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Las mujeres en Afganistán y en Irán

Luis de la Barreda Solórzano

Luis de la Barreda Solórzano

 

El miedo a las represalias puede y suele ser apto para que las víctimas de una situación de abuso permanente opten por la resignación resentida: en muchos países, rebelarse contra su condición les podría costar la libertad o, incluso, la vida.

Por eso es tan admirable la resistencia de mujeres en Afganistán y en Irán, naciones en las que gobiernan fanáticos convencidos de que ellas deben estar sometidas a leyes y costumbres que las mantienen —en pleno siglo XXI— en una esclavitud de características misóginas, y en las que los gobernantes no se tientan el corazón para castigar las manifestaciones de inconformidad con penas bárbaras: flagelación, amputación, lapidación, ahorcamiento.

En ningún país sometido a la sharía —la ley islámica que rige todos los aspectos públicos y privados de la vida, y cuyo seguimiento se considera que conduce a la salvación del alma— las mujeres son titulares de los mismos derechos que los hombres. Se les margina, se les discrimina y se les imponen deberes que no tienen los hombres.

Pero la interpretación de la sharía, que se supone inspirada en la voluntad divina, varía mucho de un país a otro, por lo que la represión, las humillaciones y las restricciones a la libertad que padecen las mujeres no son los mismos en todo el mundo musulmán.

Afganistán, desde la toma del poder por los talibanes en 2021, no es una patria, sino una jaula para las mujeres, como lo expresó la académica afgana Homeira Qaderi, que vive en Estados Unidos. No sólo se ha echado de las universidades a las que ya estaban inscritas, sino que a las niñas se les ha negado el derecho de cursar la secundaria. Afganistán es el único país del mundo que excluye a las niñas de ese derecho.

Otras muchas prohibiciones pesan sobre las mujeres afganas. Se les prohíbe trabajar fuera del hogar, excepto en algunos oficios y funciones particulares. No pueden trasladarse más de 78 kilómetros sin un acompañante varón. No se les permite el acceso a parques, gimnasios y baños públicos. Es decir, están presas en sus casas.

A pesar del peligro que corren, algunas mujeres afganas han salido a la calle a protestar. Se requiere una altísima dosis de valor para animarse a hacerlo. Los talibanes han desaparecido a varias de las manifestantes. Han allanado sus domicilios y se las han llevado sin ofrecer posteriormente dato alguno sobre su paradero.

En Irán, desde la Revolución Islámica de 1979, las mujeres perdieron muchos de los derechos de que disfrutaban. A partir de entonces, allí, como en los demás regímenes islámicos, una mujer no puede heredar más que la mitad de lo que hereda su hermano y, como en muchos de esos regímenes, debe cubrirse la cabeza.

Los musulmanes afirman que el velo obedece a la preservación de la pureza de la mujer. En realidad, se trata de una imposición motivada por la fascinación, pecaminosa para amargados puritanos y fanáticos religiosos, que suscita el cabello femenino. Como advierte Erika Bornay, una deslazada y ondulosa cabellera de mujer ha sido un elemento de enorme admiración y, asimismo, de capacidad turbadora en los mitos eróticos (La cabellera femenina, Cátedra). Baudelaire implora: Déjame respirar por largo, largo tiempo, el olor de tus cabellos, y sumergir toda mi cara, como un hombre excitado de sed en el agua de una fuente. Y José Martí suspira: Mucho, señora, daría / por tender sobre tu espalda / tu cabellera bravía, / tu cabellera de gualda: / despacio la tendería, / callado la besaría.

La joven iraní Mahsa Amini, de 22 años, fue detenida y asesinada por la policía religiosa porque llevaba el hiyab —el velo islámico— mal puesto. ¿Qué significa mal puesto? Lo que los policías religiosos consideren de esa manera. Desde entonces, decenas de miles de mujeres y hombres solidarios han protestado contra el régimen a pesar de la salvaje represión de las autoridades, que ha causado más de 500 muertos durante las manifestaciones y cuatro ejecutados tras farsas de juicios. Muchas mujeres se han quitado el hiyab no sólo durante las protestas, sino al transitar en la vía pública.

Admiro profundamente a esas mujeres que, sin prensa libre, desarmadas, exponiendo la libertad y la vida, sin más armas que sus sueños y su coraje, se niegan a seguir siendo esclavas.

 

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