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Bodas, aviones y estilo personal de gobernar

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

La salida de Santiago Nieto de la Unidad de Inteligencia Financiera es una demostración más del estilo personal de gobernar de un presidente como López Obrador, para el cual los temas que lo mueven pasan por convicciones en las que, en muchas veces, la eficiencia o la lealtad de un funcionario no son los determinantes. Para el Presidente, la corrupción es un aspecto determinante en su administración, pero incluso el concepto de corrupción está permeado por percepciones personales que pasan muchas veces por formas que para él implican un fondo.

En su célebre libro El estilo personal de gobernar, Daniel Cosío Villegas dice que, “puesto que el presidente de México tiene un poder inmenso, es inevitable que lo ejerza personal y no institucionalmente... Es decir, que el temperamento, el carácter, las simpatías y las diferencias, la educación y las experiencias personales influirán de un modo claro en toda su vida pública y, por tanto, en sus actos de gobierno”. Don Daniel hablaba entonces de Echeverría, pero la definición se puede aplicar perfectamente al presidente López Obrador. Es imposible comprender su forma de ejercer el poder sin asumir que del que goza es inmenso, que lo hace de una forma mucho más personal que institucional, y que se rige por su temperamento, sus simpatías, por su educación y experiencias personales, tan afincadas en aquellos años de su inicio personal y político.

La secretaria de Turismo de la Ciudad de México, Paola Félix Díaz, es “renunciada” por abordar un vuelo privado, no porque vaya acompañada en ese vuelo por un grupo de empresarios y porque exista una controvertida retención de las autoridades aduanales de un tercer país porque en el vuelo se encuentran recursos supuestamente no declarados. Pero tampoco por lo que sería lo más importante: que la secretaria se largó de la ciudad cuando se estaba realizando el evento turístico más importante del año en la capital del país. Su obligación era atender todo lo relacionado con la competencia de F1, que dejó una derrama de 14 mil millones de pesos y atrajo decenas de miles de turistas a la Ciudad de México, no ir a una boda, fuera en Guatemala o en Cuernavaca, fuera en avión privado o en autobús de línea. Simplemente por eso tendría que haber dejado su cargo.

Decíamos el lunes que Santiago Nieto y Carla Humphrey tenían derecho a casarse donde fuera y como fuera, siempre y cuando usaran, como usaron, recursos propios para financiar ese festejo. Y lo mismo se aplica a cualquiera. Pero para el presidente López Obrador la boda fue estentosa y escandalosa.

En realidad, el escándalo no lo puso la boda, sino los invitados retenidos en el aeropuerto de la ciudad de Guatemala y, en particular, el caso de la secretaria de Turismo capitalina. La boda no sé si fue ostentosa, pero es verdad que hacerla fuera de México con 300 invitados de primer nivel la convertiría en noticia. Y ante eso reaccionó el Presidente.

Y no es la primera vez: como Presidente electo, la caída de su hombre de absoluta confianza, el que lo había acompañado día tras día durante 20 años con lealtad y eficiencia, César Yáñez, se detonó por su boda en Puebla, publicitada por la revista Hola! ¿Violaron César y su esposa alguna norma? No. ¿Pagaron esa boda con recursos del erario o mal habidos? Tampoco. Pero lo cierto es que César nunca regresó a las posiciones en las que trabajó en forma notable durante tantos años junto a López Obrador.

La caída de Juan Collado fue detonada por la boda, ésa sí ostentosa, de uno de sus hijos. Y también ello detonó la salida de la Suprema Corte de uno de los invitados, el entonces ministro Eduardo Medina Mora. Una y otra vez el Presidente ha recordado aquella boda como si fuera en sí misma delictuosa. Incluso en su intervención en la ONU acaba de hablar de la opulencia, la frivolidad, la ostentación de los hombres del dinero que identificó con el neoliberalismo (como si no hubiera ricos en los regímenes de Cuba, Venezuela, China o Rusia, por ejemplo, terriblemente opulentos, ostentosos y frívolos, más que ninguno de los derivados del neoliberalismo).

Estoy convencido de que Santiago Nieto y Carla Humphrey no caen en esa categoría. Santiago fue un fiel y muy eficiente director de la UIF, que logró avances notables, por ejemplo, en el desmantelamiento de estructuras de lavado de dinero del crimen organizado. Carla es una respetada consejera del INE, que ha demostrado capacidad y autonomía. Los dos han tenido aciertos y errores, conflictos políticos y personales, como casi todo el mundo con una carrera profesional pública y en altos niveles. Han tenido y tienen amigos y enemigos, pero no han sido opulentos, ostentosos o frívolos. Aunque su boda alcanzó para que Santiago tuviera que dejar su responsabilidad y que ambos fueran atacados en forma cruenta por las caballerías de los grupos más duros de la 4T.

 

En el estilo personal de gobernar del Presidente la forma es fondo y, si él vuela en avión comercial, todos sus funcionarios deben hacerlo; los eventos privados (como su cumpleaños, el sábado próximo) deben seguir siéndolo; los ingresos y los gastos, por lo menos los públicos, no pueden ser superiores a los suyos y menos aún exhibirse. Eso lo determinan, no la eficacia o la lealtad, sino, como diría Cosío Villegas, su temperamento, su carácter, sus simpatías y diferencias, su educación y experiencias personales. No creo que sea lo mejor, pero es lo que hay.

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