Fuga de acervos
Claudia Lavista lamenta que en México no exista una institución que pueda recibir el archivo del compositor Mario Lavista
Tiene mucha razón la bailarina y coreógrafa Claudia Lavista cuando lamenta que en México no exista una institución cultural o académica que pueda recibir, conservar y difundir, a gran escala, el archivo completo de su padre, el compositor Mario Lavista (1943-2021), integrado por cientos de partituras originales, grabaciones, programas de mano, su correspondencia, así como objetos personales, reconocimientos, premios, textos y su trabajo en la revista Pauta.
Ella lo sabe. En México todo puede pasar y el ejemplo más visible es el de Octavio Paz (1914-1998) ya que, a casi cuatro años de la muerte de
Marie-Jo (su albacea y heredera), seguimos sin saber cuál será el destino de su legado, el cual contiene un importante acervo documental, bibliográfico, artístico y algunos inmuebles. De sus cuentas bancarias y de su departamento en París, ya ni preguntamos.
Ésa es la realidad. Claramente, las autoridades culturales del país están más preocupadas por nutrir sus malogrados semilleros y convencernos, con pirotecnia y pasarelas, de que el Proyecto Chapultepec forma parte de un gran trabajo de descentralización. Sigo sin entender cómo sucederá eso.
A estas alturas podemos imaginar que muchos estudios sobre la obra de Paz han quedado incompletos. Y, aunque pareciera una exageración, molesta el silencio de la secretaria de Cultura federal, Alejandra Frausto; y de la titular del INBAL, Lucina Jiménez, pues hasta el momento se han movido en las sombras respecto al tema. La pregunta es simple: ¿acaso llegaremos a 2024 sin respuestas o lavarán sus manos y lo dejarán a la próxima administración?
Vuelvo a Claudia Lavista, quien eligió con inteligencia la posibilidad de llevar el legado de su padre a una institución estadunidense (Excélsior, 02/03/2022) para evitar que éste se fragmente o se pierda. De momento, la Fonoteca Nacional y el Cenidim trabajan, por separado, en clasificar y digitalizar el material y a la postre contarán con una copia que, seguramente, será inaccesible.
Es una pena que México, pese a ser un país con una producción cultural tan rica, no preste atención a su memoria, y que la integración de este tipo de archivos deba quedar fuera de nuestras fronteras. Deberíamos estar preocupados, porque tarde o temprano le seguirán los acervos de Armando Salas Portugal, Rodrigo Moya, Rogelio Cuéllar, Salvador Elizondo, Eduardo Lizalde, Margo Glantz, Gabriel Zaid, Teresa Margolles, los hermanos Castro Leñero, Dolores Castro, Arturo Márquez o Javier Álvarez, por lanzar algunos nombres al azar.
Una pregunta simple: ¿De qué nos sirve el Proyecto Chapultepec cuando debemos resignarnos a que los archivos de autores mexicanos migren a otros países? ¿Acaso es suficiente con tener las bibliotecas personales de José Luis Martínez, Antonio Castro Leal, Jaime García Terrés, Alí Chumacero y Carlos Monsiváis en la Biblioteca de México? No lo creo, porque cada vez que un acervo de estas dimensiones sale de México, nuestro país pierde parte de su memoria creativa y, sin saberlo, se empobrece.
OLEADA RUSA
Leo con intranquilidad el discurso de pirita que se ha impuesto para retirar de la escena internacional a artistas rusos que han sostenido algún tipo de cercanía con el presidente ruso, Vladimir Putin.
No conozco personalmente a Anna Netrebko ni a Valery Guérgiev –por mencionar a dos de los artistas recientemente señalados–, pero sí me consta su calidad artística y no me parece justa esa hoguera que se ha colocado en torno a su trabajo. Desconfío del razonamiento que impone un criterio y, peor aún, de ese intento por colocar a los creadores en un bando o en otro. El verdadero arte, lo sabemos, no tiene relación alguna con guerras o políticos ni con ese obsoleto discurso de purificación, y mucho menos puede alinearse a un solo pensamiento.
