El pragmatismo vs. el idealismo (II)
En la primera parte de esta columna publicada hace quince días escribíamos sobre el origen del Estado como un ente agrupador de individuos que nació con el objetivo de protegerse. Seguimos con la sofisticación que el Estado, como concepto, sufrió durante la época ...
En la primera parte de esta columna publicada hace quince días escribíamos sobre el origen del Estado como un ente agrupador de individuos que nació con el objetivo de protegerse. Seguimos con la sofisticación que el Estado, como concepto, sufrió durante la época clásica y nos quedamos en la relevancia de la Revolución Francesa y la independencia americana, ya que se introdujeron ideas conceptuales que sirvieron al Estado para consolidarse (igualdad, libertad y fraternidad). Cerramos la relevancia de los partidos políticos como representantes de sectores sociales y nos preguntamos cómo podrían diferenciarse entre ellos. Aquí llegamos a la importancia de los ideales y principios como arma mercadológica de los políticos para tomar el poder.
Las necesidades de las sociedades también cambiaron, la seguridad y la protección fueron diluyéndose como una cuestión normal, dejó de ser un diferenciador. Ya existían otras necesidades que eran cubiertas por el Estado. Los tributos, que ya eran milenarios, se fueron sofisticando y los políticos fueron destinando dichos tributos en acciones que reflejaban sus promesas para llegar al poder. Si lo piensa usted, es un conflicto de interés, no hay dinero público, es dinero de los contribuyentes que es utilizado por los políticos en favor a sus seguidores y contra otros contribuyentes que no son afines. Pero el tributo original es el pago por el funcionamiento del Estado, es, literalmente, un derecho de piso. Por eso cuando el Estado es débil, los espacios los llenan otros grupos que sí pueden garantizar la protección cobrando ese “piso”. El problema es que la proliferación de esos grupos debilita aún más al Estado y el contribuyente acaba pagando por un Estado que no funciona y, además, a grupos delincuenciales que le prometen protección de ellos mismos.
Y regreso a la idea de que los ideales partidarios son distractores sobre lo elemental. Quien ha hecho mejor uso de los ideales como herramienta política es la llamada “izquierda” (la de hoy y la de ayer). En México y en cualquier parte del mundo la izquierda consigue votos con ideas impracticables de igualdad y justicia social (¿qué es específicamente?), a costa del “dinero público”, generando un costo presupuestal que hace un círculo vicioso, gasto social (ayudas), quiebra del Estado, mayores impuestos, mayor pobreza y desigualdad; pero garantizando el voto de esa misma gente. Hay que conceder que la narrativa política de “izquierda” es mucho más exitosa que la de la “derecha”, porque la gente prefiere creer en ideas abstractas que en resultados tangibles.
Tiene lógica, la “izquierda” vende un futuro mejor y la “derecha” vende un presente con resultados gracias al trabajo del pasado. La expectativa de un futuro mejor es más fácil que trabajar en la eficiencia de hoy. Todo el mundo quiere estar mejor de lo que está y pocos comparan el presente con el pasado para constatar el progreso.
Como consecuencia de esto tenemos al comunismo como una idea que constantemente se presenta como una alternativa eficaz, a pesar de los probados casos de fracasos rampantes. Siempre se dirá: “es que no se aplicó el modelo completo” o “eso no era verdadero comunismo”. El mundo está plagado de políticos que defienden a Cuba, pero vacacionan en Paris.
Pienso que los electores tenemos una responsabilidad enorme al seleccionar a nuestros gobernantes, pero a menudo olvidamos el objetivo esencial del Estado, distraídos por los ideales ineficaces que sólo son herramienta mercadológica para conseguir el voto.
¿Nuestro país es más seguro que el sexenio pasado?, ¿los servicios que recibe usted son mejores que el sexenio anterior?, ¿la infraestructura del país es mejor que la del sexenio anterior?, ¿la educación que imparte el Estado es mejor que la del sexenio anterior?, ¿los servicios públicos de salud son mejores que los del sexenio anterior?, ¿hay más certeza jurídica que el sexenio anterior?
La sola respuesta a estas preguntas debería ser suficiente para decidir el voto. Tenemos que ser pragmáticos al elegir a nuestros políticos. ¿Regresaría usted al restaurante que lo trató mal y con mala comida? Es así de evidente, lo demás es paja.
