conveniencia, pero, sobre todo, para proteger a los victimarios más que a las víctimas. Así estamos en México, un país que tiene una crisis de violencia y seguridad brutal, pero donde no se ha cambiado una sola ley, o se ha suspendido una garantía para dar una ventaja a las fuerzas del Estado desde 2010. Entonces lo que va pasando es en incremento y deterioro social, por no reconocer y llamar a las cosas por su nombre. Así, hemos visto cómo hemos pasado de cuernos de chivo a tanquetas blindadas y artilladas con Barret .50, drones que tiran bombas como en la guerra de Ucrania, bazucas y trajes tácticos paramilitares, y el Estado le sigue llamando delincuencia organizada enojada por la “guerra de Calderón” (ahí sí no se usaban eufemismos).
Esta semana estuvimos frente a una de las mayores maniobras que he visto para no llamar a las cosas por su nombre: coches que llevan explosivos, explotan, pero que no son coches bomba ni actos terroristas. Pero sin duda la culpa la tenemos los mexicanos, que tenemos sangre de atole para aguantar lo que nos avienten. Todas las leyes que han afectado las libertades y los derechos tampoco tienen efecto porque nadie quiere llamarlas por su nombre. Decenas de periodistas izquierdosos o de Corea del Centro ponían el grito en el cielo frente a gobiernos mexicanos mucho más liberales y mucho más preocupados por los derechos y las libertades de los mexicanos que éste y el anterior. Estamos prácticamente en una autocracia, pero los de antes eran peores.
Urge a Occidente, México incluido, recuperar el sentido común. El wokismo y la izquierda globalista ha hecho mucho daño porque ha quitado la capacidad de las personas de reconocer lo que hace sentido y lo que no. Hace dos años mucha gente defendió a un hombre que se consideraba a sí mismo como mujer y que fue a los Juegos Olímpicos a madrear (literal) a unas mujeres que llevan una vida entrenando. Es como una hipnosis colectiva que nos ha llevado a la dejadez y estupidez colectiva en beneficio de los burócratas que viven del sistema (todos y de todos los colores).
Empecemos por llamar las cosas por su nombre en nuestro entorno social y familiar. Se dará cuenta muy rápido, querido lector, de cómo la gente se sincera rápidamente cuando alguien dice una verdad. Es responsabilidad del ciudadano común recuperar la verdad como herramienta con mucho valor para la política.
Por último, mi solidaridad y apoyo a María Amparo Casar, lo que quieren hacerle es un infamia del Estado (según la RAE: descrédito, deshonra, maldad o vileza en cualquier vía).