Libertad encapsulada
Dios juega videojuegos y yo soy su puto Mario Bro$ cuestiona la seducción por el control que impone esa realidad electrónica.
En mi alocada infancia descubrí el vicio de los videojuegos y, junto con una decena de infantes sudorosos, me inicié en el indescriptible gozo de ejercer mi tiempo libre. En aquella época, mi madre fue esa mecenas que todo niño sueña y, sin ella saberlo, financió un curso exprés de Street Fighter y Mortal Kombat en las maquinitas del mercado.
En ese mundo paralelo fui un inmortal caprichoso que manejó, sin miramientos, a esos personajes que soportaron toda suerte de flagelos hasta ser encumbrados en la mejor liga de golpeo. A la distancia, me observo como una suerte de villano feliz que consume bocadillos de fácil digestión con dosis de libertad encapsulada que dependen de la cantidad de monedas que llevas en el bolsillo.
Justo eso recordé al atravesar la compuerta, que el dramaturgo y director escénico Richard Viqueira adaptó en la parte inferior de una maquinita para ingresar al Foro 4 Espacio Alternativo del Teatro Helénico, donde presenta su puesta en escena Dios juega videojuegos y yo soy su puto Mario Bro$ (que cierra funciones el 21 de noviembre), una pieza alucinante que cuestiona la seducción por el control que impone esa realidad electrónica. Es un montaje con pequeñas descargas de frustración y veneno.
De inicio, imaginé que me aburriría, porque no estoy muy actualizado en el mundo de los videojuegos y hace años que las consolas dejaron de entusiasmarme. Sin embargo, Viqueira nos sumerge en una atmósfera demencial, frenética y sadomasoquista en la que altera las reglas del tiempo y del espacio, donde el escenario es un viejo local recreativo, pero con personajes de carne y hueso que emiten sonidos y frases repetidas en un ambiente anárquico, con vocecillas que insisten en la misma instrucción: “De-po-si-ta u-na mo-ne-da”, mientras uno intenta darle sentido a ese caos.
La mayor parte de los asistentes introduce sus monedas falsas y maneja los comandos para determinar la ruta que deben seguir los actores. Algunos sostienen combates sobre plataformas imaginarias, otros realizan bailes eróticos o hacen trucos de magia y cuentan abusos sexuales desde el interior de un arcade o una máquina atrapapeluches.
Esa experiencia, que no se manifiesta a favor ni en contra de los videojuegos, plantea una crítica sobre la libertad que se ejerce desde la vida cotidiana y en los instantes más lúdicos, lo cual me lleva a pensar que, en el futuro, estas distracciones sólo utilizarán a personas de carne y hueso, como nosotros, quienes ocuparemos un papel en ese cuadro construido por los dioses del entretenimiento en el universo Meta, de Mark Zuckerberg, que nos llevará a la misma reflexión que formula Jorge Luis Borges en su poema Ajedrez: “Dios mueve al jugador, y éste, la pieza / ¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza / de polvo y tiempo y sueño y agonías?”.
MARIO LAVISTA
Al final del homenaje dedicado al compositor Mario Lavista en el Palacio de Bellas Artes, la tarde del 4 de noviembre, la secretaria de Cultura, Alejandra Frausto, se acercó a Claudia Lavista –hija del creador– y le dijo que la obra musical de su padre se difundirá más. Ojalá que así sea y que ese gesto no se recuerde en el futuro como otra perla del anecdotario sexenal.
Pero lo que Frausto –a quien se le quebró la voz en la ceremonia– debería tomar en cuenta, la crítica más reciente que el propio Mario Lavista le dedicó a la Fonoteca Nacional de la secretaría que ella encabeza, luego de que en enero pasado le comentara a la periodista Angélica Abelleyra (Paso Libre, 24/01/2021) que, de no vislumbrarse una salida favorable a la condición presupuestal de la dependencia y a la seguridad laboral de sus trabajadores, contratados por Capítulo 3000, desistiría de donar su obra (150 partituras y 25 discos) para llevarla a la Universidad de Austin.
