Justicia infame por los siglos de los siglos

Todos los días, en algún lugar del mundo, algún procurador de justicia se acobarda como el procurador Poncio Pilatos.

Llevo 27 años disfrutando los viernes de la hospitalidad de Excélsior y en ocasiones escribo sobre el Viernes Santo. Aclaro que no soy historiador ni filósofo ni teólogo. Como soy abogado y soy político tan sólo escribo de la ley y del poder, los de hoy y los de entonces.

La historia y la vida son cíclicas. Por eso, muy fácilmente recordamos el futuro y profetizamos el pasado. En El Nuevo Proceso de Cristo, que escribí hace 15 años para Editorial Porrúa, menciono lo que hoy serían 96 violaciones constitucionales y 54 delitos que fueron cometidos en contra del acusado.

Hoy es Viernes Santo y la actualidad nos demuestra que aquello continúa sucediendo. Todos los días, en algún lugar del mundo, algún procurador de justicia se acobarda como el procurador Poncio Pilatos. Todos los días, en algún lugar del mundo, alguien acusa en falso como lo hizo el sumo sacerdote Caifás. Y todos los días, en algún lugar del mundo, alguien es sentenciado a la pura voluntad del capricho, como sucedió con Jesús de Nazareth.

Es cierto que Pilatos, Herodes y Caifás nunca violaron los principios de una garantía constitucional porque éstas no existían y aquellos nunca supieron lo que era eso. Esto es un invento muy nuevo, con tan sólo 250 años de edad. Pero nosotros, que nacimos y vivimos en un mundo que ya conoce los principios jurídicos y las garantías constitucionales del proceso, todos los días los desobedecemos y los ninguneamos, con mayor culpa que la que cargaban los ignorantes de la antigüedad.

Es cierto que hoy tenemos mejores leyes, que hoy tenemos mejores procesos y que hoy tenemos mejores derechos. Hoy sí tenemos constituciones, aunque muchos gobernantes las usan como arma y muchos gobernados las usan como escondite. Desde hace 200 años ya tenemos códigos procesales, aunque muchas autoridades los utilicen más para elegir a los culpables que para buscarlos.

Pero no sabemos si nuestros mejores sistemas jurídicos nos han servido. No estoy tan seguro de si hoy también nosotros somos mejores. Si hoy somos menos crueles, menos rateros y menos salvajes que hace dos mil años. O, si hoy somos más violentos que hace apenas tres décadas en violencia personal, en violencia familiar, en violencia patrimonial, en violencia escolar, en violencia animal y en violencia política.

Ése es el verdadero drama de la Pasión de Cristo. No es una historia de hace dos mil años, sino que se renueva a diario en nuestros días. Por eso nos preguntamos ¿algo hemos cambiado en dos mil años? ¿Algo cambiará en los próximos tres mil? La historia de Jesús, ¿es del pasado, del presente, del provenir o de siempre? ¿No será que, parafraseando a mi leído Giuseppe di Lampedusa y a mi maestro Jesús Reyes Heroles, hemos logrado cambiar todo para conseguir que todo siga igual?

Esa centena de abusos e injusticias cometidos en contra de un solo hombre en apenas la mitad de un solo día, son tan sólo una parte infinitesimal de los millones de injusticias que a diario se cometen en contra de millones de seres humanos.

Porque todos los días son incontables los hombres que, en todas partes del planeta, son acusados sin motivo, son enjuiciados sin reglas y son sentenciados sin pruebas. Todos los días reaparecen los Caifás que persiguen a los que no la deben. Todos los días renacen los Poncio Pilatos que se acobardan ante el deber que juraron cumplir. Todos los días resurgen los Judas Iscariote que venden todo por monedas o por aplausos o por votos. Y todos los días reviven las crucifixiones de quienes no han hecho nada para merecerlas.

El drama de La Pasión es el verdadero drama de nuestros días. De todos los tiempos intermedios y quién sabe si de todos los tiempos por venir. Ésa es la posible enseñanza del Viernes Santo. Que la justicia a modo es peor que la injusticia. Que todos somos iguales ante las leyes, pero que no todos somos iguales ante los jueces. Y que es totalmente falso que tener el poder es lo mismo que tener la razón.

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