En la jungla
Los solistas que se presentan en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes conviven con el ruido que llega desde la calle.
La Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes ha dejado de ser ese lugar íntimo y apacible, al que el público acude a escuchar recitales, homenajes y ciclos de lectura. Hoy es un foro incómodo donde los solistas batallan por mantener la concentración y combaten el ruido que llega desde el eje Central Lázaro Cárdenas.
Es comprensible que, por norma sanitaria en tiempos de pandemia, los accesos a la sala Ponce deban permanecer abiertos y, así, facilitar su ventilación. Sin embargo, las autoridades de Bellas Artes (Lucina Jiménez, Laura Ramírez Rasgado, Silvia Carreño y José Julio Díaz Infante) tendrían que analizar mejores opciones, porque es imposible escuchar obras de Beethoven, Ponce, Scarlatti y Chopin, salpicadas por el agudo silbato del policía de crucero, el claxon de los conductores furibundos o la urgencia que siempre amerita la sirena de ambulancias
y patrullas.
Así sucedió el pasado 2 de julio, a las 18:00 horas, durante el recital del joven y talentoso pianista Sergio Vargas Escoruela, dentro del ciclo Jóvenes en la Música, quien enfrentó una Sala Ponce inmersa en una jungla de sonidos vespertinos, que cualquier chilango reconoce. Y aunque Sergio mantuvo el aplomo durante más de una hora, la función se convirtió en una sonata para automotor
y murmullos.
Valdría la pena considerar si no sería mejor cerrar el acceso a la terraza y reducir el aforo de la sala, o reprogramar los conciertos en otro espacio, como el Complejo Cultural Los Pinos o el Munal. Hoy se presentarán, dentro del mismo ciclo, en la misma sala y a la misma hora, los también talentosos pianistas Roger Ritter y Vladislav Kern. Ojalá que tengan mejor suerte.
ADOPCIÓN EN VILO
El Museo José Luis Cuevas no tuvo un merecido festejo por sus 30 años de vida y, tal como observamos en esta columna hace algunas semanas, es el ejemplo de un espacio cultural en decadencia.
De acuerdo con las declaraciones que Salvador Vázquez Araujo, titular del recinto y apoderado legal de la Fundación José Luis Cuevas, concedió a las periodistas
Leticia Sánchez (Milenio) y Adriana Góchez (La Razón), no han logrado conseguir recursos para tener el personal suficiente, impermeabilizar el inmueble histórico, reparar y modernizar su sistema eléctrico.
Incluso ayer, deslizó la propuesta de que el Museo Cuevas sea adoptado por el propio INBAL, que dirige Lucina Jiménez, y anexarlo a su red de museos, bajo el argumento de que el conjunto (colección, acervo documental e inmueble) es “propiedad de la nación”, que a fin de cuentas, la actual administración es temporal y requiere un cambio.
Más que un grito desesperado para revitalizar el recinto, las declaraciones revelan que han claudicado en su tarea y que sólo esperan fecha y hora para entregar las llaves. Y, a reserva de que Lucina Jiménez o Claudia Curiel de Icaza, titular de Cultura de la Ciudad de México, sorprendieran con la adopción del recinto, es cuestión de tiempo para que éste cierre sus puertas, mientras la obra se distribuye en los acervos del INBAL y el edificio es retomado por el INAH. Se acabaron las opciones.
NO HAY SISTEMA
Desde hace varios días no funciona el Sistema Único de Registro Público de Monumentos y Zonas Arqueológicos e Históricos del INAH. Dicha base de datos, puesta en operación en 2011, ha permitido organizar y clasificar el patrimonio cultural de México. Además, ha servido para inscribir, vía digital, bienes culturales, desde cualquier punto del país, ha propiciado un mayor conocimiento y control sobre el patrimonio cultural tangible y es una herramienta para detectar piezas relacionadas con el tráfico ilícito. Ojalá que Diego Prieto, titular del instituto, pueda comentar cuándo será repuesto este imprescindible sistema.
*Con motivo de las vacaciones de verano, esta columna tomará un descanso y volverá el 6 de agosto.
