Virutas en el aire

Alumnos y profesores de la Escuela de Laudería del INBAL están inquietos por la posible venta del edificio que la alberga.

Hace una década que las autoridades culturales de México prometieron edificar una nueva sede para la Escuela de Laudería del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), única en América Latina por formar profesionales que construyen, reparan y restauran instrumentos musicales de cuerda frotada, siguiendo la tradición de Antonio Stradivari.

Dicha academia yace en una casona antigua que el INBAL alquila desde mediados de los años 90, en Querétaro. Sin embargo, hace meses que alumnos y profesores viven en la zozobra, ya que la dueña del inmueble ha manifestado su intención de vender (en más de 50 millones de pesos), mientras observan con resignación el letargo de los directivos.

A esto se suman dos

preocupaciones: la inquietante humedad que se registra al interior del inmueble y el hecho de que el INBAL optó por cerrar la gestión del laudero Jorge Alejandro Díaz al frente de la escuela y nombrar al joven Rodrigo Arboleyda, egresado de la misma, quien carece de propuestas para enfrentar la situación.

Seguro que la modificación responde a una estrategia puntual y bien analizada por parte de Lucina Jiménez, titular del INBAL, pero llama la atención que no lo haya hecho público con los honores que merece.

En este punto, vale la pena recuperar la historia de la escuela. Todo inició en 1985, cuando el gobierno francés envió a México al músico y laudero Luthfi Becker Anz, como parte de un programa de intercambio cultural, quien recibió la misión de elaborar un proyecto para crear una escuela de laudería. La idea, finalmente, cobró forma en octubre de 1987, en la CDMX, a manos de Becker, quien dirigió la academia hasta el año 2000.

En 1992, la escuela se trasladó al Centro Cultural Casa del Faldón de Querétaro y, en 1995, llegó a su ubicación actual (Miguel Hidalgo 20, Centro Histórico de Querétaro), donde consolidó la licenciatura en Laudería y posicionó su calidad a nivel internacional.

En septiembre de 2012, Teresa Vicencio, entonces directora del INBA –actual secretaria administradora de El Colegio Nacional (ECN)–, anunció la firma de un convenio con el gobierno de Querétaro para recibir la donación de un terreno de seis mil metros cuadrados (junto al Parque Querétaro 2000) en el que se construiría la nueva sede.

El acuerdo se signó en el Salón de Cabildos y tuvo el aval de Fernando de la Isla (titular de Educación de Querétaro), Laura Corvera Galván (directora del Instituto Queretano de Cultura), Jorge López Portillo (secretario de Gobierno de la entidad) y Omar Blanco (titular de Recursos Materiales del INBA).

Aquel día, Vicencio reveló que se había realizado un concurso, por invitación restringida a cinco arquitectos para elaborar el proyecto de la nueva escuela, y se eligió al despacho Javier Sánchez Arquitectos como ganador.

Incluso, afirmó que el INBA y el gobierno local destinarían 72 mdp, en una primera fase, para construir nueve mil 372 metros cuadrados para salones de clase que ampliarían la matrícula del colegio —dado que hoy sólo atiende a una veintena de alumnos por año—, así como bodegas para maderas climatizadas, laboratorios donde estudiar el comportamiento de la madera, cuartos acústicos, biblioteca, auditorio, espacios para residencias internacionales y un área para exhibir instrumentos.

Aquel sueño estaría listo en 2015, pero todo quedó en un rastro de virutas que el viento se llevó. Hoy nada se sabe del terreno donado, del presupuesto prometido ni qué pasará cuando se venda el actual inmueble que ocupa la Escuela de Laudería. Espero que Lucina Jiménez y Alejandra Frausto, titular de la SC, tan preocupadas por la infraestructura cultural y su descentralización, informen sobre este tema. Claro, eso será cuando vuelvan de las vacaciones que les impondrá la veda electoral.

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