Fisuras

Hace tiempo que no escuchamos a los funcionarios culturales referirse a los programas que buscan disminuir la violencia

Hace tiempo que no escuchamos frasecillas tan pegajosas como “cultura por la paz”, “cultura por la armonía” o “reestructuración del tejido social”, frenéticamente empleadas por funcionarios como Alejandra Frausto para referirse a programas que buscan disminuir, supuestamente, los índices de violencia y marginación en México, utilizando presupuesto del sector para este fin.

La propia Frausto, como titular de Culturas Populares, por encargo de Rafael Tovar y de Teresa, empujó el programa México, Cultura para la Armonía, que para 2016 presumía la creación de 150 grupos musicales (coros, orquestas, ensambles y bandas) y el beneficio de 11 mil niños y jóvenes, lo cual sería replicado en todo el país como la mítica multiplicación de los panes y de los peces en Galilea. Por cierto, desde entonces, ya ponían un especial énfasis en Michoacán, Guerrero, Tijuana y Veracruz.

Recordemos las palabras que pronunció el día que tomó posesión del cargo (a puerta cerrada): “Hablo de una política de regeneración del tejido social y la política de la reconciliación y del bienestar del alma, ese bienestar que no sólo pasa por lo material (…) Entraremos con enorme compromiso en aquellas fisuras dolorosas, como son la violencia, que se ha normalizado en el país”, a partir de “un diagnóstico vivo en tierra por aquellas zonas que más duelen”.

Días después dijo que impulsaría semilleros culturales en 500 municipios en estado de violencia para atender a niños y jóvenes en condición vulnerable, lo que llegaría a más de 733 mil personas al cierre de 2019.

En febrero de ese año, dicho conjunto de acciones fue empaquetado como una novedad bajo el manto de las Misiones por la diversidad cultural, que derivó en los conocidos semilleros que parecen de tehuizote, porque a este paso florecerán dentro de cinco décadas.

Luego vino la pandemia y supimos que en 2019 sólo concretaron 320 semilleros, de los cuales 60 dejaron de operar —como detalló Esther Hernández, titular de Vinculación Cultural—, debido a que sus docentes no pudieron darles continuidad.

Sin embargo, en este baile de cifras y buenas intenciones llegan las preguntas incómodas e inevitables: ¿cuáles han sido los resultados concretos de ese programa transexenal?, ¿dónde están los índices que detallan el impacto cultural en Michoacán y Guerrero?, ¿realmente han combatido la violencia con “el poder de la cultura” o sólo es el empanizado de la vieja retórica?

Quisiera saber qué pasa por la mente de Frausto cuando se entera de asesinatos como el del presidente municipal de Aguililla o de los enfrentamientos en Nuevo San Juan Parangaricutiro, cuando se habla de ejecutados en Atlixco y Zacatecas, o tras las balaceras en la CDMX y los hechos en el estadio de Querétaro. ¿Pasa algo por su cabeza o prefiere inclinar el oído hacia terrenos más suaves, como el rescate del patrimonio, la promoción del arte popular fuera de México, una convocatoria más para el Proyecto Chapultepec o la mudanza imposible a Tlaxcala? Como respuesta, sólo vemos espejitos en el horizonte.

VEDA A MODO

El pasado 31 de enero, Claudia Curiel Icaza fue nombrada secretaria de Cultura local, en sustitución de Vanessa Bohórquez, quien duró 13 meses en el cargo, después de Guadalupe Lozada (encargada del despacho) y Alfonso Suárez del Real, lo que refleja una falta de seriedad y estabilidad en este sector.

A 40 días de que Curiel asumiera el cargo, aún no sabemos cuál será su programa de trabajo ni sus prioridades. Las fuentes oficiales indican que es por la veda electoral (iniciada el 4 de febrero), pero ésta no ha sido impedimento para que la funcionaria asista, participe y promueva eventos como la exposición Un Cauduro es un Cauduro (es un Cauduro) o el lanzamiento del programa del Festival de Primavera. ¿Cuál veda?

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