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AMLO y el capitalismo de cuates

Leo Zuckermann

Leo Zuckermann

Juegos de poder

Una de las promesas que me gustaba mucho de la plataforma de López Obrador era la de separar el poder económico del poder político. Tener un Estado autónomo. Me gustaba porque, durante el periodo neoliberal, a muchos mercados internos los protegió el gobierno por una clara connivencia entre las clases empresarial y política. Mientras la economía se abría y se volvía más competitiva en algunos sectores, en otros se mantenían monopolios u oligopolios privados. Es lo que se conocía como el capitalismo de cuates. Muchas grandes fortunas en México se explicaban no por la competitividad de los empresarios, sino por su estupenda relación con los gobernantes en turno.

Yo tenía la esperanza de que AMLO cambiara esta situación. Que pusiera las condiciones para que un pequeño empresario pudiera convertirse en un magnate gracias a su capacidad de ofrecer buenos productos a buenos precios. Hoy es claro que esto no va a ocurrir. Por el contrario, el Presidente le ha dado prioridad a su relación con los grandes empresarios, muchos de ellos fruto del capitalismo de cuates. Al día de hoy, no se han generado las condiciones para emparejarles la cancha a los micro, pequeños y medianos empresarios.

La última evidencia de la prevalencia del capitalismo de cuates es la reforma a la Ley del Banco de México aprobada por el Senado hace unos días. Con gran elocuencia, así la ha caracterizado el subgobernador del banco central, Jonathan Heath: “Son bastantes los argumentos en contra de las reformas a la Ley del Banco de México. Uno de los más importantes es que no se vale reformar una ley para favorecer a una sola empresa, en especial con antecedentes negativas con la SEC de Estados Unidos”.

Se refiere a un grupo empresarial que tiene un rentable negocio de compra y venta de dólares en México. Muchas transacciones son en efectivo. El problema es que cada vez es más difícil enviar dichas divisas a Estados Unidos por los crecientes controles de lavado de dinero. Como ya no hay instituciones privadas que quieran tomar el riesgo con estos billetes, lo conveniente, para esta corporación, es que los adquiera el Banco de México. Los senadores aprobaron la reforma para obligar al banco central a acumular estos dólares como parte de la reserva internacional del país. De esta forma, la empresa en cuestión soluciona su problema y podrá seguir con un rentable negocio. En una de ésas, hasta lo puede incrementar.

Que el dueño de esta corporación haya logrado que los senadores legislen para favorecer a sus intereses no debe sorprendernos. Él, como todos los capitalistas, es un empresario que hace negocios para ganar dinero. Es más, tiene la obligación fiduciaria con sus accionistas minoritarios de así hacerlo.

Aquí el problema no es de este empresario, quien siempre ha tenido una gran capacidad de cabildeo político. No. El problema está en el otro lado, es decir, en los gobernantes que acceden a sus demandas. Como bien reza el dicho: “la culpa no es del indio, sino del que lo hace compadre”. En otras palabras, los políticos que toleran y fomentan el capitalismo de los compadres.

Yo no sé de cierto si la reforma a la Ley de Banxico cuenta o no con la bendición del presidente López Obrador. Me cuesta trabajo no pensarlo porque en este sexenio no se mueve un alfiler en el Congreso sin el permiso de Palacio Nacional. Si efectivamente AMLO aprobó esto, me temo que estará incumpliendo con su promesa de separar el poder económico del político. Por el contrario, será una exhibición más de que el capitalismo de cuates continúa, lo cual es una pésima noticia para el país.

Conozco a muchos mexicanos que votaron de buena fe por AMLO creyendo que se terminaría con la corrupción y los compadrazgos que caracterizaron a sexenios pasados. No sé cómo vayan a racionalizar que el Movimiento Regeneración Nacional esté dispuesto a modificar la ley y poner en peligro una institución que ha sido pilar de la estabilidad macroeconómica, como el Banco de México, para quedar bien con uno de los mayores grupos empresariales del país. Ojalá abran sus ojos y vean lo evidente: que continúa la connivencia del poder económico con el político, justo lo opuesto a lo que prometió el presidente López Obrador.

 

 

 

Hay otra opción. Que esta mala reforma, que favorece los intereses de una empresa en detrimento del interés nacional, la detengan los diputados. Y si no lo hacen, que la vete el presidente López Obrador. De esta forma demostraría que su gobierno sí es diferente a los del pasado, gobiernos que se rehusaron a abrir mercados enteros a la competencia sólo para proteger a sus amigos empresarios.

 

                Twitter: @leozuckermann

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