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Evo en la confusa geopolítica mexicana

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

Antes que cualquier otra cosa hay que señalar, para dejarlo fuera del debate, que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador hizo bien en otorgarle asilo político al expresidente de Bolivia, Evo Morales. México tiene una orgullosa tradición de país de refugio e hizo bien en respetarla. Incluso, haya gustado o no, es correcto que se haya enviado un avión militar a recoger a Morales: evidentemente, no existía la intención de dejarlo abandonar el país, porque casi todos los países limítrofes le negaban esa salida. Tampoco dudo que, ante la violencia sin control en Bolivia, provocada en muy buena medida por el propio Morales, no era descabellado que su vida estuviera en peligro. El derecho de asilo es indiscutible.

Lo malo es que una acción humanitaria, el asilo político, se vaya a transformar en un acuerdo ideológico. Como lo han expresado muchos dirigentes de Morena y funcionarios gubernamentales, la línea que exhibió Morales en su llegada a México, la llamada posición antiimperialista, el reproche directo o indirecto a Estados Unidos como instigador del golpe de Estado (aunque hasta el propio Morales se cuida de no calificarlo exactamente así) ahí está y la compartimos con muy pocos países del mundo. Los únicos países que han calificado lo de Bolivia como un golpe de Estado son, además de México, Cuba, Rusia, Nicaragua, Venezuela y Uruguay. Seguramente cuando asuma el 10 de diciembre próximo, ésa será la posición del nuevo mandatario de Argentina, Alberto Fernández. Todos los demás países consideran que en Bolivia hay una crisis constitucional que ha generado un vacío de poder.

La enorme mayoría de países, así como la OEA, han solicitado una salida legal a la crisis, que pasa por nuevas elecciones. Hay quienes argumentan que Morales horas antes de que le fuera “sugerida” su renuncia había convocado a elecciones, pero el punto va mucho más allá: la misión de la OEA había documentado el fraude electoral ante la prueba de innumerables anomalías; la propia participación de Morales en la elección de octubre era violatoria de la Constitución que él mismo había diseñado; su participación ya había sido rechazada en un referéndum convocado por él mismo y sin embargo fue candidato. La demanda era que dejara el poder para que se pudieran organizar nuevas elecciones, y que Evo, como lo estipula la Constitución, no fuera candidato. Eso fue lo que no aceptó Morales: quería nuevas elecciones, siendo al mismo tiempo Presidente en funciones y candidato. Viniendo de un público fraude electoral reconocido internacionalmente, era inaceptable. Eso fue lo que llevó a una situación sin salida. A una crisis constitucional.

El apoyo a Morales también demuestra que la invocada “no intervención en asuntos de otros países” de México era, es, un mito. No se puede invocar la Doctrina Estrada cuando hay una crisis en Venezuela y olvidarse de ella cuando la crisis es en Bolivia. No se puede exhibir con justicia el derecho de asilo con Morales y negarlo para miles y miles de migrantes de otros países que están estacionados en nuestras fronteras porque lo pide Trump. Se puede argumentar que esa es una decisión geopolítica, que no se puede estar enfrentados con Estados Unidos, y es verdad. Pero entonces ¿vamos a jugar el juego de los regímenes bolivarianos?

Escuchar a Morales, en México, hablando de que fue derrocado por los agentes del imperialismo y que desde aquí seguirá su lucha, no debe haber sido nada dulce en los frágiles oídos de la administración Trump. Tampoco el coqueteo con Venezuela, la visita del canciller a Cuba para establecer “un nuevo y más alto nivel” en las relaciones con el gobierno cubano (como si no estuvieran suficientemente altos). O los pedidos de Nicolás Maduro, de los que se hizo eco Morales y también Alberto Fernández en su visita a México, de que se conformara un gran frente antiimperialista encabezado por el gobierno de López Obrador. Antiimperialista o no, México está impulsando un reemplazo en la presidencia de la OEA, para quitar en la próxima asamblea general al uruguayo Luis Almagro, quien asumió una actitud de firme defensa de los regímenes democráticos. Quitar a Almagro es quitar a quien ha denunciado a Maduro y ha exhibido el fraude electoral de Evo Morales. Es tomar partido, abiertamente, con el llamado bloque bolivariano.

Es una pieza más que se sumará a la creciente distancia con Estados Unidos, por el tema migratorio, el del narcotráfico, las diferencias comerciales y laborales, todo en plena campaña electoral. ¿Vale la pena abrir ese nuevo frente con Trump?. Creo que no. Sería, simplemente, suicida. Pero abrir frentes le encanta a esta administración.

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