Lo que no se nombra

El Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura ha guardado silencio frente a la vandalización de los murales de Ariosto Otero en Magdalena Contreras.

El silencio es un sendero de arenas movedizas que abraza la desmemoria y que guarda estrecha complicidad con la indiferencia. Ésa es justo la ruta que, en los últimos días, ha tomado el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL) frente a la vandalización de los murales de Ariosto Otero en la alcaldía Magdalena Contreras, como reportó Excélsior (26/10/2022).

Lo comento porque, en esta ocasión, la dependencia aún no ha llamado al artista para conocer la situación ni ha emitido algún comunicado de cortesía en el que reconozca el hecho. Tampoco ha informado a la opinión pública si enviará a personal del Cencropam a elaborar el diagnóstico ni cuándo emprenderá la evaluación de daños y su posterior restauración. Sencillamente, el INBAL, encargado de velar por la preservación del patrimonio artístico nacional, ha hecho mutis y se ha enfocado en los temas de su agenda, imaginando que lo que no se nombra, no existe.

En los días recientes se le ha insistido al área de prensa de la dependencia —que lleva la no muy eficiente Lilia Torrentera— una postura institucional sobre la situación y las acciones a emprender. Pero la respuesta ha sido un silencio institucional inadmisible que le concede la razón al muralista cuando él mismo se pregunta dónde están las autoridades culturales frente al atropello al muralismo mexicano. “Lo único que veo es menosprecio –expresó Otero con molestia–. Nunca había estado tan desprotegida la cultura”.

A esto se suma un nuevo hecho. El artista denuncia que, sin previo aviso, se ha retirado el mural Monstruos de fin de milenio, que a finales de los años 90 donó a la Plaza Comercial Merced 2000 y que fue rescatado para “montarse definitivamente” en la estación La Raza, de las líneas 3 y 5 del Metro, como parte del Túnel de la Ciencia, desde el 25 de noviembre de 2008. ¿Dónde está la pieza? ¿Quién la quitó y a dónde la llevó? Nadie se ha enterado.

Mientras tanto, Lucina Jiménez, titular del INBAL, acude a eventos, sonríe, le toman fotografías y utiliza el mismo estribillo para

reiterar su compromiso con la cultura, frente a un público cautivo que asume una actitud complaciente mientras aplaude y se desboca por obligación.

Vale la pena recordar que, durante el Segundo Congreso Internacional Muralismo, a 101 años de su nacimiento, organizado hace un par de meses por Polo Castellanos en la sala Manuel M. Ponce de Bellas Artes, Lucina se refirió al muralismo como “un movimiento vivo y no sólo de un acto de memoria”.

También reconoció la labor del Cencropam, aseguró que dicho centro “tiene la enorme responsabilidad, por ley, de realizar la conservación y restauración del muralismo mexicano” y adelantó que, en la cuarta sección de Chapultepec, donde se edificará la Bodega Nacional, como parte del Proyecto Chapultepec, se abrirá “un programa de formación en muralismo para que eso se revitalice y lo haremos de la mano de quienes han mantenido encendida la llama del muralismo”.

Finalmente, se debe insistir en que el trabajo de Ariosto Otero no es el de un improvisado, sino el de uno de los muralistas contemporáneos más representativos de México, comprometido con la justicia social y con la conservación de la historia a través de su obra.

Al respecto, la brillante investigadora

Guillermina Guadarrama, experta en muralismo, ha definido el trabajo de Otero como “una buena síntesis de la historia de México en sus últimos tiempos”, quien ha buscado diversas técnicas modernas en el género plástico y que se actualiza en la problemática que presenta.

Esperemos, pues, a que los funcionarios de la cultura escuchen el llamado de Ariosto Otero, uno de los integrantes de ese movimiento vivo que tanto celebran, pero al que no le dedican el tiempo ni los recursos para que no derive en un acto de simple memoria.

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