Toledo en su tinta
El 12 de marzo cierra la exposición Cada quien con su Toledo. Obra gráfica (1960-2018) en el Museo Nacional de la Estampa
Los grabados de Francisco Toledo (1940-2019) pueden encender las brasas de la imaginación más atrofiada y, a medida que desciframos sus personajes, nos revela las claves de una mitología que enciende múltiples relatos, según la mirada de quien los observa. Su trabajo no es la mera zoología de un genio, sino la genialidad de un fabulador que hizo de lo sencillo algo universal, como se aprecia en la exposición Cada quien con su Toledo. Obra gráfica (1960-2018), en el Museo Nacional de la Estampa (Munae), y que cerrará sus puertas el 12 de marzo.
La muestra —con 180 piezas entre aguatintas, puntas secas y litografías— presenta, por ejemplo, la conversación picante entre dos pollos desnudos que toman el té, mientras un asno que tira de una carreta levanta las orejas para entender aquella murmuración. También retrata el sueño de una jaiba que materializa su placer sobre el cuerpo de una bañista, y un sapo afligido que no logra bordar las servilletas para la mesa.
Más allá nos revela un pulpo de proporciones mitológicas que acecha a un nadador, una madriguera de lagartos, el enigmático gesto de la muerte (como en el relato de Jean Cocteau) en la pieza La muerte camina/La incansable, y numerosas obras donde el erotismo es el personaje principal.
Destaca por su rareza Pez blanco/pez azul (1976), una mixografía —proceso de impresión tridimensional que facilita una estampa con textura y relieves— que da cuenta del trabajo experimental del artista, impulsado por Rufino Tamayo y los impresores Luis y Lea Remba; y la serie Bizancio (2000), donde el oaxaqueño realizó 16 estampas a partir de postales y fotografías en libros de los mosaicos de las iglesias bizantinas en Ravena, Italia.
A esto se suman algunos ejemplos de series y carpetas como: Temblores, Fábulas (de Esopo), Toledo Guchachi, Nuevo catecismo para indios remisos, Libertad para Víctor Yodo (donde critica al ejército y a la violencia del Estado) y la secuencia mordaz que le dedicó a Benito Juárez, donde lo viste de cartero, lo coloca sobre caparazones de tortuga y lo critica por perder la cabeza.
En suma, es una muestra impostergable que todos los interesados en la obra de Toledo tendrían que visitar, porque no todos los días es posible zambullirse en las invenciones irreverentes de este genio que, como escribió Carlos Monsiváis, no fue sólo un renovador de la cultura, sino que su obra es parte del patrimonio nacional. Lo que sí nos queda a deber esta exhibición es un buen catálogo con textos de expertos que nos ayuden a navegar en esta obra.
INDIFERENCIA
Es una buena noticia que la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería (FILPM) retorne al formato presencial. Ayer la visité a media tarde, pero, a diferencia de años anteriores, encontré poco público en sus pasillos y en sus foros. Un ejemplo: a la presentación del volumen Hermenegildo Bustos, pintor del pueblo (Ediciones La Rana), en el Auditorio Bernardo Quintana, sólo acudieron 15 personas, ante la mirada resignada de Luis Rius y Adriana Camarena de Obeso, titular de Cultura de Guanajuato.
¿Qué pasa con esta FIL que no congrega a multitudes?, ¿perdió el encanto de otros años?, ¿no destinó recursos para su difusión?, ¿es culpa del costo de los libros? Lo que más sorprende es que ni siquiera la polémica entre Paco Ignacio Taibo II y la FILPM por el elevado costo de los estands despertó la curiosidad de los lectores.
Y en este punto, Fernando Macotela, titular de la FILPM, tendría qué transparentar las razones por las que algunos stands en Minería casi triplican el costo de los que comercializa la FIL Guadalajara. Taibo II hablaba de 11 mil 250 pesos por metro cuadrado, pero algunas voces han manifestado que los espacios preferenciales llegaron a los 12 mil pesos. ¿Por qué?
