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Autocracia golpista

José Luis Valdés Ugalde

José Luis Valdés Ugalde

Parafraseando a Marx, un fantasma recorre el mundo, la autocracia golpista. Es un hecho irrefutable que el fin de la Guerra Fría y el galopante y caótico ascenso de la globalización provocaron cambios dramáticos en los sistemas económicos y políticos de prácticamente todos los países del globo. En la relación entre economía y política se generó un choque entre capitalismo y democracia. El primero no le hizo justicia al valor de la redistribución de la riqueza y dinamitó el sistema de bienestar, en parte debido a la insultante acumulación del ingreso y a la ausencia de reformas fiscales duraderas que generaran los recursos para no perder esa batalla económica. Por otro lado, la política sufrió cambios sustanciales y se produjo una concentración de poder en una clase política desprestigiada y que ulteriormente sería rechazada por fuerzas antipolíticas y, generalmente, representadas por fuerzas populistas antidemocráticas, la mayoría de ellas instalada en la derecha. Aunque se pensaba que estas fuerzas extremistas cristalizarían sus proyectos en países periféricos, como Turquía (Erdogan), Hungría (Orbán), Venezuela (Maduro), Brasil (Bolsonaro) o México (AMLO), éstas se instalaron con fuerza en Estados Unidos (Trump) y Reino Unido (Johnson), países con sólidas tradiciones y estructuras democráticas. Como dicen Timothy Snyder y Tony Judt (The road to unfreedom, Dugan Books, 2018), en buena parte, esto fue responsabilidad de las fuerzas e intelectuales que pensaban que el capitalismo era inalterable y la democracia inevitable. Una especie de fatalismo que implícitamente negaba la profunda necesidad de que ambos sistemas fueran transformados para así evitar los caóticos momentos que hoy estamos confrontando.

Si bien resulta escabroso medir el alcance y permanencia en el tiempo de tales regresiones democráticas, podemos prever que, en algún momento, estas serán confrontadas por la realidad. Lo que es cierto es que el clima político de 2016, año en el que los británicos votaron su salida de la Unión Europea (Brexit) y los estadunidenses eligieron a Trump y su fanatismo, está aún presente entre nosotros. Los efectos de los impulsos autocráticos siguen haciendo mucho daño en esos países, aunque en EU Biden parece comprometido con deshacer la influencia del trumpismo a través de, entre otras cosas, la refundación del estado de bienestar abandonado y debilitado en otras partes del mundo, tales como Gran Bretaña. Se identifica en EU una intención rooseveltiana, basada en un neokeynesianismo proactivo, que pretende reconstruir la economía favoreciendo a las mayorías por la vía de un ambicioso plan de construcción de infraestructura, reforma a los sistemas de salud y educación, y una reforma fiscal que tase en una proporción adecuada a los grandes capitales para financiar el proyecto de expansión económica. Ésta sería la única forma de prevenir un nuevo golpismo autocrático y una nueva regresión democrática: redistribución del ingreso y representación política verdaderamente democrática, apoyando a las instituciones del Estado debilitadas por el primero y despidiendo a la clase política incompetente y corrupta.

En lo que compete a la política democrática, vemos que continúan los esfuerzos por debilitar sus instituciones desde el seno mismo de los sistemas democráticos. El propio trumpismo fue un ejemplo prístino de esto. Y ahora estamos siendo testigos de cómo Vladimir Putin se eterniza en el poder hasta 2036, gracias a una reforma constitucional que ya firmó como ley y que lo convierte en el líder supremo ruso con más poder y antigüedad desde Stalin. A este club se agregan AMLO y Morena (más un movimiento que un partido serio), el movimiento disruptor de instituciones democráticas, ambos actúan desde el Ejecutivo, el Legislativo y eventualmente con el apoyo del Poder Judicial, que ha sido sumiso frente al poder del Presidente. Hay una similitud entre estos liderazgos populistas autoritarios y ésta radica en la concentración de poder personal. Además, principalmente en Europa, Rusia y EU, se trata de una corriente ideológica compuesta por fuerzas extremistas que se han conjuntado en una instancia global antisistémica, la Internacional Populista, para obtener el poder e intentar un orden informal con profundos impulsos antidemocráticos, aporofóbicos, racistas y discriminatorios. Han logrado instalarse temporalmente en el poder. Su condición golpista es innegable. Y su intención de subvertir el orden democrático es evidente. Lo que no queda claro es si, salvo Putin, los demás autócratas sobrevivirán el retorno de las democracias constitucionales. Por lo pronto, ya vimos que Trump no lo logró. Seamos optimistas y confiemos en que el resto de los populismos no lo hagan. Para ello hay que ganarles el debate de las ideas, el cual, en México, parece ya haber perdido AMLO.

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