Polvo y descuido

El crítico musical Manuel Yrízar donó hacecuatro años su colección de grabaciones alINBAL y se desconoce qué uso se le ha dado.

Mucho se habla del valor de los archivos históricos, pero al momento de los presu­puestos para su conservación siempre llega el silencio por parte de las autoridades cultu­rales. Así le ha sucedido al productor y crítico musical Manuel Yrízar, quien hace casi cua­tro años donó al INBAL su colección priva­da de grabaciones de ópera, danza y música de concierto, que van de 1979 a 1994, trans­mitidas por Canal 11 y cuyos originales, al parecer, fueron eliminados del acervo de la emisora pública.

Yrízar nos cuenta que Silvia Carreño, gerente del Teatro de Bellas Artes, un día lo visitó en su casa y, al observar aquellas grabaciones, le preguntó qué haría con ese material. Él le comentó que sólo lo tenía para recordar la época dorada de la ópera en México. Entonces, ella le propuso donar las grabaciones al Acervo Histórico del Palacio de Bellas Artes, que resguarda poco más de dos mil fotografías, libros, revistas, videos y cintas de carrete.

Manuel aceptó la idea y se formalizó, mediante un contrato de donación, el 24 de agosto de 2018, con firma de Octavio Salazar, subdirector general de Administra­ción; Roberto Vázquez, subdirector general de Bellas Artes, y la propia Carreño.

En total, el crítico entregó 96 videocase­tes con 41 grabaciones de música de con­cierto, 16 de ópera y 57 de danza, entre las que destacan algunos concursos nacionales de canto Carlo Morelli, la ópera Encuentro en el ocaso (1980), de Daniel Catán, y estre­nos de compositores como Carlos Jiménez Mabarak, Daniel Catán, Federico Ibarra y Marcela Rodríguez.

En teoría, el material sería digitalizado y llegaría a un público más amplio, pero ha pasado el tiempo y se desconoce el uso que se le ha dado a dichas grabaciones, por lo cual Yrízar hace un llamado a Alejandra Frausto, secretaria de Cultura, y a Lucina Jiménez, titular del INBAL, para revisar el tema e informar públicamente sobre éste, en espera de que las cintas no se pierdan, se  dañen ni sigan acumulando nuevas capas de polvo y olvido.

… NI A OROPEL

Es posible que nadie en la UNAM haya veri­ficado la calidad de la exposición Tesoros de Egipto, que se exhibe desde el 23 de mayo en el Palacio de Minería. En caso contrario, sería interesante saber quiénes evaluaron los méritos de las piezas expuestas o con base en qué criterios museo­gráficos y curatoriales decidie­ron concederle las siete salas para mostrar un conjunto de réplicas creadas al calor de la improvisación.

La muestra, llevada a Mi­nería por la Fundación Sophia, está tan mal cuidada que a sim­ple vista se aprecia el unicel, el pegamento de manufactura casera y los tra­zos de una mano temblorosa. Se entiende que son reproducciones para mostrar en México un grupo de objetos imposibles de reunir, pero su elaboración es tan burda que no podría despertar el entusiasmo logrado con la exposición Tutankamón, la tumba, el oro y la maldición, presentada en 2011 en el Palacio de la Autonomía, también de la UNAM, con réplicas de elementos hallados en la tumba del faraón.

Las piezas que integran Tesoros de Egipto, exhibidas bajo el concepto de “exposiciones didácticas”, pretenden despertar la curiosidad de un público ávido de la cultura egipcia. Si acaso, estos objetos podrían ser llevados a la explanada de alguna preparatoria o utilizarlos como distracción en la próxima celebración decembrina, pero no sirven para homenajear, con dignidad, el 200 aniversario del desci­framiento de la escritura jeroglífica ni el cen­tenario del descubrimiento de la tumba de Tutankamón, dado que no aporta el detalle que implica la reproducción de dicha cultura.

Ojalá que, en el futuro, Carlos Agustín Escalante, director de la Facultad de Inge­niería de la UNAM (de la cual depende Mi­nería) ponga mayor cuidado y atención a sus exposiciones.

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