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El PAN votó contra Anaya

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

La crisis de los partidos históricos luego de las elecciones del primero de julio no ha hecho más que comenzar. Pero mientras en el PRI parecen, por lo menos, tomar conciencia de los daños sufridos y han comenzado a mover piezas para reemplazar dirigencias y tratar de vislumbrar un futuro, con la posible designación de Miguel Osorio Chong como coordinador en el Senado y de René Juárez (que podría registrarse para volver a presidir el partido) en los diputados, donde mayores problemas se vislumbran es en el PAN.

Ricardo Anaya no ha hecho una sola aparición pública desde el primero de julio y, como es costumbre, se ha encerrado a cal y canto. El presidente formal del partido, Damián Zepeda sigue aferrado al discurso de las expulsiones de sus adversarios, mientras que Javier Corral desatiende Chihuahua, que es un desastre en términos de seguridad, para perseguir la presidencia de partido golpeando, también como es costumbre, a los suyos.

El primero de julio no sólo se dio el fenómeno López Obrador. La ola electoral que permitió semejante triunfo del tabasqueño tuvo otro componente: muchos priistas y, sobre todo, panistas no votaron por sus candidatos. En el caso de Anaya eso fue notable: en Chiapas, el candidato local a gobernador por el Frente, Aguilar Bodegas, tuvo 30 mil votos más que Anaya (que apenas llegó al 8 por ciento). En la Ciudad de México, el Frente le dio a Alejandra Barrales casi un millón 700 mil votos, pero Anaya apenas recibió un millón 300, o sea que 400 mil personas que apoyaron el Frente no apoyaron a Anaya. Incluso en Guanajuato, el candidato Sinuhé Rodríguez, quien ganó la elección, tuvo más votos que el candidato presidencial: Sinuhé obtuvo casi un millón 100 mil votos, Anaya apenas superó los 800 mil, diez puntos de diferencia entre ambos. En Yucatán, donde también ganó la gubernatura el PAN, su candidato Mauricio Vila Dosal tuvo 286 mil votos, Anaya 226 mil, una diferencia también de doce puntos entre ambos.

En Morelos, no se concretó el Frente, PAN y PRD fueron por separado, pero sumados los votos de ambos para la gubernatura tuvieron unos 130 mil votos, Anaya obtuvo 113 mil. En Jalisco el Frente fue dividido, pero sus partidos, sumados, sacaron un millón 400 mil votos, Anaya apenas 970 mil. En Tabasco igual: al candidato a gobernador del Frente le dieron 190 mil votos, a Anaya apenas 74 mil. Veracruz fue una doble debacle, para el PAN y para el gobierno de Miguel Ángel Yunes, pero particularmente para Anaya. Yunes Márquez consiguió un millón 285 mil votos para gobernador, pero Anaya, para Presidente, apenas obtuvo 900 mil, casi 400 mil menos, que se fueron completos, a
López Obrador.

En el caso de Puebla no fue diferente. Martha Erika Alonso, quien ganó la elección por el PAN, obtuvo un millón 150 mil votos, Anaya apenas 505 mil. Si los anayistas (o Corral) dicen que los traicionaron en Puebla, tendrían que asumir que entonces los traicionaron, los panistas, en todo el país. En realidad, lo que sucedió fue que Anaya y su grupo rompieron el partido, no lograron construir una candidatura creíble,
Anaya nunca supo o pudo deslindarse de las denuncias de corrupción (que, por cierto, siguen vivas) y resulta insólito que ahora él y su grupo, o personajes como Corral en muy buena medida ideólogo de esta estrategia fracasada, se quieran quedar con el partido.

El PAN necesita (como el PRI y el PRD) refundarse, regresar a sus orígenes, pero no mirando para atrás, sino para el futuro. Tiene posiciones políticas importantes, pero ningún candidato o dirigente puede, como ocurre con Anaya o con Corral, reconstruir nada enfrentando a la mayoría de sus gobernadores, expulsando a cualquiera que disienta de la dirigencia o a través del desdibujamiento político e ideológico.

En el PAN se está gestando un movimiento que puede sacar de esa lógica de ruptura al partido: una serie de acuerdos entre los grupos cercanos a Roberto Gil y a Rafael Moreno Valle que permita unir a diferentes corrientes hoy alejadas del blanquiazul y recuperarlo, llevándolo a ocupar el lugar en la oposición que le corresponde.

LA CRISIS NICARAGÜENSE

Cien días de la crisis nicaragüense y de la brutal represión del régimen de Daniel Ortega, con centenares de muertos, miles de detenidos, ciudades opositoras arrasadas y en México, ni en el gobierno saliente ni mucho menos en el entrante, existe siquiera una condena hacia un gobierno que, debemos recordarlo, se impuso en julio de 1979 con un abierto apoyo político, económico y logístico de nuestro país. El sandinismo que derrotó, entonces, a la dictadura de Anastassio Somoza, se fue transmutando con el paso de los años, los hermanos Ortega, Daniel y Humberto, junto con la esposa del primero, Rosario, se fueron deshaciendo de los otros mandos del FSLN, y se fueron convirtiendo exactamente en lo mismo que desalojaron del poder hace 39 años: en una dictadura inmisericorde.

PD: Nos tomaremos unos días, como se dice ahora, descanso y reflexión, en realidad de vacaciones. Nos reencontramos con estas razones el lunes 6 de agosto. Gracias.

 

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