Wilma
La pieza teatral, protagonizada por Itzhel Razo, es un mapa de la tragedia, donde una abuela destruye la felicidad de su familia
Wilma no es una simple obra de teatro que retrata el racismo y la negación del mundo maya, es la síntesis de una catástrofe en tres tiempos, un monólogo autobiográfico cargado de furia que repasa cómo nuestras figuras tutelares pueden marcar y devastar nuestra niñez con sus irresponsables prejuicios. Bien podría tratarse de la mera acción de una madre violenta o de la actitud clasista y represora de una abuela que convierten tu infancia en un infierno.
La pieza es un mapa de la tragedia y ocurre en Yucatán, donde una abuela de origen irlandés, llamada Wilma, tortura y destruye la felicidad de su familia con el peso de un monolito lleno de ideas moralistas, clasistas y sarcásticas, desde el cual juzga, elige y decide el destino de su nieta, a quien le prohíbe relacionarse con la cultura maya.
La protagonista es Itzhel Razo (It’s hell!, nos dice con ironía en esta puesta que abreva del performance, del montaje sonoro y el teatro físico), la niña pelirroja que también fue vapuleada por el huracán Wilma, en 2005, a su paso por la península, al no descifrar la alerta roja (en maya) y terminar sumergida entre el fango y la bruma del mar. Más tarde, esa niña escuchará con desconcierto el suicidio de su padre y cuestionará la presencia fugaz de una madre sin fortaleza.
Hoy, esa niña podría ser chamana o hechicera (Ah pul uenel) de un pueblo maya, ahijada de Xibalbá, espíritu libre en un sacbé, una contempladora de espantos que ha enloquecido o una actriz y dramaturga que encuentra en las escalas del alarido un refugio para mantener la cordura. Su trepidante actuación es elogiable, porque nos introduce en un torbellino de incertidumbre que plasma, desde la intimidad, los efectos del bullying, el racismo y la intolerancia; es el retrato de la devastación que se nutre de infancias con alas rotas.
Wilma se presenta desde ayer y hasta el 2 de julio en el Teatro Xavier Villaurrutia, con funciones jueves y viernes, 20:00 hrs; sábados, 19:00, y domingos, 18:00 hrs).
ELEFANTE BLANCO
Este año, la Secretaría de Cultura federal (SC) pagará 2.4 millones de pesos por la renta de un nuevo inmueble, en Tlaxcala, que ya se convirtió en un elefante blanco.
Se trata de la Casa No. 20 en la calle Arteaga de San Pablo Apetatitlán, en el municipio de Antonio Carvajal, que, supuestamente, sería la nueva sede de la SC para ‘concretar’ el sueño guajiro de descentralizar parte de la dependencia (con 180 trabajadores) y ahorrar los 50 millones de pesos que se destinan a la renta de su actual sede de Paseo de la Reforma 175.
En la práctica, la SC ya paga la renta del edificio de Apetatitlán, como también le llaman, pero éste continúa vacío, sin identidad institucional ni personal, sin equipo de cómputo ni actividad cultural o administrativa, tal como lo reportó
Excélsior (1/06/2023), pese a que la propia Alejandra
Frausto y su titular de Administración, Omar Monroy, aseveraron que en enero pasado dicha sede comenzaría a funcionar. “Estas nuevas instalaciones empezarán a ocuparse a partir de esta semana, ya con todos los servicios”, dijo Monroy en ese entonces.
En su momento, el tema fue consultado con Manuel Zepeda, vocero de la Secretaría de Cultura, pero hasta la fecha no ha logrado aclarar el panorama “con datos reales”. Lo cierto es que, a 16 meses de que se termine el ciclo Frausto, la nueva sede se suma al abultado saco de promesas y pendientes de la dependencia.
¿Por qué Frausto no ha referido el tema, aunque sea en un tuit, para aclarar por qué se paga por una “nueva sede” sin utilidad? ¿Acaso se busca beneficiar al dueño del inmueble o a la inmobiliaria?, ¿será que el plan de mudanza nunca existió y que los trabajadores nunca recibieron facilidades para trasladar su residencia a Tlaxcala? Quizá todo ha sido una triquiñuela burocrática para crecer el listado de logros insustanciales.
