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México, el muro de Trump

Laura Rojas

Laura Rojas

Agora

El viernes sucedió lo que muchos jamás imaginamos. México no sólo pagará por el muro de Donald Trump sino que físicamente será el muro del mandatario. El primer gobierno de izquierda en México aceptó lo que ningún otro presidente hizo: implementar una durísima política migratoria dictada desde Washington, contradiciendo su posición histórica, y encima, ha intentado venderlo como una gran victoria nacional. Shame on you, president López Obrador.

Es cierto que, frente a los Estados Unidos, nuestro país tiene un estrecho margen de maniobra debido a la disparidad en la relación y a nuestra gran dependencia económica, sin embargo, tenemos algunas cartas valiosas que nuestro gobierno ni siquiera intentó jugar. Más que un acuerdo entre dos países soberanos, lo que el gobierno mexicano hizo fue una capitulación que, de acuerdo con el diario The New York Times, no sucedió la semana pasada, sino en marzo, tres meses antes de la amenaza arancelaria, cuando la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, comprometió el despliegue de la Guardia Nacional en la frontera sur de México. Los estadunidenses llamaron a ese acuerdo el de “una tercera frontera”.

Ahora se entiende por qué, cuando el presidente Trump amenazó con imponer un 5 por ciento de aranceles a todos los productos que se exportan de México a Estados Unidos, nuestro gobierno no advirtió públicamente que eso es ilegal bajo el aún vigente TLCAN, que acudiríamos a paneles internacionales de solución de controversias para defender nuestra economía, ni tampoco dijo que responderíamos imponiendo aranceles a los productos estadunidenses de manera recíproca, lo cual ha demostrado su eficacia disuasiva en el pasado reciente.

La vinculación comercio-migración que hizo el presidente Trump no fue para imponer a México medidas antiinmigrantes, que ya había aceptado antes, sino porque quería más, y lo logró.

Trump consiguió que el acuerdo Remain in Mexico, que ahora funciona desde tres puntos fronterizos, se amplíe a la totalidad de la frontera. Por este mecanismo, nuestro país acoge a todos los migrantes que lleguen vía nuestro territorio a los Estados Unidos en busca de asilo, mientras se resuelve su solicitud. Este proceso puede tardar hasta dos años. Según datos del Instituto Nacional de Migración (INM), en este año, Estados Unidos ha devuelto a México a 7,623 personas. De continuar aceptando devoluciones, sólo desde los tres puntos actuales, al final del año acogeríamos a unos 18,000 migrantes, pero dada la ampliación, podríamos esperar incluso el doble, más los que se acumulen durante los próximos años. A todos ellos, el gobierno mexicano deberá ofrecer trabajo, servicios de salud y educación.

En segundo lugar, el presidente Andrés Manuel López Obrador comprometió el despliegue de 6,000 elementos de la Guardia Nacional para impedir el paso de los centroamericanos hacia el norte. La militarización de la frontera sur de México no es más que la réplica de la política migratoria de Donald Trump, quien en abril del año pasado anunció el envío de la Guardia Nacional estadunidense a la frontera con México. En ese momento, López Obrador y quienes hoy le aplauden, condenaron duramente esa medida, e incluso señalaron de tibio al entonces presidente Enrique Peña Nieto. Ahora, por mandato de Donald Trump, serán ellos los verdugos.

El gobierno debe responder cómo cumplirá sus compromisos con Estados Unidos, al mismo tiempo que cumple a los mexicanos sus promesas de empleo, seguridad, salud, educación, y ayuda a las ciudades fronterizas a gestionar el impacto de acoger a más personas.

Por lo pronto, la cancelación de la amenaza arancelaria deja un mal sabor de boca, seremos la antesala de los Estados Unidos y el muro de Donald Trump.

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