Un mundo ideal

Una política pública que lleve las artes a los lugares donde los niños pasan la mayor parte del tiempo

En un mundo ideal, los 38 millones de niñas y niños que viven en México deberían tener garantizado el acceso a libros, arte, funciones de teatro y títeres, música y danza de calidad durante todo el año. Pero no es así, porque casi siempre están sujetos a la disponibilidad del mundo adulto.

Por ejemplo, si yo volviera a ser niño, me gustaría tropezar con las ilustraciones de José Guadalupe Posada cada veinte metros, en los muros de mi colonia, y no tener que soportar la monotonía partidista que se apropia del barrio. Pediría que la vía pública se transformara en una galería continua con miles de obras originales de muralistas y grabadores contemporáneos que alternaran con reproducciones de piezas (con permiso de los herederos) de Rufino Tamayo, Leonora Carrington, Remedios Varo, Joy Laville, Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco, entre muchos más; sin olvidar plazas comerciales, estacionamientos, oficinas de gobierno, explanadas, bibliotecas y, por supuesto, en las escuelas, ahí junto a los héroes que nos dieron patria.

Además, querría que cientos de compañías de teatro ambulante representaran obras de bolsillo, con funciones semanales (a precio simbólico) en cada parque de México, con subsidio del Estado, en donde se obsequiaran libros del Fondo de Cultura Económica (FCE), mientras algún estudiante de canto interpretara algunas arias.

Pediría aprender matemáticas con las tiras de Trino y atender la materia de Español con los poemas de María Baranda e ilustraciones de Amanda Mijangos, Anthony Brown, Gabriel Pacheco y Alejandro Magallanes, entre otros; sin dejar de lado un laboratorio semanal que impartiera talleres de ajedrez, de ciencias, guitarra y violín (hechos por la Escuela de Laudería del INBAL), y aplaudiría el descargar libros ilustrados en formato digital, mediante un QR que fuera colocado en algún muro del colegio, para ser renovado cada mes.

Me parecería ideal que cada escuela programara un festival mensual con cuentacuentos o un show de marionetas, talleres de pintura y grabado (con apoyo de Alas y Raíces), cine animado itinerante y no comercial, o pequeños recitales de música de concierto y tradicional que podrían alternar con actividades lúdicas donde los infantes asumieran el papel de arqueólogos, restauradores, curadores, escenógrafos… pero impartidos por artistas y no por los propios docentes.

Alguien podría idear una plataforma de streaming para niños, que fuera gratuita, con contenidos de calidad, o quizá revivir el programa Bibliotecas de Aula, programar visitas a sitios arqueológicos y a museos, y tapizar pantallas y escaleras del Metro con poesía y obras de arte. En esencia, mantener lo que ya existe y crear una política pública que lleve las artes a los lugares donde los niños pasan la mayor parte del tiempo.

Alguien dirá que todo eso sale caro. Entonces, ¿por qué no se pide ayuda a alumnos de artes de la UNAM y de ciencias del Politécnico, quienes podrían cumplir su servicio social como voluntarios para impulsar dichas actividades y, así, expandir la cultura?

Porque está bien que las autoridades culturales tengan sus semilleros y realicen sus festivales en el Cenart y en el Complejo Cultural Los Pinos, o que programen tendidos de libros en el Palacio Postal, pero qué pasa con las niñas y niños que no pueden acceder a esto porque sus padres no pueden llevarlos.

¿Por qué niñas y niños deben esperar hasta que los adultos quieran o tengan tiempo de ir al museo o a un foro cultural para descubrir a los grandes artistas mexicanos, cuando la máxima riqueza debería estar en su patio de juegos, en el salón de clases y en los lugares cotidianos por los que transitan? ¿No tendría que ser la escuela el espejo de agua donde cualquier infante abrevara la cultura que no encuentra en casa?

Temas: