Logo de Excélsior                                                        

México-EU: corazón espinado

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

Pasada la celebración del primero de mayo, con un evento digno de las épocas del partido y la central sindical únicos, donde no parecía que hubiera pasado ya más de medio siglo desde aquellos que celebraban don Fidel Velázquez y Luis Echeverría, le tocó ahora al presidente López Obrador tratar con una nueva etapa de la relación con Estados Unidos, que nuestro mandatario quiere llevar de la misma forma que la que llevaba Echeverría con Richard Nixon. Para el Presidente, el mundo de aquellos años era mejor que éste y se refleja y entiende en ese modelo: y allí quiere colocar la relación con el presidente Biden y con EU. 

 Quizás porque se había acostumbrado al maltrato y a las amenazas concretas y extemporáneas de Donald Trump, pareciera que López Obrador cree que Joe Biden es débil y que él puede presionar más a Estados Unidos con el tema migratorio que la Unión Americana a México. Y eso se aplica a la migración, la seguridad, la energía, la implementación del T-MEC o, incluso, a la posición regional ante Rusia por la invasión a Ucrania. 

 Al Presidente siempre le ha impresionado la gesta cubana de Fidel Castro y sus décadas de enfrentamiento con el imperio del norte. Pero se queda en la leyenda de la revolución y no en los defectos reales que ella ha causado en el pueblo cubano: hace ya mucho que la educación y el sistema de salud en Cuba no son como se proclama en la isla; años van de que no hay plena ocupación ni mejora en la calidad de vida; la moral revolucionaria ha sido cambiada por la de una muchacha vendiéndose por unos jeans, los jóvenes que protestaron meses atrás pidiendo comida y libertades terminaron en la cárcel y ahí siguen. 

 Obrador reclamó al presidente Biden que en la próxima cumbre de las Américas que se realizará en Los Ángeles, en junio, participen también Cuba, Nicaragua y Venezuela. Olvida que una de las condiciones para participar en ese encuentro es que se trata de regímenes democráticos. Es un encuentro que comenzó formalmente en 1994, en diciembre, cuando Zedillo llevaba apenas unos días en la Presidencia y a una semana de que la economía colapsara. Pero con todo, en ese encuentro, que si mal no recuerdo, se realizó en Miami, quizás lo más importante es que quedó plasmado que se trataría de encuentros para fortalecer los sistemas democráticos de la región. Invitar a Cuba, Venezuela y Nicaragua sin compromisos previos, no tiene sentido: son tres regímenes dictatoriales que apoyan, los tres, a Rusia en su aventura en Ucrania, con todo lo que eso significa geopolíticamente, pero, sobre todo, no muestran interés alguno por abrir su vida política, nada tienen que hacer en esa cumbre de Los Ángeles. 

Preocupa profundamente que el Presidente no asuma con claridad que no somos simples socios comerciales de Estados Unidos. Tenemos una sociedad regional que involucra desde millones de mexicanos viviendo en la Unión Americana hasta ser parte de una de la cadenas productivas más amplias, poderosas y eficientes del mundo. Sin la reticencia presidencial, y cultivando la seguridad ciudadana y jurídica, México podría consolidar mucho más su posición, atrayendo las inversiones de las empresas que están dejando China. En el terreno energético, si se aplicara una política global seríamos hoy uno de los grandes productores de gas, pero para eso necesitamos ir a la ruta exactamente contraria a la seguida por la CFE y el gobierno federal. Necesitamos enormes inversiones privadas que permitan explotarlo. Las reservas existen; los recursos, también, y no de sus más cercanos funcionarios se le acercó al presidente López Obrador (tuve oportunidad de ver el proyecto) una propuesta para cruzar todo el país con gasoductos y explotar nuestras reservas: el proyecto sería financiado por completo por empresarios nacionales y esos empresarios participarían en la explotación del gas. El Presidente lo rechazó para dar paso a la ley Bartlett que va en sentido contrario. 

 Ya vamos tarde, pero hoy, en plena crisis energética por la guerra de Ucrania, hubiéramos tenido enormes oportunidades en el sector energético de la mano con la mayor potencia energética mundial, que es la Unión Americana. Si fuéramos sensatos, haríamos lo que se propone intrínsecamente en el T-MEC y antes en el TLC: conformar con Estados Unidos y Canadá un mercado energético del norte. 

Y seamos claros, nadie quiere venir a robar nuestra riqueza natural, eso es un discurso del siglo XIX y la primera parte del XX: de lo que se trata hoy, es de hacer inversiones comunes y retroalimentarse mutuamente en políticas regionales. Una de las enseñanzas de la guerra en Ucrania y todas su consecuencias no es que, como han dicho algunos, se acabó la globalización. Ésta sigue más viva que nunca, y las propias reacciones al tema de Ucrania lo demuestran, pero la globalización y la integración pasan hoy y se consolidan a través de bloques regionales, y nuestro bloque regional de pleno derecho es América del Norte. Temo que el gobierno federal no lo ve así, no lo asume plenamente, que quiere estar como en los años 60 y 70 en una suerte de tercera posición tan vana como indecorosa en el mundo actual. 

Eso es lo que está en fondo de la relación, lo que la enturbia y nos lleva a no poder establecer, más allá de la cordialidad diplomática de los mandatarios, ningún acuerdo estratégico, ninguna política que vaya más allá de las reacciones impulsadas por un corazón que ya sabemos que es un órgano muy elástico que en ocasiones se endurece y anquilosa. 

Comparte en Redes Sociales