Tlalli
En mi caso, no he logrado conectar con esa mole grisácea de mirada felina, ideada por el artista Pedro Reyes
No ha nacido Tlalli y ya tiene más apodos que la Estela de Luz (¿o de pus?), lo que confirma nuestro entusiasmo por esa diversión genuina para escapar del control, como observó Carlos Monsiváis.
En mi caso, no he logrado conectar con esa mole grisácea de mirada felina, ideada por el artista Pedro Reyes, la cual sustituirá al conjunto escultórico de Cristóbal Colón en Paseo de la Reforma, en 2022. Dirán que el arte es así, pero su instalación se vislumbra como el parto de los montes: mucho ruido, poca sustancia. La pieza no me dice nada del mundo olmeca ni mexica. Tampoco me despierta el reconocimiento por la grandeza de las culturas de México. Quizá se debe a que Reyes, por alguna razón, se desmarca de los iconos indígenas por excelencia, como la Coatlicue, la Tlaltecuhtli y la diosa de Coatepec.
O porque esta obra también se aleja de los registros pictóricos que impuso Diego Rivera y de las poderosas miradas de Francisco Zúñiga y Leopoldo Méndez. Es como si Tlalli fuera un borrón y cuenta nueva que se despega de ese imaginario indígena construido a lo largo de un siglo. Tlalli es un icono distinto, ¿acaso una pieza huérfana que llegará al espacio público para poner a prueba nuestra imaginación?
No sé si Reyes se dejó llevar por la pasión o si peca de soberbia, porque un reto de esta magnitud necesitaba más investigación (no dos meses), pues no es fácil definir una alegoría que exalte la dignidad indígena.
De momento, el bosquejo ha logrado su cometido: centrar y polarizar la opinión pública en un tema clave para la agenda local. Unos miran con agrado la propuesta y otros le brindan dosis de veneno y humor al renombrarla como alienígena, gatúbela prehispánica, la versión femenina de Benito Juárez o la cabezota, frase que la jerga chilanga no desperdiciará.
Quizá la respuesta a este entuerto ya nos la dio Efraín Huerta en su Declaración de odio, donde se lee: “…como una cabeza cercenada con los ojos abiertos. / Estos días como frutas podridas. / Días enturbiados por salvajes mentiras. / Días incendiarios en que padecen las curiosas estatuas / y los monumentos son más estériles que nunca”.
Sólo me queda consumir opiniones como aspirinas para combatir el mareo de esta idea impostada, pues un encargo de tal naturaleza requería de consenso y de varias miradas artísticas. Ojalá estuviera aquí Francisco Toledo y nos iluminara con un proyecto más auténtico. Y mientras damos rienda suelta al desparpajo, la CDMX tendría que abrir el proceso para definir el futuro del complejo escultórico de Cristóbal Colón (con un argumento histórico) y el INAH desmontar y restaurar el pedestal que hoy registra un importante desgaste.
GOTERAS EN EL MUNAL
Ayer fui al Museo Nacional de Arte (Munal), que dirige Carmen Gaitán, y me sorprendió que siga expuesto el óleo Los santos niños Justo y Pastor, de José Juárez, dañado hace algunas semanas por una gotera dentro de la sala cinco. A simple vista se advierten rastros de humedad en las salas dos, seis, siete y en algunos pasillos; hay moho en persianas y cornisas y una falla general en el sistema de aire acondicionado, lo que pone en riesgo la obra expuesta.
La propia Gaitán (autodefinida como “directora patrimonialista”) ha dicho en corto que, desde 2019, envió una carta a Lucina Jiménez, directora del INBAL, informando el problema, pero no ha tenido éxito. ¿Será que el INBAL no tiene dinero o que carece de voluntad?
Tan sólo para reparar la sala cinco, el Munal necesita 1.5 mdp, pero Gaitán advierte que el problema es “severo”, que viene de una reparación previa (quizá al cuidado de Miguel Fernández Félix, director del Museo del Palacio de Bellas Artes), cuando se colocó una capa de silicón en el techo y ésta se fracturó, lo que propicia las filtraciones.
