Cuevas en decadencia

El próximo 8 de julio debería programarse una magna celebración por las tres décadas de vida del museo.

El Museo José Luis Cuevas se ha convertido en el inesperado ejemplo de un espacio cultural en decadencia. Basta un recorrido de pocos minutos para descubrir un recinto –que el próximo 8 julio debería programar una magna celebración por sus 30 años de vida– marcado por la fascinación y la pesadumbre, en una atmósfera que huele a olvido por parte de las autoridades culturales del país.

Sus muros aún pueden embelesar al visitante con los destellos de su acervo (integrado por mil 900 piezas), donde, por 20 pesos, cualquiera puede disfrutar más de 200 obras expuestas de artistas como Vlady, Jazzamoart, Vicente Rojo, Fernando de Szyszlo, Carlos Mérida, Roberto Montenegro y del propio Cuevas. Sin embargo, es inevitable observar la precaria situación financiera que arrastra el museo desde 2020.

Hace un par de días visité el histórico edificio y pude notar que hace mucho la sala André Pieyre permanece cerrada. Se dice que ahí alistan una nueva exposición sobre Cuevas y el erotismo, pero nadie conoce la fecha de apertura.

Además, el museo carece de personal para difundir su agenda y, a simple vista, sus oficinas lucen vacías e inactivas. La dirección general, por ejemplo, está cerrada, y en Curaduría sólo hay una empleada que mira la computadora, rodeada de una decena de lugares despejados, sin olvidar que el personal debe descansar los sábados, además del lunes, como medida de austeridad.

A un costado está la sala Los Fundadores –con su alfombra mugrienta–, donde exhiben los retratos dedicados a Cuevas, mientras la vigilante, presa del aburrimiento, se recarga en una de las columnas del Patio de La Giganta para escuchar canciones de

Shakira y Maluma en altavoz.

Al fondo se ubica el Centro de Documentación e Investigación Octavio Paz que contiene el acervo especializado dedicado a Cuevas, cerrado con candado desde hace más de dos años y desde donde es posible fotografiar algunas vigas carcomidas.

Sin embargo, la zona más preocupante está en la planta alta, especialmente en la sala Beatriz del Carmen Cuevas, donde hay una treintena de manchas de humedad en la alfombra, producto de viejas goteras que nadie sabe explicar si ya fueron controladas, las cuales están a un metro de obras de Vicente Rojo, Abel Quezada y Francisco Toledo.

A esto hay que sumar algunos detalles más. Por ejemplo, que no existe control de clima que garantice la conservación de las piezas expuestas (mucho menos las guardadas en bodega), ya que sólo cuentan con un ventilador oscilante que es activado cuando el calor arrecia. Tampoco hay cámaras de vigilancia ni algún tipo de trabajo curatorial que indique el sentido de las obras expuestas. Pese a todo, el vigilante que ocupa la parte alta camina a pasos apresurados, intenta hacer las veces de guía de turistas y explica que el conjunto está dedicado a artistas fallecidos que fueron contemporáneos de Cuevas.

Algo similar sucede en la sala Bertha Cuevas –que exhibe una centena de autorretratos–, donde se replican las manchas sobre la alfombra y la ausencia de ventilación, videovigilancia o curaduría.

En este punto, los integrantes de la Fundación José Luis Cuevas Novelo, que encabezan el apoderado legal Salvador Antonio Vásquez y el contador Benjamín Ulloa, tendrían que aceptar que no han logrado enderezar el rumbo financiero del museo y que están obligados a informar públicamente cuál es su realidad, así como los resultados de las dos subastas que organizaron en 2021, y el destino de los donativos anuales por 1.3 mdp que han recibido de las autoridades culturales. Porque, hasta el momento, los directivos han evadido toda responsabilidad y se han mantenido en un silencio conveniente. Quizá es momento de tomar medidas extraordinarias, antes de que la decadencia derive en ruinas.

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