Demorados

La restauración de los inmuebles culturales afectados por los sismos no culminará en 2023.

La restauración de los inmuebles culturales afectados por los sismos de 2017 no se terminará en este año. Lo sabemos. No importa que la titular de Cultura, Alejandra Frausto, lo prometa con entusiasmo y lo repita como un mantra en sus comunicados de prensa o en sus conversaciones imaginarias. Estos trabajos llegarán a su sexto año y, pese a los tres mil millones de pesos del Programa Nacional de Reconstrucción cultural que ejercerán entre agosto y diciembre, continuarán en 2024 y, seguramente, en 2025.

Para entonces, los exfuncionarios dirán que sí se atendió todo… “lo programado”, “lo esencial”, “lo grave”, y que por ahí quedaron algunos pendientes, así, chiquitos, casi nada, “un porcentaje ínfimo”, en espera de que la siguiente administración se solidarice con ellos y los premie con un puesto en el INAH, en el INBAL o como asesores culturales en un pueblo fantasma, justificando su incapacidad en que todo formará parte de un proyecto transexenal que sucumbirá ante el próximo terremoto.

Ahí se hablará de la lentitud y la mala gestión de la era Frausto, y del improbable éxito de realizar tantas obras simultáneas, desde el Proyecto Chapultepec hasta el Parque del Muralismo Mexicano (Centro SCOP), que no permitieron cumplir con los planes de recuperación de inmuebles dañados. Ojalá que, entonces, alguna autoridad solicite una auditoría seria en torno a esos trabajos de largo aliento y que la Cámara de Diputados asuma un papel activo y exija cuentas, porque, en los últimos años, su ausencia y su desinterés han sido incalificables.

Usted lo sabe, mucho se ha hablado de las afectaciones en la Pinacoteca de La Profesa, de la compleja restauración de la cúpula del Santuario de Nuestra Señora de los Ángeles, del daño en el mural de José Clemente Orozco en la Iglesia de Jesús Nazareno y de cientos de otros inmuebles en Oaxaca, Puebla, Guerrero, Tlaxcala y la CDMX.

Sin embargo, como ejemplo del descuido y desinterés de Frausto y sus funcionarios, en esta ocasión se puede mencionar el deplorable estado de conservación en el que se encuentra el Exconvento de Jesús María.

Ubicado en el corazón de la capital y declarado monumento histórico en 1931, este inmueble luce dañado visiblemente por los sismos de 2017 y por movimientos telúricos previos. A simple vista se aprecian numerosas grietas y fisuras en bóvedas y muros, así como desprendimientos de material y un viejo apuntalamiento que sostiene el arco del sotocoro. A esto se suma la humedad, el desgaste de sus frescos y de la cantera. ¿Acaso este año lograrán restaurar este edificio o será uno de esos pendientes chiquitos que arrastrarán al próximo sexenio? ¿Es posible que Diego Prieto y Arturo Balandrano, del INAH y de Sitios y Monumentos, tengan listo este inmueble para diciembre próximo? Lo dudo.

El Exconvento de Jesús María fue construido hacia 1580 para alojar a las hijas de conquistadores que no tenían dote. Se estableció con el patrocinio del rey Felipe II de España quien, en 1583, le otorgó 20 mil ducados y lo entregó a las religiosas capellanas reales.

El recinto tuvo varias intervenciones hasta que, en febrero de 1621, fue inaugurado. Su fachada es atribuida a Manuel Tolsá y su retablo mayor fue obra del pintor Luis Juárez, aunque a inicios del siglo XIX se modificaron sus portadas, cúpula, coro, retablos y la decoración interior.

Luego de las Leyes de Reforma, el exconvento fue dividido y vendido, aunque el templo permaneció cerrado hasta que se convirtió en sede del archivo de la Secretaría de la Defensa Nacional. A inicios del siglo XX, el artista Daniel del Valle pintó bóvedas y pechinas del templo, mientras que Rafael Jimeno y Planes realizó dos cuadros de gran formato en el presbiterio. Finalmente, en 1960, volvió a manos de la Iglesia.

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