El año 2024 ha quedado grabado no sólo como el más cálido jamás registrado al superar el umbral crítico de 1.5 grados centígrados trazado por el Acuerdo de París, sino también por ser el año en que la crisis climática mostró que se trata de una crisis de hambre que devora el futuro de niñas y niños a nivel global.
El Hungry Futures Index de World Vision halló que en las Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC, por sus siglas en inglés) y los Planes Nacionales de Adaptación (PNA, un instrumento voluntario recomendado para los países en desarrollo), de 84 naciones, cuatro quintas partes no cumplen los compromisos en la lucha contra el hambre y la malnutrición infantiles.
El documento es un marco analítico diseñado para evaluar la integración y priorización del hambre y la malnutrición infantiles dentro de los instrumentos de política climática nacional. Y parte de una premisa urgente: la crisis climática escala rápidamente hasta convertirse en una crisis de hambre que afecta directamente a los niños.
Sólo 18% de las NDC menciona explícitamente el hambre infantil, 11% se refiere a la malnutrición y en menor medida se destina presupuesto para mitigar estos impactos.
¿Por qué son importantes estos datos? Porque las NDC son los instrumentos fundamentales del Acuerdo de París, no sólo para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y la hoja de ruta para mantener el calentamiento en menos de 1.5 grados centígrados, sino también para adaptar a las poblaciones a los efectos más severos de la crisis del clima, incluidas las infancias, juventudes y poblaciones vulnerables.
World Vision hace énfasis en que el Acuerdo de París, si bien reconoce a los niños como agentes de cambio, sólo 58% de las NDC señala la participación infantil en la toma de decisiones climáticas.
De acuerdo con Kate Shaw, asesora senior de la organización, “los niños son invisibles en los datos, presupuestos y estrategias, son invisibles en la soluciones que moldean sus vidas. Las políticas que no monitorean cómo los recursos llegan a niñas y niños están fallando a la generación más afectada por la crisis climática”.
Por ello, esta omisión debe tomarse como una llamada urgente de atención, porque niñas y niños son víctimas invisibles en las estrategias climáticas nacionales y globales.
De ahí que la organización subraye que se entra a una “era de futuros con hambre”.
En el caso de México, la NDC, de acuerdo con el índice de World Vision, el hambre infantil no se reconoce ni se menciona. El hambre como tal se encuentra como subtema a través de los sectores de agricultura y seguridad alimentaria. Sobre malnutrición si bien se reconoce, no hay indicadores clave.
La inacción de los gobiernos se encamina a aumentar drásticamente el hambre y desnutrición de las infancias al dejar de lado sus necesidades y afectaciones frente a la crisis climática.
Unicef reconoce que mil millones de niños ya están expuestos a un riesgo extremadamente alto debido a impactos relacionados con el clima, como escasez de agua, contaminación del aire, enfermedades y estrés por calor.
Sí, los hechos son irrefutables. Las perturbaciones meteorológicas, como olas de calor, sequías prolongadas, inundaciones y erosión del suelo redujeron cosechas críticas el año pasado. Y 2026, que está ya en la puerta, se vislumbra difícil en materia de seguridad alimentaria en las naciones menos desarrolladas.
Para contextualizar la situación, 673 millones de personas en el planeta vivieron con hambre en 2024. Mientras, a nivel mundial se desperdician cantidades obscenas de alimentos. El Informe sobre el Índice de Desperdicio de Alimentos 2024 del PNUMA señala que en 2022 se desperdiciaron mil 50 millones de toneladas de comida.
Datos de la organización Acción contra el Hambre apuntan que el año pasado, a nivel global, 42.8 millones de niños y niñas menores de cinco años sufrieron desnutrición aguda, la cual puede ser mortal.
El Programa Mundial de Alimentos apunta que “los niños con desnutrición tienen 12 veces más probabilidades de morir que un niño sano”.
Y Save the Children ha insistido en señalar que “una media de 33 niñas y niños en el mundo nacen con hambre cada minuto”. Las niñas representan hasta 60% de las personas que tienen hambre, porque cuando escasea el alimento son las últimas en llevarse un bocado y las que menos comen.
La desnutrición, exacerbada por los choques climáticos, conduce directamente al retraso en el crecimiento, emaciación, que Unicef describe como “la forma de malnutrición más inmediata, visible y mortífera, sobreviene cuando no se logra prevenir la malnutrición entre los niños y niñas más vulnerables”, además de una mayor mortalidad por enfermedades que de otra manera serían prevenibles.
Si no se toman medidas urgentes y específicas, las proyecciones indican un futuro insostenible, el hambre y la desnutrición a nivel global podrían incrementarse en 20% para 2050.
El impacto no se limita al plato de comida. La crisis climática actúa como un multiplicador de amenazas.
Cada niño que nace desnutrido, cada menor que se acuesta con hambre, cada vida infantil truncada por falta de alimentos, es un recordatorio de que los planes climáticos fallan a quienes más necesitan protección.
Una NDC que no identifica a las poblaciones vulnerables, que no mapea riesgos sobre la cadena alimentaria local y que no asigna recursos para fortalecer sistemas de protección social y servicios de nutrición, está incompleta.
